ISABELLA RODRÍGUEZ
Escuché el golpe sordo de la palma de mi representante chocando con su frente, reprochando en silencio la confesión que sepultaría mi carrera, pero también sentí la mano de Gabriel sobre la mía, reconfortándome. Cuando volteé hacia él, pude sonreír sin agobiarme por el peso de la culpa en mi pecho. Esto era lo que quería y ya no me importaba si a alguien no le agradaba.
—No tenías que hacer eso —dijo Gabriel en un susurro cuando abandonamos la mesa—. Ahora el destino de tu carrera es incierto.
—Decidí lo que creí mejor para mí. —Me planté delante de él y acaricié su mejilla con ternura, dedicándole una sonrisa sincera.
ISABELLA RODRÍGUEZEsa noche perfumé mi piel y escogí un conjunto de lencería muy lindo y sensual, pero no tan atrevido. Me vi al espejo y repasé cada detalle, quería… ¿seducir a Gabriel? Yo no era la clase de mujer que se siente sexy. ¡No sabía cómo cautivarlo!En ese momento la puerta se abrió súbitamente, Gabriel entró como un vendaval y comenzó a rebuscar en el clóset. Él era un hombre muy organizado y meticuloso, así que me sorprendió verlo sacando camisas y corbatas, lanzándolas por el aire, desperdigándolas por la habitación hasta que encontró la combinación correcta. Todo el día había estado raro y distante. Intimidada, cubrí mi cuerpo con la bata de seda, algo me decía que no era el momento para tener sexo salvaje. —¿Gabriel? —pregunté llamando su atención, por fin se dio cuenta de que estaba ahí—. ¿Todo bien?—Sí, todo bien. —Se acercó lentamente y toda esa euforia con la que entró, se apaciguó. Se plantó delante de mí y su mirada se tornó tan dulce que me sonrojó—. Te ves
GABRIEL SILVA —La amo —respondí de inmediato y arrepentido, pues, hacía escasa una hora, le había dicho a Isabella que la quería y eso no era suficiente para expresar lo que en verdad sentía por ella. Celeste apoyó ambos codos en la mesa y cubrió su rostro. Estaba destrozada y comenzó a sollozar. —Es gracioso, porque… cuando recuperé la memoria, fue como si no hubiera pasado ni un solo día. Era como si jamás nos hubiéramos separado, y esto se siente… horrible. Para mí, apenas ayer aún éramos esposos y nos amábamos mucho y hoy… tú amas a alguien más, y yo me quedo aquí con el corazón roto. —Celeste… —¿Qué podía decir? Era cierto que alguna vez la amé, pero hoy mi corazón ya no le pertenecía. —Ya sabía que esto podía pasar, solo quise… comprobarlo —agregó bajando las manos
GABRIEL SILVA —Nunca logro que mantengas tu maldito trasero pegado a esa silla durante tus ocho horas laborales —dijo Montalvo entrando a la oficina. No sabía qué hora era—, y hoy llego a primera hora y parece que pasaste toda la noche aquí. —No parece… así fue —contesté con una voz pastosa. Los papeles ante mí ya no tenían lógica, ni siquiera alcanzaba a leer por el cansancio. Ante mi incertidumbre, Celeste se había arriesgado a darme un beso. Sus manos sobre mi pecho y sus labios sobre los míos causaron toda clase de sensaciones, pero ninguna fue de júbilo o pasión, por el contrario, me sentí culpable, arrepentido y asqueado, no por ella, si no por mí mismo. Detuve las puertas del elevador antes de que se cerraran y permití que Celeste entrara en él antes de jurar jamás volver a verla. Con la cabeza vuelta un caos, pensé en regresar a casa y acurrucarme en la cama junto a Isabella, necesitaba de su calor y sus caricias, pero no me sentía bien, así que preferí refugiarme en e
ISABELLA RODRÍGUEZJavier nos había escuchado hablar a Guillermina y a mí, cuando me di cuenta ya era muy tarde, había salido corriendo. No era la forma en la que pretendía que se enterara que Gabriel era su padre y ahora temía que no fuera fácil para él asimilar las cosas.Rebuscamos en todos lados, mi instinto me había dicho que el último lugar en el que él querría estar sería con Gabriel, pero era el único sitio donde faltaba buscar. Me asomé a la habitación y lo primero que vi fue a Gabriel peleando con su corbata frente al espejo, entonces escuché a mi patito:—Cuando ente a la equela… ¿Le puedo deci a todos que edes mi papá? ¿Pasadas po mí a la salida? —preguntab
GABRIEL SILVALlegué con la frente en alto a la mansión familiar y justo afuera del despacho de mi abuelo, Daniel estaba sentado, jugando con su bastón.—Primo… ¡qué gusto volverte a ver! —saludó en cuanto me senté delante de él.—Entonces… ¿yo hice todo eso? —pregunté divertido.—Cada golpe.—Me alegra que hayan llegado —dijo mi abuelo asomándose por la puerta, con esa actitud seria—. Pasen, necesito hablar muy seriamente con ustedes.»He visto las noticias y ¿saben qué es lo que veo? ¡Solo caos para la familia! El n
ISABELLA RODRÍGUEZ Cuando me envió las capturas de pantalla no sabía si había sido bueno o malo, de nuevo, al ver cada foto, me dolió el corazón. Era Gabriel y estaba con una chica muy parecida a mí. La nota insinuaba que éramos nosotros en una velada romántica, pero… eso era falso. Mi representante había sido la única capaz de identificarme, esa mujer tenía ojo de águila. Salí de mi habitación y encontré movimiento por toda la mansión, los sirvientes parecían abejas asustadas, zumbando de un lado para otro. Bajé las escaleras y tuve que esquivar a varios que parecían no haberme visto. De inmediato busqué a Guillermina para saber qué era lo que ocurría. —¿Por qué tanto alboroto? —pregunté tomándola por los hombros, no parecía que fuera a hacerme caso si no la detenía. —Señora Silva…
GABRIEL SILVAEn cuanto me percaté de esas odiosas noticias que tergiversaron todo, mandé a que retiraran cada una de las fotos. Nadie podría subir algo relacionado a mi reunión con Celeste sin que, a los pocos segundos, le tiraran la publicación. Aceleré dispuesto a llegar a la mansión y hablar con Isabella, necesitaba que escuchara la verdad de mi propia boca.Había rechazado la fortuna familiar por ella y no podía dejar que un chisme de este calibre nos alejara, no cuando tenía el amor de mi hijo y el de ella. Llegué a la mansión y noté la incertidumbre, era como si el ambiente se viciara y se volviera más denso. Atravesé las puertas y todos los sirvientes se cuadraron, nerviosos y con miradas evasivas. Algo había ocurrido. —¡Gabriel! ¡Por fin llegaste! —exclamó Eduardo con una enorme sonrisa—. Tenemos cosas importantes de qué hablar.—¿Qué haces en mi casa? —pregunté confundido y desconfiado.—¿No puedo visitarte? ¿He roto alguna clase de regla nueva? —inquirió divertido entre r
GABRIEL SILVA —La señorita Celeste no puede hacer viajes largos de momento, lo mejor es que se mantenga en reposo —dijo el doctor mientras revisaba atento el expediente—. Tiene una anemia marcada y sus niveles de cortisol son altos. Necesita descanso y evitar cualquier detonante de estrés. Toda la explicación la escuché desde la esquina más lejana del consultorio. Tenía tantas cosas en la cabeza que no podía concentrarme en solo una. Sentía que estaba perdiendo tiempo importante aquí. —Ya que estás tan caballeroso el día de hoy, ¿por qué no cuidas de Celeste mientras intento arreglar mi vida? —le pregunté a Eduardo, dispuesto a salir del consultorio. —Gabriel… Estás en un gran problema y aun así solo piensas en esa mujer… —Esa muj