MARÍA MURILLO
—Soy la madre de Paula… —dijo Celeste acercándose lentamente hacia nosotros, haciendo que el hombre que me tenía amenazada se tensara, pude notarlo incluso en el filo de su cuchillo que descansaba sobre mi cuello.
—No te acerques o la degüello —amenazó mi atacante, pero Celeste no se detuvo. ¿Por qué habría de hacerlo? No era como que mi vida le importara.
—Regrésame a mi hija —insistió con los ojos llenos de lágrimas.
—Celeste… ven acá —dijo Daniel en un susurro, intentando alcanzar su mano.
—¡No! ¡Quiero a mi hija de regreso! —gritó furiosa.<
ISABELLA RODRÍGUEZCuando Gabriel regresó en la noche, corrí hacia la puerta, preocupada por creerlo herido. Había salido en busca de María y sabía que la zona a la que se dirigía era la misma que Ramírez había estado vigilando, incluso temía que Celeste hubiera inspeccionado el despacho de Gabriel y encontrado de esa forma el sitio. Mis pasos se clavaron al piso en cuanto lo vi. Parecía estar íntegro, pero su rostro era una mueca de confusión y sus ojos me veían como si fueran los de un niño que espera un regaño. Cubierta por su abrigo, se encontraba una niña de cabellos negros y ojos azules, era notorio el parecido con Celeste, y por supuesto, conmigo. ¿No era obvio? era mi sobrina, y parecía un cachorro asustado y tembloroso.—¿Dónde está María? ¿Qué fue lo que ocurrió? —pregunté ansiosa, acercándome a Gabriel y tomando su rostro entre mis manos. Acariciando sus mejillas queriendo reconfortarlo, embargada por esa necesidad de protegerlo de alguna manera.—Solo se llevó un rasguño…
ISABELLA RODRÍGUEZMe quedé en el marco de la puerta, viendo cómo los niños hablaban y jugaban. Todo giraba alrededor de Sara, que le llevaba cualquier instrumento a Javier para que lo tocara, mientras este intentaba hacer sonreír a Paula. Mi niño tenía un corazón muy grande y era notoria su preocupación por su nueva prima.—¿Dónde está tu papá? —preguntó Paula fijando su vista en mí, era un tema que no pasaría tan fácil.—Él murió… —contesté cabizbaja y noté el miedo en sus ojos—. Sufrió un trágico accidente hace años.—¿Lo extrañas mucho? —insisti&oacu
ISABELLA RODRÍGUEZAcompañamos a María al aeropuerto, pidió privacidad para comprar su boleto de avión y, aunque por la hora intenté deducir su destino, no fue tan sencillo adivinarlo. Nos despedimos entre llanto y risas, esperando que su futuro, a donde fuera que ella migrara, fuera mejor del que proyectaba al lado de Daniel.No se movió ni un solo paso y esperó a que Yolanda y yo saliéramos del aeropuerto, estaba siendo muy meticulosa para evitar que descubriéramos a donde iba.—Odio a Daniel… —dijo Yolanda arrastrando los pies—. ¿Por qué tenemos que perder a María por culpa de ese idiota? ¡Que mejor se vaya él con su Celeste y nos deje en paz!—
GABRIEL SILVA —¿La adoptó? ¡Pues no le quedaba de otra! ¡Abandonaste a tu hermana con ellos después de obtener el dinero! —grité furioso. No había manera de que se pudiera defender ante sus actos. —Esteban me quitó el dinero y no tuve como pagarles… Me confié al saber que no serían capaces de matarla. Sinceramente creí que la regresarían a mis padres, pero… la dieron por muerta. Incluso yo pensé que en verdad la habían matado, sin embargo, no podía presentarme a la policía y decir que conocía a los secuestradores… sería como echarme el lazo al cuello, además… tenía más preocupaciones. Su mano se posó en su vientre con melancolía. —Paula… —dijo Daniel—. Mi hija. —No he dicho que sea tuya —contestó Celeste con media sonrisa—. ¿Se te olvida que en esas épocas también compartí la cama con Gabriel? —¡Te hiciste la prueba de embarazo antes de casarte con él! —insistió Daniel, recobrando su coraje—. ¿Recuerdas cuando te descubrí? ¡Días después regresaste diciendo que habías abortado
GABRIEL SILVA —¡¿Cómo que no lo sabes?! —exclamó Daniel furioso. —Ella no quiere que la encuentres… A nadie le dijo a dónde iba. ¿Así o más obvio cuanto te aborrece? —La encontraré… Esto no se quedará así. —Me soltó, dejándome caer en el piso y encaminándose hacia la salida del hospital. —Déjala en paz… —Me sacudí el polvo y lo alcancé—. No has demostrado estar seguro de tus sentimientos por ella. Le diste la espalda en el bosque, ¿qué esperabas? ¡Ya no la jodas más! —Tú también has cometido errores, Gabriel —dijo volteando abruptamente hacia mí—. No te rendiste hasta que lograste tener a Isabella a tu lado, ¿yo por qué habría de hacerlo? Mientras nos veíamos fijamente a los ojos, mi celular comenzó a sonar. Sin apartar la vista contesté, escuchando la voz de Isabella, la cual sonaba tensa y no tan melodiosa como siempre. —¿Gabriel? —preguntó ansiosa. —¿Qué ocurre? ¿Todo bien? —¡No! ¡No encuentro a los niños! ¡Paula y Javier desaparecieron! ¤ ISABELLA RODRÍGUEZ —Tito… ti
ISABELLA RODRÍGUEZSi Esteban había capturado a los niños, los tendría en esa bodega. No tenía otro lugar a donde ir, además… cuando lo pierdes todo, no hay otro lugar al cual acudir que en donde quedaron los restos de tu vida. La sensación de que Esteban y yo compartíamos algo en especial me revolvía el estómago.—¿Isabella?Escuché la voz de Gabriel del otro lado de la línea, regresándome a la realidad. —¡Tenemos que ir a…! —comencé a explicarme, pero me interrumpió.—Isabella… Te amo, lo sabes, pero en este momento estoy demasiado ocupado y tenso.—Gabriel, creo saber&hell
ISABELLA RODRÍGUEZ—¿Mami? ¿Mamita? Despierta…Escuché la dulce voz de mi patito y por un momento me imaginé que estaba en casa, aún en la cama, incluso si extendía mi mano, podría sentir el tibio cuerpo de Gabriel durmiendo a mi lado, pero entonces me di cuenta de que no podía mover las manos y que en vez de cama, estaba sobre el suelo, entre basura y vidrios rotos.Abrí los ojos y, para mi sorpresa, me encontré con mi patito y Paula, que me veían preocupados. Con muy poca delicadeza, mi sobrina me arrancó la cinta de la boca, me había depilado medio rostro. La piel me palpitaba y sentía algo de adhesivo en mis labios.—¿Cómo se liberaron? &mda
ISABELLA RODRÍGUEZ Cuando intenté levantarme, Esteban me tomó por el cabello al mismo tiempo que mi mano se cerró alrededor de un pedazo de cristal roto que terminó en su muslo, motivándolo a liberarme entre quejidos de dolor y maldiciones. Intenté correr, buscar otra salida, pero las ventanas estaban tapiadas con placas de acero e intentar subir a los respiradores significaba tener que atravesar las llamas que cada vez estaban más cerca. Como si el humo no fuera suficiente para comenzar a asfixiarme, su brazo rodeó mi cuello. —Todo era tan jodidamente fácil… No teníamos que llegar a esto —dijo en mi oído y, mientras con una mano intentaba liberarme de su agarre, la otra intentaba golpearlo—. Crees que yo soy el malo, cuando Gabriel ha hecho lo mismo. Me consideras el villano de tu historia mientras tu reducido cerebro se