GABRIEL SILVA
Después de desempolvar ese viejo piano que me acompañó durante toda mi adolescencia, comencé a pasear mis dedos por sus teclas, recordando el placer que sentía al tocarlo, mientras pensaba en Isabella y su nuevo rostro.
Esa cicatriz que significaba culpabilidad y remordimiento había desaparecido, pero al mismo tiempo, el resto de la armonía se había perdido, sus mejillas eran escasas, su nariz ligeramente más fina. No iba a negar que seguía siendo hermosa, pues su alma era lo que le daba sentido a su belleza, pero había algo que no me convencía del todo.
Dejé caer mis manos sobre las teclas, haciendo que un estridente sonido inundara el recinto. Me levanté súbitamente y salí del salón de música. Presuroso pasé entre cada uno de los sirvientes sin emitir ni un solo sonido. Las luces aún eran tenues y no había
GABRIEL SILVA —¿Qué hacemos aquí? —le pregunté a Montalvo mientras nos abríamos paso entre la multitud. La terraza del hotel más grande y caro de la ciudad estaba a reventar. No cabía ni una sola alma en la barra y las luces de colores solo me estaban generando dolor de cabeza. —Pediste que investigara a esa cantante, Swan… ¿Recuerdas? —Ajá… —Sus canciones están a nombre de Isabella Rodríguez. Al parecer vivía aquí y migró a Italia, obtuvo la nacionalidad y, no solo eso, tuvo un hijo. Se desconoce quién es el padre. No pude evitar sonreír de medio lado. Yo sabía bien quién era el padre, solo hacía falta que lo confirmara. De pronto una idea saltó a mi mente. —¿Sabes si se realizó cirugías estéticas? —¿Cirugías estéticas? ¡Gabriel! ¡¿Eso qué importa?! ¡Ella es la chica de la tragedia de la familia Rodríguez! ¡Su padre murió y ella quedó desfigurada por nuestra culpa! No, corrijo… ¡Por tu puta culpa! —Lo sé… —contesté cabizbajo. Casi había olvidado cómo se sentía el peso de
ISABELLA RODRÍGUEZ Escuché una voz distorsionada a mi espalda, tomándome por sorpresa. Mi piel se erizó y de nuevo mis ojos se encontraron con esa profunda oscuridad. —Ah… gracias, creo… —Disfruté mucho tu concierto… —agregó elevando mi curiosidad—. Cantas hermoso. —Me alegra… pero… ¿puede mostrarse? —Me sentía muy nerviosa y mi respiración se entrecortaba. Aún no lo había visto y mi corazón ya estaba latiendo desesperado dentro de mi pecho. De pronto escuché como la puerta se cerraba por fuera, alguien nos había encerrado. Efectivamente, por más que giré el pomo, esta no cedió. Estaba atrapada con ese desconocido. —¡De una vez le advierto que…! —grité eufórica. Optaría por el camino de la violencia si era necesario. De pronto, entre la penumbra, se mostró el dueño de esa voz escalofriante. Se trataba de Gabriel, sin sus gafas negras, mostrándome esa mirada tan profunda y arrogante que hacía temblar mi cuerpo. ¡Demonios! Su mirada era tan… irresistible y profunda, como si
GABRIEL SILVA—Ay si… así… no pares —dijo Isabella arrastrando su dulce voz mientras se reacomodaba sobre las sábanas de mi cama—. Gabriel…Estiró su mano, buscándome. Con una amplia sonrisa, divertido por ser el dueño también de sus sueños, tomé su mano y la besé con ternura. —Guillermina, cuida de ella hasta que vuelva. —Sí, señor… —respondió mi ama de llaves con una gran sonrisa—. ¿Irá por el niño?Volteé hacia ella en completo silencio y mi sonrisa respondió por mí. —¡Qué maravilla! ¡Prepararé galletas para recibirlo! —dijo emocionada. ¤Después de la fiesta de cumpleaños del abuelo, Daniel había decidido quedarse más días en esta ciudad, regresando a su «pent-house». No fue difícil dar con él, pues ya había mandado a investigarlo antes. Mantuve la calma, subí al último piso, sobornando a la encargada para no avisarle a Daniel que iba en camino, no deseaba que estuviera preparado para lo que iba a hacer. Había contratado a dos guardias de seguridad que no tenían problema en vo
ISABELLA RODRÍGUEZ—Señora Silva, hará un surco en el piso si no deja de caminar así —dijo el mayordomo apenado mientras me veía andar de un lado a otro frente a la puerta principal.Mi celular había desaparecido, así como mi ropa. Lo peor de todo es que me encontraba de nuevo encerrada en la mansión, todas las puertas y ventanas estaban bajo llave. Ahora si era buen momento para arrepentirme. ¡¿Cómo pude volver a caer?!—Señora Silva, relájese… ¿Quiere que le prepare un té? —preguntó Guillermina con una gran sonrisa.—No me digan así, no soy la señora Silva… y lo que quiero es salir de aquí —dij
ISABELLA RODRÍGUEZ —Entonces… tú pídeme que deje de pelear por ese dinero… —dijo Gabriel en un susurro que paralizó mi alma—. Pídeme que abandone esta pelea, que renuncie a esa fortuna, por ti. Pídeme que abandone mi mundo y me pierda en el tuyo… contigo… tomado de tu mano. Mi cabeza hizo corto circuito, me animé a verlo a la cara, queriendo buscar cualquier indicio de burla, pero sus ojos parecían agónicos, su semblante no era el de siempre, como ese hombre frío y arrogante, por el contrario, parecía un niño triste y con miedo. Tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía. —Pídeme que renuncie a todo por ti y por mi hijo… —agregó contra mis labios y no podía creerlo—. Solo prométeme que no volverás a dejarme, que no volveré a sentirme tan jodidamente solo y miserable sin ti. No tienes ni puta idea de cómo te n
ISABELLA RODRÍGUEZMi representante ya tenía una fecha para la rueda de prensa y las noticias de mi supuesta infidelidad no dejaban de llenar las redes sociales. La gente se hizo de sus propias conclusiones y, sintiéndose con el deber moral, me atacaron con mensajes llenos de reproche, juzgándome. Por curioso que pareciera, la mayoría de los mensajes cargados de odio e injurias, venían de mujeres que después demostraban su absoluto apoyo a Daniel, e incluso a Gabriel, como si yo fuera el demonio que jugó con ambos.¿Pensarían lo mismo de mí si supieran mi historia? Tal vez, pero no iba a escribir todo por lo que había pasado, no pensaba darle explicaciones a gente que, sin conocerme, levantaba su dedo en mi contra, como si esas personas jamás hubieran cometido errores. ¡Qué
ISABELLA RODRÍGUEZ Escondiendo mi cara de todos, llegué a la mansión, arrastrando los pies. Las siguientes presentaciones habían sido pospuestas, mi representante quería saber el resultado de la rueda de prensa antes de exponerme a un público furioso. Necesitaba estrechar a mi pequeño patito y platicar con Guillermina, ella tenía una manera tan dulce de tranquilizarme. —Vine buscando a mi nieto, pero parece que mi suerte mejoró… Como si mi situación no pudiera empeorar más, la abuela de Gabriel, la señora Alondra Silva, estaba frente a mí, con su elegancia y altanería, viéndome más feo que de costumbre. —Señora Silva… Bienvenida —dijo Guillermina acercándose a mí y ayudándome a quitarme la sudadera.
ISABELLA RODRÍGUEZEscuché el golpe sordo de la palma de mi representante chocando con su frente, reprochando en silencio la confesión que sepultaría mi carrera, pero también sentí la mano de Gabriel sobre la mía, reconfortándome. Cuando volteé hacia él, pude sonreír sin agobiarme por el peso de la culpa en mi pecho. Esto era lo que quería y ya no me importaba si a alguien no le agradaba.—No tenías que hacer eso —dijo Gabriel en un susurro cuando abandonamos la mesa—. Ahora el destino de tu carrera es incierto.—Decidí lo que creí mejor para mí. —Me planté delante de él y acaricié su mejilla con ternura, dedicándole una sonrisa sincera.Último capítulo