ISABELLA RODRÍGUEZ—Isabella… No sé qué fue lo que te hizo salir de la casa de esa forma, pero divorciarnos es la peor manera de arreglarlo. Así que deja de hacer este berrinche tonto… y vayamos a mi despacho a hablarlo —dijo Gabriel altanero, viendo con desprecio el documento entre sus manos.—¡¿Hablarlo?! —Quería golpearlo y gritar hasta desgarrar mi garganta—. ¡Lo sé todo! ¡Ya me enteré de lo vil y desgraciado que eres en verdad! ¡Mientras tú le ahorrabas unas monedas a tu empresa, yo perdía a mi papá!Decirlo en voz alta era más doloroso de lo que creí, de pronto todas las heridas se abrieron y sangraron como si fueran recién hechas. Las lágrimas entur
GABRIEL SILVA En cuanto Isabella se fue, no pude evitar descargar mi ira sobre Celeste. Después de ser por años mi adoración, la tomé del brazo y sin importarme que estuviera descalza y usando solo ese camisón de seda tan delgado, la eché a la calle. Gritó e intentó explicarse, pero mis oídos eran sordos a sus súplicas. Solo pensaba en cada secreto que le oculté a Isabella y en que mi mayor miedo se había hecho realidad, ahora sabía que yo era el responsable de la tragedia que la asoló por tanto tiempo. ¿Cómo podía regresar a ella sabiendo que su padre murió por mi culpa? Ya no había forma de arreglar las cosas. Por un momento vi esa acta de divorcio sobre la mesa y pensé en firmar y darme por vencido. ¿Había perdido? —¡No! —grité desesperado antes de romper el acta en m
GABRIEL SILVA—¿Gabriel? ¿Qué haces con la prometida de tu primo? —preguntó mi abuelo asomándose desde su despacho.—Estoy a punto de matarla —contesté sin apartar mi mirada de ella—. Me negaste estar con Isabella porque solo nos había traído problemas, pero dejas a Daniel que esté con Celeste, cuando ella se casó conmigo hace años y ahora ha decidido estar con él.—Lo sé… La reconocí de inmediato —dijo mi abuelo suspirando con pesar—. Ella solo ha sido una víctima de las circunstancias, Gabriel, y al parecer, de ti también. Ella no ha traído desgracias a la familia como lo hizo Isabella, ella… tuvo la mala suerte de que la despreciaras, pese al am
ISABELLA RODRÍGUEZ —¡Necesito otra prueba de embarazo! —exclamé en el mostrador ante la mirada de la señorita. —¿No es la tercera vez que viene? —preguntó asustada. Parecía que estaba ante una psicópata y tal vez tenía razón. —Es la cuarta… —respondió Yola detrás de mí, harta, fastidiada de tener que acompañarme—. Si María ya dijo que con dos son suficientes, ¿por qué estamos aquí? No va a cambiar nada. —¡Deben de estar mal! —Ahogué un grito mientras pegaba en el piso con los pies. La gente no sabía si tenía ganas de ir al baño o convulsionaba—. ¡Deme otra, pero de diferente marca! La señorita buscó con la mirada a Yola, como solicitando su ayuda. —¡Ya basta, Isabella! —exclamó mi rep
MARÍA MURILLO —Sabía que no me decepcionarías… Eres una doctora muy capaz, te mereces cada reconocimiento —dijo orgulloso después de que le conté mi vida en el hospital de Milán—, pero me causa intriga… ¿Qué haces aquí? Dudo que solo fuera para visitarme. Agaché la mirada y comencé con esa manía de seguir las líneas en la madera de la mesa, con mis dedos. —Hablé con Isabella… —Eso fue suficiente para que se levantara, molesto y dando un resoplido—. Daniel, estoy muy preocupada por ti. No es normal que te comportes de esa manera tan hostil y agresiva. —¿Hostil y agresiva? Solo sé lo que quiero y lo obtendré. Haré que ese anciano me haga su heredero único, me dé el dinero y una vez que lo haga, ningún Silva volverá a recibir ni un solo centavo, la empresa trabajará para mí y mis proyectos… ISABELLA RODRÍGUEZ Era curioso ver como todo ardía desde lejos. Gabriel había desaparecido por completo, en cambio Daniel estaba en el ojo del huracán. Su boda con Celeste era casi un hecho y los rumores decían que su abuelo ya había corregido por fin el testamento. La vida en Milán era pacífica y parecía que aquí no había causado eco todas esas controversias que venía arrastrando y que acabaron con mi carrera. De momento Yola hacía milagros para vender mis canciones y conseguirme pequeñas presentaciones en bares y auditorios pequeños, que se llenaban rápidamente. Tenía fe en que, si me mantenía constante y lejos de los conflictos, podría volver a brillar como antes. Mi patito cada día estaba más deprimido, extrañaba a Gabriel y no tenía delicadeza al decírmelo. ¿Cómo podía explicarle que nunca lo volveríamos a ver? ¡Cómo me arrepentía por haberle dado una oportunidad a Gabriel! No solo me arruinó a mí, sino a mi bebé. —¿Mami? —preguntó mi patito trayéndome de nuevo a la realidCapítulo 53: Hija pródiga
ISABELLA RODRÍGUEZ¡Bien! ¿Cuántas veces en la vida un desconocido atractivo te dice que eres hija de una de las personas más adineradas del mundo? Sonaba tan fabuloso como irracional, pero ¿no había sido así mi vida los últimos años, siendo víctima de problemas que a nadie le pasan? Resoplé frente a la hermosa y elegante casa mientras Sebastián esperaba a mi lado, con impaciencia, viendo su reloj sin saber en qué momento interrumpir mi concentración y hacerme pasar. —¿Necesitas más tiempo? Romina está esperando… —dijo con el ceño fruncido.—¿Tu jefa? —Algo así… —Abrió la puerta para mí. El interior era más impresionante que la fachada—. Es mi tía, pero también soy su abogado de confianza. —¿Eso significa que tú y yo somos…? —Primos.—Siempre y cuando sea la chica correcta.—Lo eres…—¿Cómo sabes? ¡Ni siquiera hay una prueba de ADN que lo garantice! —Claro que sí, ¿recuerdas nuestro encuentro fuera de la farmacia? En ese momento tomé la muestra.Intenté recordar si sentí algún pe
ISABELLA RODRÍGUEZAntes de que pudiera exclamar todas las maldiciones que venían a mi mente, Sebastián me arrastró fuera de la habitación, dejando a Romina con la boca abierta y tan confundida como yo. —¡¿Soy la hermana de Celeste?! —grité, pero de inmediato me cubrió la boca y me obligó a sentarme en uno de los costosos sillones de la estancia. —Es tu hermana mayor… —contestó entre dientes, no parecía que ella fuera de su agrado.—Creo que hay muchas inconsistencias… En primera, ella se apellida Cárdenas. —Tu padre no venía de una familia adinerada y su apellido no adornó el nombre de casada de tu madre, pero si descendió hacia ustedes. Eres Isabella Cárdenas, hija de Iván Cárdenas y Romina De la Cruz, hermana menor de Celeste Cárdenas. Mi estómago se revolvió. Supuse que ya era demasiada buena suerte tener a la gentil y dulce Romina como madre.—Romina no sabe de Celeste, ¿cierto?—No, y así se quedará. Por eso la traje aquí, lejos de cualquier noticia local. Todo lo que ve, pa