ISABELLA RODRÍGUEZ
—Sí, ahí está… y ese es su corazón…
Escuché una voz femenina a lo lejos, causando eco en mis oídos mientras una sensación fría recorría mi vientre.
Con un suspiro, abrí los ojos por fin y entonces los vi. Gabriel estaba inclinado detrás de aquella doctora que me había dado un tratamiento de fertilidad en vez de pastillas anticonceptivas. Ambos veían la pantalla de una máquina portátil de ultrasonido y esa sensación fría solo se trataba del transductor resbalando por el gel sobre mi abdomen.
—¡Nuestra mamita ya despertó! —dijo la doctora emocionada, pero solo Gabriel pudo interpretar mi ca
ISABELLA RODRÍGUEZ—Escúchame bien, Isabella… —dijo Sebastián a través del teléfono de María. No estaba dispuesta a usar mi propio celular y que Gabriel descubriera mi treta—. El técnico me ha dicho que la empresa Silva creó un microchip de alta tecnología y parece que es el futuro de la industria armamentística del país. No es cualquier cosa para microondas y refrigeradores, prácticamente se volverá el corazón de misiles tácticos. —Eso suena… complicado… —contesté sorprendida, viendo a María escondida detrás de la puerta, revisando si alguien se acercaba a la habitación.—Sí logras conseguir ese microchip, harías que la empresa de Gabriel se fuera a la bancarrota de inmediato. Ha hecho una inversión monstruosa para crear esa cosa. Por otro lado, nosotros, con esta nueva empresa, podemos mejorar ese chip, patentarlo y venderlo en cuanto la empresa Silva le quede mal al ejército. De esa forma te posicionarías a la cabeza con la empresa con mayor éxito del país y, no solo Gabriel, sino
ISABELLA RODRÍGUEZ De inmediato salí corriendo mientras mi estómago se encogía y una voz dentro de mi cabeza me gritaba que no lo hiciera, pero mi cuerpo no reaccionaba y seguí hasta la puerta. En ese momento me encontré con María, quien apenas llegaba, arrastrando esa maleta con rueditas que cargaba su material. Al verla palidecí y ella entendió lo que había hecho. Su mirada desilusionada hizo retorcer mi corazón. La había decepcionado. Me acerqué para abrazarla, más de desesperación que de cariño. —Lo tengo, llévaselo a Sebastián —dije en su oído mientras metía el chip en su bolsillo. —Espero que no te arrepientas de esto —contestó María con tanta tristeza que me hizo sentir peor—. Sobre todo, espero que puedas distinguir entre la persona que eres ahora, y esa mujer a la que tanto odias y que consideras ruin y todo un monstruo, tu hermana Celestes. Supongo que la genética no se puede ocultar. —La diferencia entre Celeste y yo, es que yo no me la paso llorando ante todos, pidi
GABRIEL SILVAAl principio Isabella parecía retraída, no se dignaba a voltear hacia mí, mucho menos a hablar. Me odiaba, lo sabía, la estaba obligando a quedarse a mi lado, chantajeándola con los niños. ¿En verdad lograría que volviera a enamorarse de mí? Era una tarea difícil, pero quería creer que no era imposible.Llegamos al centro comercial, donde cada locatario me saludaba con solemnidad y respeto. Caminamos en completo silencio y entonces la magia sucedió: entró a uno de los locales que vendía cosas para bebés y se dirigió hacia un peluche con forma de patito. Lo tomó entre sus manos y su rostro se iluminó con una gran sonrisa.—¿Le agrada? Tenemos unos móviles de patitos que
MARÍA MURILLO—¡¿Cómo que ácido?! —exclamé con sorpresa—. Tranquila, hiciste bien en enjuagar su cara. Todo estará bien.De pronto la puerta sonó y Daniel se levantó para atender mientras yo escuchaba el llanto y la desesperación de Isabella. Sabía que tenía que ir de inmediato para auxiliarla o por lo menos consolarla.Colgué el teléfono en el momento que atravesé la puerta de la habitación, entonces mi corazón se cayó al piso. Daniel estrechaba con dulzura a una mujer que parecía deshacerse en llanto.—¡No sé qué hacer! ¡Ayúdame por favor! —suplicó Celeste empapada en lágri
GABRIEL SILVA—Alguien hurtó el microchip, señor —dijo mi abogado con voz metálica.—¿Cómo? El día de ayer lo vi en su caja… —contesté confundido.—Revisé las cámaras de seguridad, señor —Me mostró su teléfono. Había dejado entre los libros una pequeña cámara, imperceptible, apuntando hacia el escritorio.El corazón se me partió al ver a Isabella acercándose a hurtadillas y cambiando el chip por uno falso.—El rastreador del chip nos llevó hasta uno de los técnicos que fueron despedidos. En este momento está retenido, listo para ser proc
ISABELLA RODRÍGUEZCreí que Gabriel me necesitaría para curar su herida, pero contrató a una enfermera que lo visitaría todos los días. Pensé que me pediría quedarme en la mansión hasta que tuviera a nuestro hijo, pero me ofreció una hermosa casa cerca del hospital. Mi última esperanza fue creer que mi patito sería suficiente para que reconsiderara la situación, pero eso no sucedió.Gabriel pasaba cada viernes por mi patito, el cual comprendió por fin que mami y papi no podían seguir juntos, pero podían intentar llevarse bien. Gabriel me visitaba cuando María revisaba el embarazo y sus ojos brillaban de júbilo al ver a su pequeña panterita creciendo dentro de mí. En cuanto María rebasaba la puerta, él también de
ISABELLA RODRÍGUEZ—Es curioso ver cómo puede cambiar la vida cuando hay una manzana podrida… —dije acariciando el rostro de Celeste en la fotografía antes de besar la imagen de mi papá biológico.—¡Le estás mostrando su cuarto! —exclamó mi madre al asomarse por la puerta con mi pequeña Sara entre sus brazos—. Estaba pensando remodelarlo, sería lindo que mi bella Sara lo ocupara cuando crezca.El jodido nudo en mi garganta me estaba torturando de una manera tan cruel. Juro que no quería llorar, que quería mantenerme tranquila y serena, pero ¡Dios! Estaba desmoronándome.Me levanté de la cama y abracé a Romina con todo mi amor, no sab&ia
ISABELLA RODRÍGUEZ—No tenías que… venir —dije en un susurro sin voltear hacia él mientras me intentaba acomodar el cabello.—No te preocupes… Tengo una comida muy importante y temía que llegaras tarde como sueles hacer —contestó con esa voz fría que se encajaba como agujas en mi corazón.—Entiendo… —Sentía que el aire se acababa dentro del auto. El silencio y mis nervios eran una tortura que se acabó cuando llegamos al hospital.Salió del auto con esa elegancia, dejando su fragancia suspendida en el aire. Mientras él parecía verse cada vez más atractivo y sexy, yo… era un desastre. Creo que nunca me había visto peo