¿Estás celosa, Kath?

—¿A qué vino ese comportamiento? —le preguntó su esposo apenas entraron en la habitación.

Ella no le habló enseguida, estaba furiosa.

Le dio la espalda y comenzó a buscar ropa para darse una ducha.

«Que ni sueñe que me voy a duchar con él», pensó.

Sentía mucha ira y no era en contra de él. Era por culpa de esa mujer que desde que había llegado no dejaba de intentar metérsele por los ojos a su marido.

Era bonita, tenía que reconocerlo. Muy bonita, con su cabello pelirrojo, sus pecas y esos ojos verdes…

Sentía la mirada de William seguirla a través de la habitación mientras ella abría y cerraba los cajones.

Cuando tuvo todo, se fue al baño, cerró la puerta y escuchó un grito.

—Pero, Kath, ¡¿qué te pasa?! Casi me rompes la nariz.

Su marido entró al baño y cruzó los brazos por encima de su pecho.

—Vete, me quiero duchar. —Sin importarle que estuviera ahí comenzó a desnudarse y conforme lo hacía le lanzaba la ropa a él—. ¿Por qué sigues aquí?

—Porque te recuerdo que la idea de la ducha fue
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