Media hora más tarde, Jenna y Rachel entraron en la exclusiva tienda del afamado diseñador Harry Stewart, donde fueron recibidas con una calidez y una atención que hicieron que Jenna se sintiera una verdadera celebridad. Las paredes de la boutique estaban adornadas con espejos con marcos dorados de intrincados diseños y lámparas de cristal, mientras que cientos de perchas con vestidos de alta costura, de noche, de día, de cóctel, etcétera, brillaban bajo la suave iluminación del local.Una amable asistente se acercó a ellas, con una sonrisa profesional y, con amabilidad, dijo:—Bienvenidas, señoritas. Nos alegra mucho recibir su visita. El señor David nos advirtió de su llegada, por lo que estoy a su entera disposición. ¿En qué las puedo ayudar?Rachel, entusiasmada como un niño pequeño en una juguetería, viendo que su amiga estaba atónita, tomó la delantera.—Buenas tardes, señorita. Estamos aquí para canjear una tarjeta especial. Mi amiga está buscando un vestido espectacular. Lo me
Jenna y Rachel se bajaron del coche de David, recibiendo la mano de Edward, quien las ayudó para que no tropezaran con sus vestidos.El dorado vestido de Jenna brillaba intensamente bajo la cálida luz del sol y, ambos trajes, junto al maquillaje y los peinados profesionales, las hacían ver como si las hubieran sacado mágicamente de una revista de modas.Jenna miró el edificio que se alzaba frente a ellas, sin poder salir de su asombro. Donde antiguamente había estado su restaurante y su casa, en la que había vivido durante los últimos seis años, antes de que un accidente eléctrico lo había incendiado y la había dejado sin trabajo y en la calle, ahora se alzaba una construcción mucho más imponente. Porque sí, su restaurante no solo estaba de pie de nuevo, sino que, además, lucía mucho mejor que antes. Sobre la entrada, colgaba un elegante letrero que rezaba el nombre con el que ella había decidido bautizar su restaurante, poco después de recibir aquel regalo de parte de su padre: «Euph
Dos meses más tarde, Jenna y Rachel se encontraban sentadas en el sofá de la sala de estar de la mansión, rodeadas por una inmensa cantidad de catálogos de flores, muestras de telas y listas interminables de detalles para la boda. A pesar del avanzado estado de embarazo de Jenna, tanto ella como David habían decidido que lo mejor era celebrar la boda para finales de primavera y que fuera la mejor que se hubiera celebrado nunca.—No puedo creer que solo falte un mes para la boda —dijo Jenna, mientras se acariciaba su abultada pancita con una mezcla de emoción y ansiedad. Sus dedos seguían el contorno de su vientre, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro al sentir una leve patadita—. Sí, lo sé cariño —añadió, mirando su barriga—. Y solo faltan dos meses para conocernos.Rachel, quien se encontraba sentada en el sofá, frente a su amiga, asintió con una amplia sonrisa y entusiasta.—Es increíble todo lo que ha sucedido en tan poco tiempo. Este año ha sido una completa locura. Y est
Quince días más tarde. El día del juicio llegó a una velocidad aterradora, llenando el aire de una palpable tensión.Ese día, después del desayuno, Jenna, David y Rachel, deseando que todo aquello terminara cuanto antes, se dirigieron al tribunal, vestidos de manera sobria y con sus expresiones serias, reflejando la gravedad del día que tenían por delante.Las calles que conducían al juzgado estaban llenas de murmullos curiosos y los periodistas se agolpaban frente a las puertas del tribunal, como era de esperarse, siendo que una de las personas que serían juzgadas se trataba de la madre de David Whitmore.Cuando los tres se bajaron del coche y se encaminaron hacia la entrada, los periodistas, como un enjambre de abejas hemofílicas se apelotonaron alrededor de ellas, intentando obtener respuestas a sus preguntas amarillistas.Sin embargo, ni Jenna, ni David y mucho menos Rachel abrieron la boca y se enfocaron en llegar a su objetivo.Una vez dentro del tribunal, Jenna, tomada al braz
Veinte días después. Después del juicio y de miles de preparativos, el día de la boda por fin había llegado y Jenna se encontraba en su habitación, preparándose con la ayuda de Margaret y de Rachel, sintiendo las emociones a flor de piel, mucho más sensible que de costumbre, mientras no dejaba de rememorar todo lo que había pasado en esos meses y que la habían conducido hasta ese punto.El día había comenzado bien temprano por la mañana, con los primeros rayos del sol filtrándose por las ventanas y llenando la habitación de una luz suave y cálida, digno de finales de primavera. Rachel había llegado a la habitación con una bandeja llena de frutas frescas, jugo de naranja y té de jazmín, el único que la obstetra le había permitido a Jenna, para intentar calmar los nervios de su amiga.—No puedo creer que por fin este día haya llegado —murmuró Jenna, mientras se secaba una lágrima de felicidad, y también en parte de nostalgia, que se había escapado sin su permiso—. He soñado tanto con e
Dos días después del nacimiento de las mellizas, el sol de la mañana bañaba con una suave y cálida luz el cuarto del hospital, mientras Jenna se hallaba sentada en la cama, con ambas mellizas en brazos, intentando amamantarlas. El cansancio era más que evidente en su rostro, pero la felicidad de haber dado a luz a sus dos pequeñas le permitía mantenerse firme, a pesar de que la preocupación empezaba a apoderarse de ella, ya que las regordetas caritas de las bebés estaban enrojecidas por el llanto.Había intentado calmarlas por todos los medios: les había cambiado el pañal, se había asegurado que no tuvieran gases y ahora intentaba amamantarlas, pero, por mucho que las pequeñas succionaran, parecía no ser suficiente.—Tranquilas, princesas, tranquilas —decía, una y otra vez, mientras las mecía.Sin embargo, no podía ignorar que sus pechos no producían suficiente leche y la desesperación comenzaba a apoderarse de ella, aunque intentaba mantener la tranquilidad, para no alterar más a Gab
Jenna y las mellizas fueron dadas de alta tres días después de su nacimiento, tras lo que David ella y las pequeñas regresaron a la mansión, dispuestos a hacer todo lo posible para adaptarse a su nueva vida como una familia de cinco.La mansión Whitmore estaba llena de felicidad y de alegría, y no solo por la llegada de las pequeñas. Cada una de las estancias y de los pasillos estaban llenos de voces alegres, risas y murmullos constantes, excepto en los momentos en los que las mellizas se encontraban durmiendo.Noah, ahora convertido en hermano mayor, estaba maravillado con sus pequeñas hermanas, mientras que Margaret, el ama de llaves, junto a Edward, el mayordomo, se habían encargado de ayudar a David a asegurarse de que todo fuera perfecto para la familia.Con la ayuda de sus empleados, David había transformado el dormitorio, que en un principio habían creído que sería solo para Gabrielle, preparándolo también para Rafaella.La habitación, iluminada por la suave luz dorada del sol,
Treinta minutos después de haber recibido la llamada de Rachel, Jenna llegó a la confitería en la que le había dicho que se encontrarían. La brisa de la tarde soplaba con suavidad, mientras Edward estacionaba el coche frente al local.—Por favor, Edward, ¿podrías esperarme? —preguntó Jenna, mientras tomaba su bolso y abría la puerta.—Claro que sí, señora. Tómese su tiempo, yo la esperaré aquí —respondió Edward con un breve asentimiento.—Muchas gracias. Procuraré no demorar demasiado —dijo Jenna, dedicándole una sonrisa agradecida, mientras se apeaba del carro.La puerta de la confitería se abrió con suavidad, y el aroma del café recién hecho y de los pasteles recién sacados del horno la envolvió por completo, aunque no logró distraerla de su objetivo.Rápidamente, buscó a su amiga con la mirada, encontrándola a lo lejos, sentada en una de las mesas que se encontraban al fondo del negocio. Rachel tenía el rostro entre sus manos y, al ver los espasmos de su cuerpo, Jenna comprobó que