GABRIEL SILVA Esa noche Patricia quiso regresar a su viejo departamento, no deseaba ir a la mansión después de lo ocurrido, y no la detuve. La llevé hasta la puerta de aquel edificio donde vivía, sabiendo que posiblemente sería la última vez que la vería. —Es inútil competir contra Isabella por tu corazón —dijo mientras metía la llave a la puerta—. Mi madre siempre me dijo que no era bueno meterse con hombres casados o recién divorciados, mucho menos si hay niños de por medio. Siempre habrá preferencia por la mujer que estuvo antes. —Tu madre es una mujer muy sabia —respondí sintiendo lástima al ver a Patricia tan destrozada. Agachó la mirada y frunció la boca para no llorar mientras algunas lágrimas escurrían por sus mejillas. —Sé lo que le dijiste a mi hijo. —No era un tema que quisiera pasar por alto. —No lo hice con malas intenciones —contestó con firmeza. —Estuvo mal —agregué acomodando uno de sus mechones rebeldes—. No solo hiciste sufrir a Isabella, sino a mi patito
ISABELLA RODRÍGUEZEl tiempo pasó a cuentagotas, mi cuerpo se recuperó y mi carrera artística también. Mis pequeños crecían y se adaptaban junto conmigo a esta nueva vida. Obtuve muchas alegrías, pero… no podía negar que algo me faltaba.Cada que tenía oportunidad, veía las noticias disimuladamente, buscando algo sobre Gabriel, tal vez una boda o fotos con su novia, pero… no encontraba nada, por el contrario, era complicado encontrar algo. Incluso sus cuentas en las redes sociales estaban desiertas.Esa sensación de vacío me estaba carcomiendo. A veces hablaba con María para encontrar consuelo, ya que, si tocaba el tema con Yolanda, propondría que saliéramos «de cacería», y ni hablar
ISABELLA RODRÍGUEZ Imitando a mi patito, me escurrí en el asiento, envuelta en angustia y desesperación. No cabía duda, me había visto Gabriel, ahora pensaría que lo estaba espiando. —¡Patito! ¿Qué se supone que estamos haciendo aquí? ¿Para eso me trajiste? ¿Para empeorar las cosas con tu padre? —Me arrepentí en cuanto vi sus ojos brillosos y esa mueca cargada de tristeza. —Él guarda una tela de encaje, dice que es tuya… Ha ido a cada uno de tus conciertos e incluso guarda los boletos en un cajón… Sus palabras causaron estragos. Quise recordar si en algún momento su mirada se cruzó con la mía durante alguna presentación, pero no era capaz de identificarlo entre tanta gente. ¿Aún le interesaba? Apreté los dientes y sacudí esas ideas, no tenía que ilusionarme, no quería volver a caer. —Escuché que iba a salir con una mujer hoy… Una cita para desayunar… —añadió cabizbajo—. No quiero que haya otra mujer en la vida de mi papá. —¡Papi! —exclamó Sara con emoción y sentí un retortijón
ISABELLA RODRÍGUEZ Mentiría si dijera que volverlo a ver no me afectó. No me derrumbé, pero tampoco pude ocultar mi tristeza y desconcierto, pensar en él hacía que mi corazón doliera. La única que supo de nuestro encuentro fue María, sabía que ella no me regañaría por aún estar enamorada de Gabriel. —¿Qué te puedo decir? —preguntó viendo al cielo. La había visitado en su hora de comida al hospital y ambas retozábamos en una de las bancas del pequeño jardín—. Te entiendo, porque yo también suelo pensar en Daniel, aunque la situación conmigo es más fácil, pues no lo tengo cerca y no tengo hijos que compartir… así que mi proceso de sanación es más efectivo que el tuyo. —¿Algún día dejará de doler? —Creo que el dolor nunca se va, solo aprendes a lidiar con él —contestó con m
ISABELLA RODRÍGUEZ Acarició mis mejillas y sus ojos recorrieron mi rostro con adoración. —Tranquila, respira… Todo está bien —dijo Gabriel queriéndome consolar como si fuera una niña asustada por una pesadilla. —No quiero que te metan a la cárcel por algo que no es tu culpa… —confesé en un susurro y vi como sus labios se curvaron en una sonrisa tierna. —Si fuera mi culpa, entonces… ¿no habrías intervenido? —preguntó divertido mientras acomodaba mis cabellos alborotados y retiraba con cuidado los granitos de arena que aún seguían adheridos a mi piel. —Culpable o inocente, lo hubiera hecho. ¿Cómo podría ver al padre de mis hijos tras las rejas? —De tan solo imaginármelo me inundó una preocupación horrible que torturó mi pecho y provocó que mis ojos se humedecieran. Me partiría e
ISABELLA RODRÍGUEZEn los días previos del concierto que daría en el campo de entrenamiento número cinco, mi madre se enteró de la cantidad de multas que me gané por mi hazaña automovilística. Las preguntas no pararon. ¿Por qué había conducido sin prudencia desde esa cafetería hasta la playa? No supe qué responder.—Isabella… Sé que no estuve durante gran parte de tu vida, pero eso no quita que soy tu madre. —Su rostro expresaba miedo y tristeza a la vez. Se levantó del piano y tomó mi rostro entre sus manos—. Te amo, lo sabes, ¿verdad?Asentí como lo haría una niña regañada.—Yo… no quiero que sufras, no quier
GABRIEL SILVA Las palabras de Yolanda dieron vueltas en mi cabeza, al grado de no dejarme dormir, mucho menos concentrarme en el trabajo. Decidido a despejarme un poco después de pasar tantas noches de insomnio, le pedí a mi chofer que me llevara a un bar o algún sitio que vendiera alcohol a esa hora. Necesitaba salir de la oficina y de la casa, e intentar distraerme. De pronto escuché alboroto en la calle, había gente corriendo dentro del parque, yendo de un lado para otro con sus celulares en mano. —Señor… ¿Esa no es la señora Isabella? —preguntó mi chofer y entonces la vi, escondiéndose entre los árboles, con esa voluminosa y estorbosa guitarra que no le permitía pasar desapercibida. —Dirígete a la siguiente entrada y déjame ahí… —le pedí, ansioso por bajar del auto. Mis pa
GABRIEL SILVA —No mi niña, no lo amas… solo estás encaprichada —insistió Romina—. Anda, vamos a casa… Dame la mano —pidió con gentileza y el rostro cargado de miedo, pero Isabella se aferró con más fuerza a mí. —Romina, no soy el hombre que crees… ya no… —intervine sin saber muy bien cómo convencerla de que cuidaría de mi familia y que mis sentimientos por Isabella eran sinceros. —¡¿No lo eres?! Mataste al señor Javier Rodríguez… ¿no lo querías como a un padre, Isabella? ¿Puedes ver a Gabriel a la cara sin recordar como murió Javier por su culpa? —agregó Romina iracunda—. ¿Ya se te olvidó que arruinó tu rostro? ¿Qué hay de la mujer que hasta hace poco estaba a su lado? ¿Qué hay de todas las mentiras e imposiciones? ¿Ya se te olvidó todo eso? No voy a negar que me aterraba que