ISABELLA RODRÍGUEZ
Me acerqué, quería felicitar a mi patito, quería estrecharlo y decirle cuanto lo extrañé, esperando que él también me hubiera extrañado de la misma forma, pero algo me decía que se la pasó muy bien sin mí, y me lo confirmó su pequeña vocecita: —¿Me das otra rebanada de pastel, mami?
Mis pies se clavaron en el césped. ¡¿Le había dicho mami a Patricia?!
—¡Claro que sí, mi amor! —exclamó Patricia con ternura, orgullosa, creyendo que se había ganado mi puesto.
—Perdón… —Mi patito agachó la mirada, apenado, pero su sonrisa delataba que no estaba del todo arrepe
ISABELLA RODRÍGUEZCada visita que hice a esa mansión fue un golpe directo al corazón, los primeros fines de semana mi patito se apartaba y regresaba corriendo a su habitación, renuente a siquiera saludarme, no entendía por qué se comportaba así y eso me dolía demasiado. Las siguientes veces Patricia fue quien me lo negó, diciendo que él niño no tenía intenciones de ni siquiera asomarse. Aparentaba estar triste, pero algo me decía que en el fondo le gustaba la situación, la hacía sentir victoriosa.Mi madre insistió en que le diera el nombre del padre de mis hijos, al recuperar gradualmente su salud, estaba sedienta por enfrentar a Gabriel y arrebatarle a Javier, pero yo no quería a mi patito aquí a la fuerza, así que guardé silencio, y mi
ISABELLA RODRÍGUEZSe me desgranó el corazón al sentir el calor de mi bebé contra mi pecho. No sabía cómo es que había llegado aquí, lo único que me importaba era que lo volvía a tener conmigo. Lo llené de besos y caricias mientras sentía su llanto. Algo me decía que no solo era por la emoción de volverme a ver.—¿Isabella? —preguntó mi madre acercándose presurosa para recibir a Javier con alegría—. Me alegra tanto que nuestro patito esté de vuelta. ¡Vamos! Te tengo que presentar a alguien muy importante.Cuando giró sobre sus talones, señalándome la dirección en la que iríamos, me congelé. Gabriel nos esperaba, portando ese traje que le hac&
ISABELLA RODRÍGUEZ Entramos al camerino improvisado y Gabriel me depositó con gentileza en el sofá. Nunca lo había visto tan preocupado, sus ojos recorrían mi rostro intentando encontrar una explicación a lo que me pasaba. —¿Qué le ocurre? ¿Qué tiene? —preguntó angustiado. —Ya lleva tiempo con anemia, está siendo difícil de controlar por el trasplante de médula al que se sometió. Si a eso le agregamos el estrés… —dijo María viendo fijamente con desaprobación a Gabriel—. Por favor, necesito privacidad con la paciente. Renuente a dejarme sola, Gabriel soltó mi mano y salió de la habitación. Apenas escuché la puerta cerrándose, me senté en el sofá y escondí mi rostro entre mis manos. —Gracias. —Mi voz salió apagada. —Sigue enfocada en tu carrera de cantante, como actriz, no eres muy buena —agregó María sentándose a mi lado. —No fue actuación, no sabía cómo salir del baño y terminé tiesa… Supongo que fueron los nervios. —Como esas cabras del documental que vimos… De recordarlo com
GABRIEL SILVA Esa noche Patricia quiso regresar a su viejo departamento, no deseaba ir a la mansión después de lo ocurrido, y no la detuve. La llevé hasta la puerta de aquel edificio donde vivía, sabiendo que posiblemente sería la última vez que la vería. —Es inútil competir contra Isabella por tu corazón —dijo mientras metía la llave a la puerta—. Mi madre siempre me dijo que no era bueno meterse con hombres casados o recién divorciados, mucho menos si hay niños de por medio. Siempre habrá preferencia por la mujer que estuvo antes. —Tu madre es una mujer muy sabia —respondí sintiendo lástima al ver a Patricia tan destrozada. Agachó la mirada y frunció la boca para no llorar mientras algunas lágrimas escurrían por sus mejillas. —Sé lo que le dijiste a mi hijo. —No era un tema que quisiera pasar por alto. —No lo hice con malas intenciones —contestó con firmeza. —Estuvo mal —agregué acomodando uno de sus mechones rebeldes—. No solo hiciste sufrir a Isabella, sino a mi patito
ISABELLA RODRÍGUEZEl tiempo pasó a cuentagotas, mi cuerpo se recuperó y mi carrera artística también. Mis pequeños crecían y se adaptaban junto conmigo a esta nueva vida. Obtuve muchas alegrías, pero… no podía negar que algo me faltaba.Cada que tenía oportunidad, veía las noticias disimuladamente, buscando algo sobre Gabriel, tal vez una boda o fotos con su novia, pero… no encontraba nada, por el contrario, era complicado encontrar algo. Incluso sus cuentas en las redes sociales estaban desiertas.Esa sensación de vacío me estaba carcomiendo. A veces hablaba con María para encontrar consuelo, ya que, si tocaba el tema con Yolanda, propondría que saliéramos «de cacería», y ni hablar
ISABELLA RODRÍGUEZ Imitando a mi patito, me escurrí en el asiento, envuelta en angustia y desesperación. No cabía duda, me había visto Gabriel, ahora pensaría que lo estaba espiando. —¡Patito! ¿Qué se supone que estamos haciendo aquí? ¿Para eso me trajiste? ¿Para empeorar las cosas con tu padre? —Me arrepentí en cuanto vi sus ojos brillosos y esa mueca cargada de tristeza. —Él guarda una tela de encaje, dice que es tuya… Ha ido a cada uno de tus conciertos e incluso guarda los boletos en un cajón… Sus palabras causaron estragos. Quise recordar si en algún momento su mirada se cruzó con la mía durante alguna presentación, pero no era capaz de identificarlo entre tanta gente. ¿Aún le interesaba? Apreté los dientes y sacudí esas ideas, no tenía que ilusionarme, no quería volver a caer. —Escuché que iba a salir con una mujer hoy… Una cita para desayunar… —añadió cabizbajo—. No quiero que haya otra mujer en la vida de mi papá. —¡Papi! —exclamó Sara con emoción y sentí un retortijón
ISABELLA RODRÍGUEZ Mentiría si dijera que volverlo a ver no me afectó. No me derrumbé, pero tampoco pude ocultar mi tristeza y desconcierto, pensar en él hacía que mi corazón doliera. La única que supo de nuestro encuentro fue María, sabía que ella no me regañaría por aún estar enamorada de Gabriel. —¿Qué te puedo decir? —preguntó viendo al cielo. La había visitado en su hora de comida al hospital y ambas retozábamos en una de las bancas del pequeño jardín—. Te entiendo, porque yo también suelo pensar en Daniel, aunque la situación conmigo es más fácil, pues no lo tengo cerca y no tengo hijos que compartir… así que mi proceso de sanación es más efectivo que el tuyo. —¿Algún día dejará de doler? —Creo que el dolor nunca se va, solo aprendes a lidiar con él —contestó con m
ISABELLA RODRÍGUEZ Acarició mis mejillas y sus ojos recorrieron mi rostro con adoración. —Tranquila, respira… Todo está bien —dijo Gabriel queriéndome consolar como si fuera una niña asustada por una pesadilla. —No quiero que te metan a la cárcel por algo que no es tu culpa… —confesé en un susurro y vi como sus labios se curvaron en una sonrisa tierna. —Si fuera mi culpa, entonces… ¿no habrías intervenido? —preguntó divertido mientras acomodaba mis cabellos alborotados y retiraba con cuidado los granitos de arena que aún seguían adheridos a mi piel. —Culpable o inocente, lo hubiera hecho. ¿Cómo podría ver al padre de mis hijos tras las rejas? —De tan solo imaginármelo me inundó una preocupación horrible que torturó mi pecho y provocó que mis ojos se humedecieran. Me partiría e