ISABELLA RODRÍGUEZ
Javier nos había escuchado hablar a Guillermina y a mí, cuando me di cuenta ya era muy tarde, había salido corriendo. No era la forma en la que pretendía que se enterara que Gabriel era su padre y ahora temía que no fuera fácil para él asimilar las cosas.
Rebuscamos en todos lados, mi instinto me había dicho que el último lugar en el que él querría estar sería con Gabriel, pero era el único sitio donde faltaba buscar. Me asomé a la habitación y lo primero que vi fue a Gabriel peleando con su corbata frente al espejo, entonces escuché a mi patito:
—Cuando ente a la equela… ¿Le puedo deci a todos que edes mi papá? ¿Pasadas po mí a la salida? —preguntab
GABRIEL SILVALlegué con la frente en alto a la mansión familiar y justo afuera del despacho de mi abuelo, Daniel estaba sentado, jugando con su bastón.—Primo… ¡qué gusto volverte a ver! —saludó en cuanto me senté delante de él.—Entonces… ¿yo hice todo eso? —pregunté divertido.—Cada golpe.—Me alegra que hayan llegado —dijo mi abuelo asomándose por la puerta, con esa actitud seria—. Pasen, necesito hablar muy seriamente con ustedes.»He visto las noticias y ¿saben qué es lo que veo? ¡Solo caos para la familia! El n
ISABELLA RODRÍGUEZ Cuando me envió las capturas de pantalla no sabía si había sido bueno o malo, de nuevo, al ver cada foto, me dolió el corazón. Era Gabriel y estaba con una chica muy parecida a mí. La nota insinuaba que éramos nosotros en una velada romántica, pero… eso era falso. Mi representante había sido la única capaz de identificarme, esa mujer tenía ojo de águila. Salí de mi habitación y encontré movimiento por toda la mansión, los sirvientes parecían abejas asustadas, zumbando de un lado para otro. Bajé las escaleras y tuve que esquivar a varios que parecían no haberme visto. De inmediato busqué a Guillermina para saber qué era lo que ocurría. —¿Por qué tanto alboroto? —pregunté tomándola por los hombros, no parecía que fuera a hacerme caso si no la detenía. —Señora Silva…
GABRIEL SILVAEn cuanto me percaté de esas odiosas noticias que tergiversaron todo, mandé a que retiraran cada una de las fotos. Nadie podría subir algo relacionado a mi reunión con Celeste sin que, a los pocos segundos, le tiraran la publicación. Aceleré dispuesto a llegar a la mansión y hablar con Isabella, necesitaba que escuchara la verdad de mi propia boca.Había rechazado la fortuna familiar por ella y no podía dejar que un chisme de este calibre nos alejara, no cuando tenía el amor de mi hijo y el de ella. Llegué a la mansión y noté la incertidumbre, era como si el ambiente se viciara y se volviera más denso. Atravesé las puertas y todos los sirvientes se cuadraron, nerviosos y con miradas evasivas. Algo había ocurrido. —¡Gabriel! ¡Por fin llegaste! —exclamó Eduardo con una enorme sonrisa—. Tenemos cosas importantes de qué hablar.—¿Qué haces en mi casa? —pregunté confundido y desconfiado.—¿No puedo visitarte? ¿He roto alguna clase de regla nueva? —inquirió divertido entre r
GABRIEL SILVA —La señorita Celeste no puede hacer viajes largos de momento, lo mejor es que se mantenga en reposo —dijo el doctor mientras revisaba atento el expediente—. Tiene una anemia marcada y sus niveles de cortisol son altos. Necesita descanso y evitar cualquier detonante de estrés. Toda la explicación la escuché desde la esquina más lejana del consultorio. Tenía tantas cosas en la cabeza que no podía concentrarme en solo una. Sentía que estaba perdiendo tiempo importante aquí. —Ya que estás tan caballeroso el día de hoy, ¿por qué no cuidas de Celeste mientras intento arreglar mi vida? —le pregunté a Eduardo, dispuesto a salir del consultorio. —Gabriel… Estás en un gran problema y aun así solo piensas en esa mujer… —Esa muj
ISABELLA RODRÍGUEZ—¡Guille! —exclamó mi pequeño patito en cuanto vio quien me buscaba en la puerta. Corrió con los brazos abiertos y de inmediato la ama de llaves lo cargó, estrechándolo con ternura. —¡Mi niño bonito! ¡Qué gusto me da verte de nuevo! —dijo Guillermina llenándolo de besos hasta que me vio—. Señora Silva.—No vuelvas a llamarme así —pedí en un susurro, viéndola con desconfianza—. ¿Cómo diste conmigo? —Después de que salió de la casa, decidí seguirla. No podía dejarla sola después de cómo la trataron esas personas…—¿«Esas personas»? ¿Te refieres al mejor amigo y la esposa de Gabriel? —No solo eran «personas», eran las más importantes en la vida del hombre que amaba y que me habían quitado tanto. —Isabella, sé que no podré convencerte de volver y hablar con el amo Gabriel, pero tampoco me pidas que te deje sola, por favor. —No pienso tener a alguien que se la pase dándole informes de cada paso que doy, al señor Silva…—¡No estoy aquí por eso! Él ni siquiera sabe a
ISABELLA RODRÍGUEZ—Isabella… No sé qué fue lo que te hizo salir de la casa de esa forma, pero divorciarnos es la peor manera de arreglarlo. Así que deja de hacer este berrinche tonto… y vayamos a mi despacho a hablarlo —dijo Gabriel altanero, viendo con desprecio el documento entre sus manos.—¡¿Hablarlo?! —Quería golpearlo y gritar hasta desgarrar mi garganta—. ¡Lo sé todo! ¡Ya me enteré de lo vil y desgraciado que eres en verdad! ¡Mientras tú le ahorrabas unas monedas a tu empresa, yo perdía a mi papá!Decirlo en voz alta era más doloroso de lo que creí, de pronto todas las heridas se abrieron y sangraron como si fueran recién hechas. Las lágrimas entur
GABRIEL SILVA En cuanto Isabella se fue, no pude evitar descargar mi ira sobre Celeste. Después de ser por años mi adoración, la tomé del brazo y sin importarme que estuviera descalza y usando solo ese camisón de seda tan delgado, la eché a la calle. Gritó e intentó explicarse, pero mis oídos eran sordos a sus súplicas. Solo pensaba en cada secreto que le oculté a Isabella y en que mi mayor miedo se había hecho realidad, ahora sabía que yo era el responsable de la tragedia que la asoló por tanto tiempo. ¿Cómo podía regresar a ella sabiendo que su padre murió por mi culpa? Ya no había forma de arreglar las cosas. Por un momento vi esa acta de divorcio sobre la mesa y pensé en firmar y darme por vencido. ¿Había perdido? —¡No! —grité desesperado antes de romper el acta en m
GABRIEL SILVA—¿Gabriel? ¿Qué haces con la prometida de tu primo? —preguntó mi abuelo asomándose desde su despacho.—Estoy a punto de matarla —contesté sin apartar mi mirada de ella—. Me negaste estar con Isabella porque solo nos había traído problemas, pero dejas a Daniel que esté con Celeste, cuando ella se casó conmigo hace años y ahora ha decidido estar con él.—Lo sé… La reconocí de inmediato —dijo mi abuelo suspirando con pesar—. Ella solo ha sido una víctima de las circunstancias, Gabriel, y al parecer, de ti también. Ella no ha traído desgracias a la familia como lo hizo Isabella, ella… tuvo la mala suerte de que la despreciaras, pese al am