ISABELLA RODRÍGUEZ
Me acerqué como un ciego, con las manos estiradas hasta tocar la puerta. Era como si ese incendio nunca hubiera sucedido.
—Busqué los planos y la mandé a reconstruir lo más fiel posible… Solo quería regresarte algo de lo que te quité… —dijo Gabriel en un susurro.
Cuando volteé hacia él, noté de nuevo esa mirada rota y melancólica, vestigio del arrepentimiento. Ambos sabíamos que lo que había ocurrido en el pasado no podía arreglarse y, en silencio, coincidimos en no volver a tocarlo, pero el peso de la culpa a veces era más fuerte y sabía que torturaba a Gabriel.
Regresé a él y lo abracé con todas mis fuerzas, queriendo mantener su corazón unido, queriendo reconfortarlo y demostrarle lo agradecida que estaba.
—C
GABRIEL SILVA—No eres bienvenido a mi casa… —dijo Romina llegando como un vendaval al recibidor.—Necesitaba hablar con usted seriamente.—¿Hablar o amenazar? ¡Porque pareces muy bueno haciendo lo segundo! ¡Tenías que ser un maldito Silva!No era novedad que mi familia no solía tener buenas relaciones con otras familias poderosas en el país. Era sabido que éramos capaces de pasar por encima de quien fuera para obtener lo que queríamos.—¿Me dejará aquí o me invitará un café? —pregunté con arrogancia y ofreciéndole una sonrisa.—Di lo que quieres
ISABELLA RODRÍGUEZCáncer de pulmón en estadio dos, tal vez tres. Aún no había metástasis, pero el daño en ambos pulmones era sorprendente. Incluso yo, que no estudié medicina, supe en cuanto vi las radiografías, que algo estaba muy mal. ¿Por qué no me sentía tan enferma como parecía que estaba? Solo era una tos que desaparecía con el jarabe, pero… ahora resultaba que mis días estaban contados. Qué extraño era saber que apenas unas horas antes tenía toda una vida por delante, llena de alegrías y sorpresas, con una boda en puerta y una gira por todo el país. Todo se había ido a la mierda en cuestión de minutos. Llamé a la mansión y le pedí a Guillermina que fuera por Javier a la escuela, mientras mis pasos me llevaron al cementerio, donde ricos y pobres terminaban de la misma forma, dos metros bajo tierra y sin nada en los bolsillos. Compré un ramo de flores y caminé por inercia hasta la tumba del señor Rodríguez. Limpié de su nombre la maleza que comenzaba a apoderarse de la lápida
ISABELLA RODRÍGUEZ —¿En verdad tiene que ser blanco? Digo… significa pureza y muy pura no eres, por lo menos no después de dos hijos —dijo Yolanda mientras la señorita de la tienda me ayudaba a ajustar el vestido. Había escogido uno al azar después de que mis amigas me insistieran con varios modelos. La única que parecía tan deprimida como yo, era María. —¡¿Es en serio?! ¿Hoy no hay risas ni regaños? —preguntó Yolanda al ver nuestra actitud tan apagada—. ¿Qué ocurre? María me vio fijamente, sabiendo que la única que podía explicar algo, era yo. —Nada… supongo que tengo muchas cosas en la cabeza —contesté con apatía. En ese momento la señorita apretó el corsé del vestido haciendo que me vinieran las ganas de toser. Cubrí mi boca y comenzó a darme palmadas en la espalda, empeorando la situación. María se acercó con un pañuelo, pero cuando estiré la mano para tomarlo, vi la sangre viva en mi palma. —¡¿Qué carajos?! —exclamó Yolanda poniéndose de pie del cómodo sofá desde donde
GABRIEL SILVA —Señor, ¿me llamó? —preguntó Ramírez, mi abogado, al entrar a mi oficina. —Mi hermosa Isabella me está ocultando algo… —dije con la mirada clavada en la ciudad que se mostraba ante mí a través del ventanal. Su apatía y su distancia hacían que, conforme el tiempo pasaba, me esperara lo peor—. Necesito que investigues qué es lo que la tiene así. —¿A cualquier costo? —preguntó con tranquilidad. Ramírez era la clase de abogado que a todo CEO le gustaba tener. Ávido con el manejo de la ley, inteligente, silencioso y capaz de resolver cualquier tipo de problema, y con una gran imaginación para hacerlo. —Sí, a cualquier costo. Quiero información lo más pronto posible. Con una leve inclinación de cabeza, dio media vuelta y salió de la oficina. Mientras su sueldo fuera constante y pagara con dadivosidad las «horas» extras, él era un fiel peón que siempre tenía respuestas y soluciones. ¤ Llegué a casa más temprano que otras veces, pero agotado mentalmente. —¡Papito! —C
GABRIEL SILVA A la mañana siguiente, cuando pude abrir los ojos, me encontré solo en la cama. ¿A dónde había ido Isabella? —¡Carajo! —exclamé furioso y golpeé en el colchón. ¿Qué me estaba ocultando? ¿Por qué se comportaba de esta manera cuando más feliz éramos? Había mujeres que después de obtener lo que querían, se aburrían y se iban. ¿Ese era el caso de Isabella? No lo podía creer. Cuando bajé al comedor me encontré a mis pequeños desayunando y Sara era ayudada por Guillermina. —¿Dónde está Isabella? —pregunté intentando ocultar mi molestia. —Salió temprano, señor —contestó Guillermina preocupada—. Yo llevaré a los niños a la escuela. —No, lo haré yo… —contesté furioso. ¤ El tiempo pasó en la oficina y cada segundo que marcaba el reloj de la pared se me clavaba como una aguja en el pecho. Me sentía traicionado y estúpido por no saber lo que pasaba con Isabella. Su cuerpo seguía respondiendo al mío, pero era como si su alma y su corazón ya no estuvieran en sintonía. Abrí
GABRIEL SILVA Intenté controlar mis sentimientos, después de la explicación de María, mi corazón se reventó. No podía creerlo, no quería hacerlo. ¿Cómo podía escuchar que mi bello cisne me… dejaría? No podía con la idea, mucho menos con su decisión. ¿Por qué no me había dicho nada? ¡¿Por qué me estaba haciendo a un lado?! De pronto estacioné el auto, no podía seguir manejando, estaba dolido, triste y por primera vez tuve miedo. Golpeé el volante antes de aferrarme a él y comenzar a llorar. No quería perder a Isabella, no sabía que haría sin ella. ¿Cómo podía verla a los ojos sin sentirme miserable y sin suplicarle que no me dejara, no ahora? ¿Cómo podría sobrevivir, cómo le explicaría a los niños? ¡No! ¡No! ¡NO! Renuente a llegar a la mansión, sin saber cómo controlarme frente a Isabella, pasé la noche en la casa que la vio crec
ISABELLA RODRÍGUEZGabriel me escuchó con paciencia y en completo silencio, sin ser capaz de interrumpirme. Sabía que estaba tenso por como apretaba sus dientes, haciendo que sus mejillas se endurecieran. —No tienes por qué pasar por esto tú sola… «En la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad», o eso es lo que se dice… ¿no? —Me ofreció mi anillo, el cual brillaba cuando la luz de la luna acariciaba el hermoso diamante.—Prométeme que cuidarás de los niños… Júrame que no los dejarás solos ni los apartarás de tu lado —pedí mientras tomaba el anillo entre mis dedos y lo veía con nostalgia. Representaba todo ese brillante futuro que nunca podría ser.&mdas
MARÍA MURILLO—No sé si esto es una buena o una pésima idea —dijo Yolanda mientras conducía—. La vida de Isabella está en juego, ¿estás consciente de eso?—Lo sé, por eso lo hago… —contesté revisando que tuviera todos los estudios en mis manos.—¡Claro! ¡Y te tuviste que esperar hasta el último momento! ¿No pudimos hacer esto antes? —preguntó iracunda.—¡Ya lo sé! ¡Me tardé!, pero estaba tan insegura. ¡Nunca había tenido que atender a alguien que en verdad me importara! —exclamé con la mandíbula temblorosa y tragando saliva.—Lle