— Gracias – Aysling tomó una taza de té caliente que le pasó la Sra. Petra. Habían caminado un largo trecho, despacio y dando tumbos, hasta una pequeña casita de madera donde vivía esta anciana. — Desde que nos conocimos solo has dicho gracias, ya te dije que no tenías que ser tan formal – suspiró
Aysling tendría un duro camino por delante para recuperar su puesto como la legítima mate, pero ahora mismo, solo iba rumbo a la posada, después de que la gentil Sra. Petra de verdad no la engañó y le dio su ayuda. — ¡Aysling, ¿dónde estabas? ¡El posadero me dijo que desde ayer que saliste a trabaj
Aysling estaba estupefacta. Charlie le había dicho que utilizarían un talismán especial para llegar a su casa, porque no se podían teletransportar así como así al interior y luego entendió el porqué. ¡Estaban dentro de un palacio! — Char… Charlie, ¿esto qué significa? Agarró con fuerza la manga d
Mientras tanto, en otro lado del palacio. — ¿Es así? – Lea le hizo señales a la mujer que le masajeaba los hombros a su espalda y la doncella se detuvo. Caminó por la piscina de aguas templadas llenas de perfumes delicados y salió desnuda, siendo enseguida tapada con una bata transparente. Su lar
Azura estaba molesto e irritado. Cualquier mínima provocación desataba su cólera y su mal carácter, que de por sí no era muy estable, pero desde el momento en que supo que esa pequeña hembra escapó de su control, no había quien estuviese a salvo de su aura intimidante. Miraba a la pista de baile h
— Azura… — se atrevió Lea a decirle el nombre — Ya te acompañé un rato, tengo asuntos importantes de la corte que atender – la interrumpió y con la misma se levantó, haciendo que todos volvieran a estar en tensión. Lea vio su espalda al irse y su dragona interior rugía por matar. Había que ser e
— Entonces solo tengo que ir a matar a tu amante – respondió sin más la voz amenazante del animal. Esta era su hembra, SUYA, no de ningún otro macho, ni siquiera del otro cachorro de su misma madre. Hizo por levantarse para ir a desafiar al dragón de Charlie, dejando sus pequeñas manos libres, per
— Espera… espera, eso es demasiado duro, tus escamas… — miraba la cola que se iba acercando temblorosa como si tuviese vida propia, casi a punto de tocar la piel sensible del interior de su muslo. — ¿Ahora tienes miedo?, ¿por qué no me dices entonces lo que deseo escuchar? Azura apoyó los codos a