ISABELLA RODRÍGUEZ
Acarició mis mejillas y sus ojos recorrieron mi rostro con adoración. —Tranquila, respira… Todo está bien —dijo Gabriel queriéndome consolar como si fuera una niña asustada por una pesadilla.
—No quiero que te metan a la cárcel por algo que no es tu culpa… —confesé en un susurro y vi como sus labios se curvaron en una sonrisa tierna.
—Si fuera mi culpa, entonces… ¿no habrías intervenido? —preguntó divertido mientras acomodaba mis cabellos alborotados y retiraba con cuidado los granitos de arena que aún seguían adheridos a mi piel.
—Culpable o inocente, lo hubiera hecho. ¿Cómo podría ver al padre de mis hijos tras las rejas? —De tan solo imaginármelo me inundó una preocupación horrible que torturó mi pecho y provocó que mis ojos se humedecieran. Me partiría e
ISABELLA RODRÍGUEZEn los días previos del concierto que daría en el campo de entrenamiento número cinco, mi madre se enteró de la cantidad de multas que me gané por mi hazaña automovilística. Las preguntas no pararon. ¿Por qué había conducido sin prudencia desde esa cafetería hasta la playa? No supe qué responder.—Isabella… Sé que no estuve durante gran parte de tu vida, pero eso no quita que soy tu madre. —Su rostro expresaba miedo y tristeza a la vez. Se levantó del piano y tomó mi rostro entre sus manos—. Te amo, lo sabes, ¿verdad?Asentí como lo haría una niña regañada.—Yo… no quiero que sufras, no quier
GABRIEL SILVA Las palabras de Yolanda dieron vueltas en mi cabeza, al grado de no dejarme dormir, mucho menos concentrarme en el trabajo. Decidido a despejarme un poco después de pasar tantas noches de insomnio, le pedí a mi chofer que me llevara a un bar o algún sitio que vendiera alcohol a esa hora. Necesitaba salir de la oficina y de la casa, e intentar distraerme. De pronto escuché alboroto en la calle, había gente corriendo dentro del parque, yendo de un lado para otro con sus celulares en mano. —Señor… ¿Esa no es la señora Isabella? —preguntó mi chofer y entonces la vi, escondiéndose entre los árboles, con esa voluminosa y estorbosa guitarra que no le permitía pasar desapercibida. —Dirígete a la siguiente entrada y déjame ahí… —le pedí, ansioso por bajar del auto. Mis pa
GABRIEL SILVA —No mi niña, no lo amas… solo estás encaprichada —insistió Romina—. Anda, vamos a casa… Dame la mano —pidió con gentileza y el rostro cargado de miedo, pero Isabella se aferró con más fuerza a mí. —Romina, no soy el hombre que crees… ya no… —intervine sin saber muy bien cómo convencerla de que cuidaría de mi familia y que mis sentimientos por Isabella eran sinceros. —¡¿No lo eres?! Mataste al señor Javier Rodríguez… ¿no lo querías como a un padre, Isabella? ¿Puedes ver a Gabriel a la cara sin recordar como murió Javier por su culpa? —agregó Romina iracunda—. ¿Ya se te olvidó que arruinó tu rostro? ¿Qué hay de la mujer que hasta hace poco estaba a su lado? ¿Qué hay de todas las mentiras e imposiciones? ¿Ya se te olvidó todo eso? No voy a negar que me aterraba que
ISABELLA RODRÍGUEZ—¡Papi! ¡Mami! —exclamó Javier una vez que rebasó las puertas de la mansión y salió corriendo hacia nosotros. Detrás de él, Sebastián llevaba a mi panterita entre sus brazos. Su mirada era de completa decepción.—No me veas de esa forma… —dije con pesar, tomando a mi pequeña.—Romina no quiso regresar. Se siente defraudada, y con justa razón —dijo en voz baja—. Dejar que tu «bestia» arreglara las cosas con amenazas y chantajes, fue bajo. —Fue más rápido, hubiera tardado horas intentando convencerla de que me quedaría por amor —agregué agachando la mirada, sabiendo que su decepción había aumentado. —Isabella, ¿en qué parte está el amor? Todo ha sido una cadena de opresión, malos tratos, amenazas e incluso muerte. Tanto defendías al secuestrador que te trató como a su hija y ahora le das la espalda a su memoria, quedándote al lado del hombre que lo mató. —Fue un accidente…—Insisto… El amor vuelve estúpidas a las mujeres, pero si esto es lo que quieres, sufrir con
GABRIEL SILVAMe acerqué sin poder ocultar mi sonrisa y la tomé en brazos. En cuanto rodeó mi cuello no pude evitar acercar mi nariz al suyo e inhalar su aroma. Era un idilio para mí, su perfume y sus hormonas me enloquecían, su esencia de mujer era adictiva.La llevé hasta su asiento y entonces desayunamos todos juntos. Isabella ayudaba a Sara, quien se comportaba como toda una princesita, agarrando con delicadeza los cubiertos y acercándolos a su boca con precisión. Era una niña que no le gustaba tener las manos sucias y la manera en la que se limpiaba la boca era digna de la realeza. Lo más encantador era cuando se daba cuenta que la estabas viendo, pues te sonreía con la mirada, entrecerrando sus ojos con ternura y arrugando su naricita.Cuando volteab
ISABELLA RODRÍGUEZ —¡No te arrepentirás, «grandulón»! —exclamó Yolanda dándole unas palmadas en el brazo. —Se quedarán si es necesario, pero no permitiré que vivan aquí —advirtió Gabriel desconfiado. —¡Oye! ¡No seas envidioso! —exclamó Yola apretando el brazo de Gabriel con sorpresa—. Qué macizo… ¿De casualidad no tienes un hermano menos atemorizante y soltero del que no nos hayas hablado? —¡Yolanda! ¡Gobiérnate, por favor! —agregó María alejándola de Gabriel que parecía al borde de perder la paciencia. No pude contener la risa, era muy extraño verlas interactuando con Gabriel, él era tan frío y con una actitud tan oscura, mientras ellas eran todo un arcoíris. De pronto mi
ISABELLA RODRÍGUEZ Me acerqué como un ciego, con las manos estiradas hasta tocar la puerta. Era como si ese incendio nunca hubiera sucedido. —Busqué los planos y la mandé a reconstruir lo más fiel posible… Solo quería regresarte algo de lo que te quité… —dijo Gabriel en un susurro. Cuando volteé hacia él, noté de nuevo esa mirada rota y melancólica, vestigio del arrepentimiento. Ambos sabíamos que lo que había ocurrido en el pasado no podía arreglarse y, en silencio, coincidimos en no volver a tocarlo, pero el peso de la culpa a veces era más fuerte y sabía que torturaba a Gabriel. Regresé a él y lo abracé con todas mis fuerzas, queriendo mantener su corazón unido, queriendo reconfortarlo y demostrarle lo agradecida que estaba. —C
GABRIEL SILVA—No eres bienvenido a mi casa… —dijo Romina llegando como un vendaval al recibidor.—Necesitaba hablar con usted seriamente.—¿Hablar o amenazar? ¡Porque pareces muy bueno haciendo lo segundo! ¡Tenías que ser un maldito Silva!No era novedad que mi familia no solía tener buenas relaciones con otras familias poderosas en el país. Era sabido que éramos capaces de pasar por encima de quien fuera para obtener lo que queríamos.—¿Me dejará aquí o me invitará un café? —pregunté con arrogancia y ofreciéndole una sonrisa.—Di lo que quieres