ISABELLA RODRÍGUEZ
No podía dormir, así que muy temprano por la mañana me levanté para preparar el desayuno, para mi sorpresa, María ya estaba haciéndolo. Me sonrió con gentileza antes de llevar la jarra con jugo hacia la mesa donde Daniel ya se encontraba leyendo las noticias en su celular. Parecía tan sombrío y cruel que me temía estar cometiendo un error al irme con él.
—Sé que no parece el hombre más amigable del mundo, pero no siempre fue así —dijo el abuelo detrás de mí, viendo en la misma dirección—. Era un hombre lleno de sueños y ambiciones, pero sobre todo de alegría.
—¿Qué le pasó? —pregunté en voz baja.
—Nadie muere de un corazón roto, por lo menos, no físicamente, pero en el caso de Daniel, su alma f
ISABELLA RODRÍGUEZLos meses pasaron como agua y olvidé el infierno en el que viví, pero no al demonio que me torturó. Gabriel se me había clavado en el cerebro y lamentablemente también en el corazón. Aunque me rehusaba a ver cualquier cosa que estuviera asociada a él, inconsciente buscaba noticias suyas. Había desarrollado una clase de masoquismo.—¡Bien dicen que no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla! —gritó eufórica la presentadora del noticiero mientras María me hacía mi ultrasonido y platicaba con mi pequeño patito, inquieto en mi vientre. Escucharla siempre lo ponía alegre.—¡Así es! Por fin el multimillonario y CEO de la empresa Silva-Montalvo ha contraído
ISABELLA RODRÍGUEZDaniel había acertado, conforme mis canciones se hicieron famosas, los contratos comenzaron a llegar, y no para comprarlas, sino para que yo misma las cantara. Me sentía lista, pues había terminado mis estudios en «Conservatorio di Musica di Milano», donde perfeccioné mi voz.Cuando me presenté en la disquera, me desilusionó ver que lo primero que inspeccionaron fue mi físico. Poco les importó saber si sabía cantar o tocar algún instrumento. De nuevo Daniel tenía razón. Mi belleza me abrió las puertas y mi talento los convenció. Fue cuestión de tiempo para empezar a tocar en pequeños clubes y auditorios. Un día me desperté escuchando mi voz en la radio y encontrando mis canciones en todas las plataformas digitales.&
ISABELLA RODRÍGUEZMi pequeño patito estaba profundamente dormido, abrazando una almohada sobre la cama de esa lujosa y elegante habitación de hotel. Parecía un dulce querubín y no me sentía capaz de dejarlo aquí. Aunque Daniel había contratado una niñera con buenas referencias, no quería apartarme de él, como si los malos recuerdos pudieran también dañarlo. Dentro del auto, Daniel me entregó una sortija plateada con un diamante. Se veía hermosa y brillaba con las luces que entraban por el parabrisas. Al verla más de cerca me di cuenta de que el diamante solo era cristal pulido y la sortija de plata. No estaba en contra de ser austera, pero… ¿cómo era posible que la esposa de un hombre como él tuviera una baratija así? Creo que podría invertir un poco más para que su mentira fuera creíble. —¿Es en serio? —le pregunté alzando la sortija.—No esperarás que le dé una sortija de oro y diamantes a mi esposa falsa… —No, pero… ¿Esto? —Torcí los ojos mientras deslizaba el anillo por mi ded
GABRIEL SILVAFue una sorpresa que ese «doctorcito» resultara ser el nieto bastardo de mi abuelo. Sabía que su presencia solo afirmaba que el testamento cambiaría y eso me hubiera preocupado si la esposa de mi «primo» no se hubiera apoderado de toda mi atención.Su belleza era nueva y al mismo tiempo conocida. Swan, la cantante que estaba enamorando a toda Europa con su voz y que ocultaba algo en sus ojos, su piel, su hermoso cabello y su curvilínea figura.Mientras mi abuelo llevaba a Daniel a su despacho para tener una charla privada, yo no pude evitar seguir con la mirada a esa mujer. Su alma vibraba diferente y a la vez me hacía sentir que ya la conocía.Por un breve momento, sus hermosos ojos azules se po
ISABELLA RODRÍGUEZLo intenté, juro que lo hice, pero el beso no fue agradable, se sentía forzado e insípido. Aunque Daniel había sido de gran ayuda en todo este tiempo, no había podido desarrollar un cariño más profundo hacia él. —Lo siento… —susurré contra sus labios y cuando me quise alejar, sus manos apresaron mis brazos.—¿Por qué? —preguntó aún con los ojos cerrados y su frente pegada a la mía—. ¿Por qué una mujer fuerte y con un alma tan grande, desea al hombre que la hirió, pero no al que la curó?Su pregunta me dejó sin palabras. ¿No tenía razón? ¿Por qué me aferraba a Gabriel, cuando él había sido mi perdición, mientras que Daniel, quien me había sacado del problema, no despertaba nada en mí? —Me gustaría tener una respuesta para eso… —respondí cabizbaja. —Solo no me digas que es por… —No alcanzó a decirlo, pero sabía bien a quien se refería. —María… —agregué y quise sonreír, pero no pude—. Ella…—Ella está haciendo su vida como la doctora que ahora es. Tú misma lo dijis
ISABELLA RODRÍGUEZA la mañana siguiente pedí el desayuno a la habitación y busqué a Daniel, pero no lo encontré. Me preocupé de que la depresión de la noche anterior hubiera generado estragos. Me lo tomé con calma, le di un buen baño de burbujas a Javier y en cuanto llegó el desayuno, pude ver a Daniel en la mesa, tan radiante y amargado como siempre. ¿En qué momento había aparecido? ¿Dónde se había metido?Escondía su semblante mortecino detrás de una taza de café bien cargado. En completo silencio comencé a acercarle la comida a Javier, pero sin despegar la mirada de Daniel. Si había sufrido tanto por Celeste, ¿era posible que María lograra calmar su dolor o, por el contrario, terminaría siendo arrastrada a
GABRIEL SILVA Después de desempolvar ese viejo piano que me acompañó durante toda mi adolescencia, comencé a pasear mis dedos por sus teclas, recordando el placer que sentía al tocarlo, mientras pensaba en Isabella y su nuevo rostro. Esa cicatriz que significaba culpabilidad y remordimiento había desaparecido, pero al mismo tiempo, el resto de la armonía se había perdido, sus mejillas eran escasas, su nariz ligeramente más fina. No iba a negar que seguía siendo hermosa, pues su alma era lo que le daba sentido a su belleza, pero había algo que no me convencía del todo. Dejé caer mis manos sobre las teclas, haciendo que un estridente sonido inundara el recinto. Me levanté súbitamente y salí del salón de música. Presuroso pasé entre cada uno de los sirvientes sin emitir ni un solo sonido. Las luces aún eran tenues y no había
GABRIEL SILVA —¿Qué hacemos aquí? —le pregunté a Montalvo mientras nos abríamos paso entre la multitud. La terraza del hotel más grande y caro de la ciudad estaba a reventar. No cabía ni una sola alma en la barra y las luces de colores solo me estaban generando dolor de cabeza. —Pediste que investigara a esa cantante, Swan… ¿Recuerdas? —Ajá… —Sus canciones están a nombre de Isabella Rodríguez. Al parecer vivía aquí y migró a Italia, obtuvo la nacionalidad y, no solo eso, tuvo un hijo. Se desconoce quién es el padre. No pude evitar sonreír de medio lado. Yo sabía bien quién era el padre, solo hacía falta que lo confirmara. De pronto una idea saltó a mi mente. —¿Sabes si se realizó cirugías estéticas? —¿Cirugías estéticas? ¡Gabriel! ¡¿Eso qué importa?! ¡Ella es la chica de la tragedia de la familia Rodríguez! ¡Su padre murió y ella quedó desfigurada por nuestra culpa! No, corrijo… ¡Por tu puta culpa! —Lo sé… —contesté cabizbajo. Casi había olvidado cómo se sentía el peso de