ISABELLA RODRÍGUEZ—¿Qué harás? —preguntó Esteban con una sonrisa—. Regresarás a los brazos de Gabriel y ¿qué? Después de eso lo meteré a la cárcel por todos los cargos que puedas imaginar. De todas maneras, lo perderás.—Encontraremos la forma… —dije entre dientes.—Te voy a pláticar lo que va a pasar… —agregó con paciencia y una enorme sonrisa—. Él se va a la cárcel, tú al manicomio y los niños al orfanato. ¿Qué te parece? Si no estás dispuesta a hacer un pequeño sacrificio por tu familia y darme lo que quiero, entonces veré que todos perezcan al mismo tiempo. —¿Manicomio?—¡Por favor! Es más fácil meter a una persona sana al manicomio que a un inocente a la cárcel —dijo entre carcajadas—. Eso es lo que iban a hacer con Celeste una vez que le quitarán el pulmón. ¿No lo sabías?Puso su atención en Celeste que permanecía detrás de mí, con la mirada perdida y el rostro pálido. —El hombre al que amas iba a usar y desechar a Celeste como si fuera basura, haciéndola pasar como una loca
ISABELLA RODRÍGUEZ Me empujó con fuerza haciéndome caer al suelo mientras recogía cada fotografía y volvía a esconderlas en el espejo. —¡No vuelvas a tocarlas! ¡No vuelvas a entrar a mi cuarto! ¡¿Entendiste?! —Estaba furiosa, fuera de sí, tanto que me sentí intimidada. Me levanté con dificultad, me dolía el trasero. —¿Quién es Paula? —pregunté sin darle tanta importancia, pero ella corrió y cubrió mi boca con su mano. —No pronuncies ese nombre… Nunca lo hagas. —Su hostilidad estaba revuelta con miedo y tristeza. Me retiré sus manos de la boca y retrocedí, comprendiéndolo. —Es tu hija… —En ninguna foto aparecía Celeste con ella, pero contestó mi pregunta en cuanto la primera lágrima cayó por su mejilla—. ¿Quién es el padre?&nbs
ISABELLA RODRÍGUEZ Logré enredar mis brazos a su cuello mientras lo llenaba de besos insistentes y sedientos, era la única forma en la que ese maldito nudo en la garganta comenzaba a deshacerse. —Tranquila, todo está bien… —dijo en un susurro sin poder controlar mi efusividad—. Ya estoy aquí. —No quise alejarme de ti ni por un segundo, pero… —Shhh… —Acarició mis labios con su pulgar, silenciándome con dulzura—. Lo sé… —Tienes que irte… Si te descubre no dudará en… —Ya lo sé… —agregó dándome un beso tierno en los labios. —Pero… —Confía en mí… Solucionaré esto, lo juro. —Sus o
GABRIEL SILVA No pude más contra mis instintos y cuando sentí sus caderas entre mis manos y su cuerpo se retorció de esa manera tan dulce, le saqué el vestido, dejándola en lencería y liguero. Isabella no era como todas esas mujeres con las que alguna vez había estado, no se comportaba sensual y salvaje, no era experta en la cama y su mirada no destilaba lujuria, pero había algo en su nerviosismo y sus ojos cargados de súplica que me enloquecía y me hacía sentir hambriento por someterla. Este era el único momento en el que su rebeldía se veía reducida y se comportaba dócil y frágil. Estaba ardiendo, mi entrepierna palpitando y mi mente completamente nublada por el deseo. Desgarré sus bragas y le arranqué el brassier, deseoso de volver a saborearla. Quería ser gentil, per
GABRIEL SILVA —¿Crees que funcione? —preguntó Daniel viendo la enorme mansión delante. —Los Silva podremos despedazarnos entre nosotros, pero jamás permitir que alguien se meta con algún integrante de la familia —respondí ajustándome la corbata. —Te recuerdo que no soy un Silva muy querido. —Bufó. —Me queda claro, pero llevas de la mano a la mujer que te abrirá las puertas. Daniel volteó hacia María, quien lucía un encantador vestido azul que le daba una apariencia angelical. Ella era reconocida por su labor médica, aunque su nombre no era tan escuchado como el de Daniel, tenía una reputación intachable y era conocida por su compromiso y dulzura, dejaría una gran impresión en los abuelos, y si eso no funcionaba, tenía mi plan B. —¿Estás lista? —pregunté a Isabella quien veía el lugar con horror, de seguro rememorando viejos traumas. —Eso creo… —agregó antes de salir del auto. —¡Mami! ¡¿Podemos ir a ese bonito puente a jugar?! —exclamó Javier con emoción. ¤ —¿Qué demonios hac
MARÍA MURILLOLas palabras de Isabella causaron eco conforme las pronunció. Aunque fue un monólogo largo, yo solo me quedé con dos cosas: Celeste es una víctima como nosotros y tiene una hija que bien podría ser de Daniel. Ese hijo por el que tanto tiempo lloró y que lo convirtió en un hombre miserable y cruel al creer que lo había perdido, estaba vivo, era una niña y era el producto de amor que había tenido con Celeste. —Podría ser hija de Gabriel… —agregó Isabella, notando mi semblante deprimente y patético. —Tengo tan mala suerte con Daniel, que puedo jurar que es su hija —contesté con la mirada perdida en el lago—. Tenemos que decírselo cuanto antes, no es bueno ocultarlo por más tiempo. Le… dará gusto saberlo.—María… —Ya salieron —dije mientras veía como el par de primos atravesaban el pórtico, acompañados de su abuelo. Era curioso ver a Daniel sonriendo con arrogancia, estaba orgulloso de lo que habían logrado, no necesitaba preguntárselo, podía leerlo en sus ojos. Era un l
MARÍA MURILLO Estaba caminando por la cuerda floja, sabía que entre más lejos llegáramos, más difícil sería decir adiós, aun así, permití que me recostara sobre la cama y que sus manos recorrieran mis muslos mientras su boca me seducía con suaves besos en el cuello. El calor de su cuerpo relajó el mío y dejé que me desnudara, llenando de besos cada parte de mi piel que descubría. No pude evitar intentar cubrirme con mis manos, avergonzada porque me viera así. Me sentía cada vez más nerviosa y eso solo hizo que sonriera divertido mientras se deshacía de su playera y desabotonaba su pantalón, haciendo que mi vergüenza aumentara. Sabía bien que era un hombre que cuidaba su físico, sabía su rutina y podía adivinar que seguía haciéndola. Corría todas las mañanas y pasaba una o dos horas en el gimnasio por las noches. Su cuerpo delataba que era una costumbre que no había abandonado. Me tomó por las muñecas con suavidad, descubriendo mi cuerpo para él. Cerré los ojos, pues yo era todo lo
MARÍA MURILLO—No podemos dejar que Esteban se case con Celeste… —dijo Gabriel pasando una moneda entre sus dedos, parecía que estaba tocando el piano.—¿Cómo lo evitaremos? ¿Secuestrándola? ¿Matándolo? Tuvimos que terminar con él en cuanto tuvimos la oportunidad —dijo Daniel furioso, viendo por la ventana.—Tal vez podamos hacerla entrar en razón —agregó Isabella, ganándose la mirada escéptica de todos—. ¡Ya sé! A nadie le agrada la idea de que ella pueda ser inocente, pero…—¿Inocente? ¿Después de todo lo que hizo? Es una maldita egoísta, lo único que la mueve son sus propios intereses.