ISABELLA RODRÍGUEZ
Logré enredar mis brazos a su cuello mientras lo llenaba de besos insistentes y sedientos, era la única forma en la que ese maldito nudo en la garganta comenzaba a deshacerse.
—Tranquila, todo está bien… —dijo en un susurro sin poder controlar mi efusividad—. Ya estoy aquí.
—No quise alejarme de ti ni por un segundo, pero…
—Shhh… —Acarició mis labios con su pulgar, silenciándome con dulzura—. Lo sé…
—Tienes que irte… Si te descubre no dudará en…
—Ya lo sé… —agregó dándome un beso tierno en los labios.
—Pero…
—Confía en mí… Solucionaré esto, lo juro. —Sus o
GABRIEL SILVA No pude más contra mis instintos y cuando sentí sus caderas entre mis manos y su cuerpo se retorció de esa manera tan dulce, le saqué el vestido, dejándola en lencería y liguero. Isabella no era como todas esas mujeres con las que alguna vez había estado, no se comportaba sensual y salvaje, no era experta en la cama y su mirada no destilaba lujuria, pero había algo en su nerviosismo y sus ojos cargados de súplica que me enloquecía y me hacía sentir hambriento por someterla. Este era el único momento en el que su rebeldía se veía reducida y se comportaba dócil y frágil. Estaba ardiendo, mi entrepierna palpitando y mi mente completamente nublada por el deseo. Desgarré sus bragas y le arranqué el brassier, deseoso de volver a saborearla. Quería ser gentil, per
GABRIEL SILVA —¿Crees que funcione? —preguntó Daniel viendo la enorme mansión delante. —Los Silva podremos despedazarnos entre nosotros, pero jamás permitir que alguien se meta con algún integrante de la familia —respondí ajustándome la corbata. —Te recuerdo que no soy un Silva muy querido. —Bufó. —Me queda claro, pero llevas de la mano a la mujer que te abrirá las puertas. Daniel volteó hacia María, quien lucía un encantador vestido azul que le daba una apariencia angelical. Ella era reconocida por su labor médica, aunque su nombre no era tan escuchado como el de Daniel, tenía una reputación intachable y era conocida por su compromiso y dulzura, dejaría una gran impresión en los abuelos, y si eso no funcionaba, tenía mi plan B. —¿Estás lista? —pregunté a Isabella quien veía el lugar con horror, de seguro rememorando viejos traumas. —Eso creo… —agregó antes de salir del auto. —¡Mami! ¡¿Podemos ir a ese bonito puente a jugar?! —exclamó Javier con emoción. ¤ —¿Qué demonios hac
MARÍA MURILLOLas palabras de Isabella causaron eco conforme las pronunció. Aunque fue un monólogo largo, yo solo me quedé con dos cosas: Celeste es una víctima como nosotros y tiene una hija que bien podría ser de Daniel. Ese hijo por el que tanto tiempo lloró y que lo convirtió en un hombre miserable y cruel al creer que lo había perdido, estaba vivo, era una niña y era el producto de amor que había tenido con Celeste. —Podría ser hija de Gabriel… —agregó Isabella, notando mi semblante deprimente y patético. —Tengo tan mala suerte con Daniel, que puedo jurar que es su hija —contesté con la mirada perdida en el lago—. Tenemos que decírselo cuanto antes, no es bueno ocultarlo por más tiempo. Le… dará gusto saberlo.—María… —Ya salieron —dije mientras veía como el par de primos atravesaban el pórtico, acompañados de su abuelo. Era curioso ver a Daniel sonriendo con arrogancia, estaba orgulloso de lo que habían logrado, no necesitaba preguntárselo, podía leerlo en sus ojos. Era un l
MARÍA MURILLO Estaba caminando por la cuerda floja, sabía que entre más lejos llegáramos, más difícil sería decir adiós, aun así, permití que me recostara sobre la cama y que sus manos recorrieran mis muslos mientras su boca me seducía con suaves besos en el cuello. El calor de su cuerpo relajó el mío y dejé que me desnudara, llenando de besos cada parte de mi piel que descubría. No pude evitar intentar cubrirme con mis manos, avergonzada porque me viera así. Me sentía cada vez más nerviosa y eso solo hizo que sonriera divertido mientras se deshacía de su playera y desabotonaba su pantalón, haciendo que mi vergüenza aumentara. Sabía bien que era un hombre que cuidaba su físico, sabía su rutina y podía adivinar que seguía haciéndola. Corría todas las mañanas y pasaba una o dos horas en el gimnasio por las noches. Su cuerpo delataba que era una costumbre que no había abandonado. Me tomó por las muñecas con suavidad, descubriendo mi cuerpo para él. Cerré los ojos, pues yo era todo lo
MARÍA MURILLO—No podemos dejar que Esteban se case con Celeste… —dijo Gabriel pasando una moneda entre sus dedos, parecía que estaba tocando el piano.—¿Cómo lo evitaremos? ¿Secuestrándola? ¿Matándolo? Tuvimos que terminar con él en cuanto tuvimos la oportunidad —dijo Daniel furioso, viendo por la ventana.—Tal vez podamos hacerla entrar en razón —agregó Isabella, ganándose la mirada escéptica de todos—. ¡Ya sé! A nadie le agrada la idea de que ella pueda ser inocente, pero…—¿Inocente? ¿Después de todo lo que hizo? Es una maldita egoísta, lo único que la mueve son sus propios intereses.
ISABELLA RODRÍGUEZ —Mamá me dijo algo que yo no quería creer… Que serías capaz de darme el corazón si lo necesitara. Por favor, si es verdad que esa hermana mayor dulce y protectora existe aún dentro de ti, entonces vámonos, solucionaremos las cosas de diferente manera… Encontraremos a tu hija y… —¿La encontraremos? ¡¿Cómo?! El único que sabe dónde está, es Esteban… Si me voy, sí hago algo que lo moleste, se desquitará con ella —confesó con el corazón lleno de dolor—. ¡¿Qué más quieres Isabella?! ¡Ya estás con el hombre que te hace feliz y tus encantadores hijos! ¡No te metas en mi vida y déjame que solucione mis problemas yo sola! —Tienes una hija en peligro y no has sabido como solucionarlo en tantos años, ¿qué te hace creer que podrás hacerlo sola en los siguientes doce? —preguntó Daniel, entrando furioso a la habitación—. Vámonos ya. Unirte a Esteban solo lo hará más fuerte y menos podrás ver a tu hija. —Daniel… —Celeste parecía un animal asustado y renuente. —Por favor… So
MARÍA MURILLO Bien dicen que dónde hubo fuego, cenizas quedan. Tal vez Yolanda tenía razón y siempre había esa obsesión por lo que no podemos tener, y me incluyo, porque tal vez es lo mismo que sufro con Daniel, me aferré a él porque sé que nunca será mío. Los interrumpí antes de que siguieran machacando mi corazón, y le entregué el vaso con agua a Celeste. Sin emitir ni una sola palabra, Daniel salió de la habitación, huyendo del caos que vivía en su cabeza. —¿Lo lograste? —preguntó Celeste mientras tomaba las pastillas que le había dado Daniel. —¿De qué hablas? —¿Pudiste acercarte a él como una mujer y no como la niña que vio crecer? —Eso es algo que a ti no te importa…
MARÍA MURILLO—Soy la madre de Paula… —dijo Celeste acercándose lentamente hacia nosotros, haciendo que el hombre que me tenía amenazada se tensara, pude notarlo incluso en el filo de su cuchillo que descansaba sobre mi cuello.—No te acerques o la degüello —amenazó mi atacante, pero Celeste no se detuvo. ¿Por qué habría de hacerlo? No era como que mi vida le importara.—Regrésame a mi hija —insistió con los ojos llenos de lágrimas.—Celeste… ven acá —dijo Daniel en un susurro, intentando alcanzar su mano.—¡No! ¡Quiero a mi hija de regreso! —gritó furiosa.<