ISABELLA RODRÍGUEZTodo pasó tan rápido que… no sabía cómo procesarlo. Con ambas manos en mi abdomen, como si así pudiera sostener y proteger a mi bebé de mi propio dolor, traté de asimilar las palabras de Daniel. —Lo siento, Isabella… —dijo desconcertado, viendo como estaba a punto de colapsar.—¿Por qué? —No entendí qué era lo que estaba preguntando en realidad. ¿Por qué murió? ¿Por qué me abandonó? ¿Por qué no conocería a su nieto? ¿Por qué un día simplemente se fue sin que pudiera decirle cuanto lo amaba y que era el mejor padre del mundo, creyendo que al día siguiente la rutina seguiría?—Era algo que ocurriría… Estabas consciente de eso…Levanté mi mano, pidiéndole que se detuviera y mis piernas fallaron, mi dolor explotó en mi boca, entre gritos y sollozos, el nudo en mi garganta reventó dolorosamente y no pude controlar mis lamentos, era como si al gritar tan fuerte pudiera mitigar un poco mi agonía. Daniel se hincó a mi lado, evitando que mi caída fuera aparatosa. Me estrec
ISABELLA RODRÍGUEZ—Felicidades… —Me puse de pie, poniendo distancia de por medio entre ellos y yo—. Me alegra mucho que vayan a ser padres.Papá… por favor, sácame de esto, como tu último acto de amor hacia mí, libérame de este par, no quiero que me vean débil, no quiero que noten que sus palabras me lastiman. Sálvame, papá, una última vez.Como si él aún estuviera aquí, el cielo, que hasta el momento estaba despejado, se nubló. En un par de segundos las primeras gotas comenzaron a caer, espantando a los reporteros y haciendo gritar a Valentina que temía arruinar su costoso vestido.—¡Gabriel! ¡Hay que irnos! —grit&
ISABELLA RODRÍGUEZNo podía dormir, así que muy temprano por la mañana me levanté para preparar el desayuno, para mi sorpresa, María ya estaba haciéndolo. Me sonrió con gentileza antes de llevar la jarra con jugo hacia la mesa donde Daniel ya se encontraba leyendo las noticias en su celular. Parecía tan sombrío y cruel que me temía estar cometiendo un error al irme con él.—Sé que no parece el hombre más amigable del mundo, pero no siempre fue así —dijo el abuelo detrás de mí, viendo en la misma dirección—. Era un hombre lleno de sueños y ambiciones, pero sobre todo de alegría.—¿Qué le pasó? —pregunté en voz baja.—Nadie muere de un corazón roto, por lo menos, no físicamente, pero en el caso de Daniel, su alma f
ISABELLA RODRÍGUEZLos meses pasaron como agua y olvidé el infierno en el que viví, pero no al demonio que me torturó. Gabriel se me había clavado en el cerebro y lamentablemente también en el corazón. Aunque me rehusaba a ver cualquier cosa que estuviera asociada a él, inconsciente buscaba noticias suyas. Había desarrollado una clase de masoquismo.—¡Bien dicen que no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla! —gritó eufórica la presentadora del noticiero mientras María me hacía mi ultrasonido y platicaba con mi pequeño patito, inquieto en mi vientre. Escucharla siempre lo ponía alegre.—¡Así es! Por fin el multimillonario y CEO de la empresa Silva-Montalvo ha contraído
ISABELLA RODRÍGUEZDaniel había acertado, conforme mis canciones se hicieron famosas, los contratos comenzaron a llegar, y no para comprarlas, sino para que yo misma las cantara. Me sentía lista, pues había terminado mis estudios en «Conservatorio di Musica di Milano», donde perfeccioné mi voz.Cuando me presenté en la disquera, me desilusionó ver que lo primero que inspeccionaron fue mi físico. Poco les importó saber si sabía cantar o tocar algún instrumento. De nuevo Daniel tenía razón. Mi belleza me abrió las puertas y mi talento los convenció. Fue cuestión de tiempo para empezar a tocar en pequeños clubes y auditorios. Un día me desperté escuchando mi voz en la radio y encontrando mis canciones en todas las plataformas digitales.&
ISABELLA RODRÍGUEZMi pequeño patito estaba profundamente dormido, abrazando una almohada sobre la cama de esa lujosa y elegante habitación de hotel. Parecía un dulce querubín y no me sentía capaz de dejarlo aquí. Aunque Daniel había contratado una niñera con buenas referencias, no quería apartarme de él, como si los malos recuerdos pudieran también dañarlo. Dentro del auto, Daniel me entregó una sortija plateada con un diamante. Se veía hermosa y brillaba con las luces que entraban por el parabrisas. Al verla más de cerca me di cuenta de que el diamante solo era cristal pulido y la sortija de plata. No estaba en contra de ser austera, pero… ¿cómo era posible que la esposa de un hombre como él tuviera una baratija así? Creo que podría invertir un poco más para que su mentira fuera creíble. —¿Es en serio? —le pregunté alzando la sortija.—No esperarás que le dé una sortija de oro y diamantes a mi esposa falsa… —No, pero… ¿Esto? —Torcí los ojos mientras deslizaba el anillo por mi ded
GABRIEL SILVAFue una sorpresa que ese «doctorcito» resultara ser el nieto bastardo de mi abuelo. Sabía que su presencia solo afirmaba que el testamento cambiaría y eso me hubiera preocupado si la esposa de mi «primo» no se hubiera apoderado de toda mi atención.Su belleza era nueva y al mismo tiempo conocida. Swan, la cantante que estaba enamorando a toda Europa con su voz y que ocultaba algo en sus ojos, su piel, su hermoso cabello y su curvilínea figura.Mientras mi abuelo llevaba a Daniel a su despacho para tener una charla privada, yo no pude evitar seguir con la mirada a esa mujer. Su alma vibraba diferente y a la vez me hacía sentir que ya la conocía.Por un breve momento, sus hermosos ojos azules se po
ISABELLA RODRÍGUEZLo intenté, juro que lo hice, pero el beso no fue agradable, se sentía forzado e insípido. Aunque Daniel había sido de gran ayuda en todo este tiempo, no había podido desarrollar un cariño más profundo hacia él. —Lo siento… —susurré contra sus labios y cuando me quise alejar, sus manos apresaron mis brazos.—¿Por qué? —preguntó aún con los ojos cerrados y su frente pegada a la mía—. ¿Por qué una mujer fuerte y con un alma tan grande, desea al hombre que la hirió, pero no al que la curó?Su pregunta me dejó sin palabras. ¿No tenía razón? ¿Por qué me aferraba a Gabriel, cuando él había sido mi perdición, mientras que Daniel, quien me había sacado del problema, no despertaba nada en mí? —Me gustaría tener una respuesta para eso… —respondí cabizbaja. —Solo no me digas que es por… —No alcanzó a decirlo, pero sabía bien a quien se refería. —María… —agregué y quise sonreír, pero no pude—. Ella…—Ella está haciendo su vida como la doctora que ahora es. Tú misma lo dijis