Azaleia Era muy difícil tener una idea de algo que nunca habías visto. Por días me pregunté como sería la gran ciudad imperial, me imaginaba muchos castillos y casas, unas al lado de la otra. Lo primero que noté es que mientras más nos acercábamos más edificaciones, estatuas, casas grandes y comercios veíamos. Halia era más que una calle o un par de lugares: era el centro del Imperio Caelum; está llena de vida, gente por todas partes, restaurantes, plazas, tiendas con telas de colores, flores, fuentes de piedra, balcones con personas acaparaban el lugar. A lo largo de la calle empedrada en que íbamos se podían ver otras calles pequeñas en las cuales se encuentran pequeños negocios. Las personas y animales andaban por el camino, carretas, caballos, cargas, niños, mujeres con grandes vestidos y personas de todo tipo, hombres con barbas largas, cabellos oscuros y rubios, turbantes y sombreros con plumas, zapatos brillantes y algunos descalzos, pieles blancas, morenas y oscuras que br
Brock—Solo fue una pesadilla, las de siempre— dice ella. Yo la atraigo hacia mí, luego de que tomara agua, y limpiara su cara. Ella se acuesta sobre mi pecho y su mano cerca de mi cuello. Pasan unos minutos y es evidente que no se duerme, acariciando las heridas en mi pecho, especialmente la de la flecha cerca de mi hombro, y su propia marca. Yo acaricio su cabello, los mechones escapando entre mis dedos. Esa mañana le escribo un mensaje a Layne y lo envío a uno de los cuervos que encuentro cerca de mi ventana, unos de sus espías esperando por alguna noticia mía. Comento brevemente el sueño de mi esposa y la frase que escuchó. Si alguien puede descifrarla es mi primo. Mientras salimos del palacio vemos algunos nobles quienes se presentan y nos saludan con cortesía, pero no me queda la menor duda de que se nos quedan mirando, deben habernos reconocido. Espero que los rumores que haya sean de que los nuevos Duques lucen bien y enamorados. Tomamos nuestro carruaje para ir a la ciudad
Azaleia —¿Es esto realmente necesario?— pregunto con esperanza de que me diga que hay una salida, una forma de evadir esto. Pero Brock parece estar en peor estado de ánimo que yo. —Créeme cuando te digo que preferiría estar batallando con Gusano y que me caigan a flechas que ver a esos nobles insoportables de nuevo. Tuve que dejar a Areta en las salidas porque no dejaba de gruñir a todos, y no la culpo— dice él, sentado en la cama, abatido. Yo pensaba que Layne y mi esposo exageraban pero los nobles eran malos. Muy malos. No solo eran vacíos, frívolos y de mal, sino que eran pequeños abusadores y maltratadores. Realmente generar y difundir rumores era un vicio del que ellos no parecían salir, incluso lo disfrutaban y cada vez armaban más y más complicados chismes. Pero ahora, por si fuera poco las reuniones con los nobles… ahora nos invitaban a reuniones, pero separados. Era un tormento. Pasábamos mitad del día él con los señores, yo con las damas. Solo para reencontrarnos en las
Azaleia Brock estaba que mataba a alguien, caminaba de aquí para allá averiguando qué hacía Hilda aquí. —Mi hermano debe odiar que yo tenga un título mayor que él, tiene que estar metido en esto con ella. Además, mi padre parece empeñado en colocar a Roldán de Conde, sería su pedido, dejar su legado a mi sobrino— me decía mi esposo mientras bailábamos. —¿De verdad?— pregunto atónita, sería un gran desplante del Conde a su hijo favorito. —Sí, claro que no es tan fácil, además Roldán es menor de edad, Heral podría ser Conde y protector y preparar a su hijo. Pero como ya habrás visto, mi hermano no es muy paternal que digamos — dice. Debo decir que siempre vi a Layne y a Brock mucho más preocupados por el chico. No sé si Heral tiene algún cariño por alguien más que por el mismo, realmente. Pienso, mientras Brock coloca una mano dentro de mi vestido, a través del escote de la espalda, erizando mi piel. —Brock…por favor— le susurro al oído lo más que puedo. Estamos en una fiesta de
Brock Azaleia había tenido su dosis de señoras terribles, Hilda y demás desastres, y yo ahora tenía la mía. Los supuestamente señores nobles, de sangre de los primeros hombres en la tierra, en teoría, eran unos asquerosos. Hablaban de sus amantes, como si sus familias no valieran nada, ir respetando a sus casas, y … dando a entender que las mujeres eran unos animales inferiores. Yo estaba callado, en una esquina, básicamente echando chispas. Estos señores se atrevían a hacerme preguntas íntimas y personales de mi esposa ¡MI ESPOSA! ¿Cómo se atreven? Querían saber si era tan bella y adorable como se veía, o si se dejaba hacer lo que yo quisiera… ya ahí estaba rojo al punto de infartarse o meter mi mano en sus pechos e infartarlos a ellos. Alguno incluso llegó a sugerir que me casé con ella porque ya había sido tocada por otros hombres. Por el cielo estrellado más sagrado… ¿cómo no los maté? No lo sé. Solo sé que Areta se paraba cerca de mis piernas rugiendo. Ellos me miraban con
Azaleia Él no tiene idea de las cosas que provoca en mí. Estoy recostada sobre su pecho, acariciando suavemente las heridas en su torso. Brock pareciera que fuera de otra especie, es tan grande, tan fuerte, tan maravilloso que a veces no puedo creer que estemos hechos de la misma carne, sangre, huesos. —¿Te sigues riendo de mí?— pregunta él, su voz suena deliciosamente ronca. Es casi medianoche, debe haber varias fiestas en el palacio, pero aquí estamos nosotros… en nuestro propio edén personal. Yo sonreí, recostada en su piel. —Quizás…— digo, él me contesta con un gruñido, lo que me hace más gracia — No creí que fueras tan fácil de convencer— confieso. —Como que si no supieras que eres mi punto débil— dice él como si nada. Me siento sobre él. —Así que soy el punto débil del gran Brock de Haggard ¿es eso cierto?— le digo sonriendo aparentando ser inocente. —Duque de Bousquet y Haggard para todos. Para ti… — dice de forma engreída, toma una de mis manos y besa mis dedos— Para t
Brock Huiremos a Miraes primero y luego quizás a casa, probablemente al castillo Haggard. Como último plan, podríamos quedarnos en el bosque. Teníamos a nuestros criados y a los soldados y no quería perder a nadie, por las estrellas más sagradas. Mi escritura era nerviosa y mis manos se manchaban de tinta del esfuerzo. Creo que nunca había estado tan desesperado en mi vida. Blatta y el Barón de Garbarán. Debí haberlo supuesto. Esa cucaracha y ese otro insecto. Me hierve la sangre y le rezo a la Diosa que me dé la oportunidad de matar a Blatta con mis propias manos, de herirlo y ver como la vida desaparece de sus ojos. ¿Pero qué intentarán? Esa era la gran duda.“Tenemos que seguir con el otro plan” decía el Barón. Apostaría que es uno más descabellado y por fuera de la ley y buenas costumbres de los nobles. Por eso tendríamos que salir de aquí, cuanto antes. No había otra opción. Es ya muy temprano cuando pongo al tanto a Dashi y a mis soldados de mis planes. Lo primero que
Brock El emperador ni siquiera se quedó más de diez minutos, pero nos han pedido los guardias a todos que nos quedemos hasta que él vuelva. Y cada vez que me acerco a la puerta simplemente hay dos soldados con lanzas impidiendo. Soy un rehén, o somos, pero nadie parece notarlo, sino yo. De repente los guardias nos dicen que el emperador está en otros asuntos. Salgo despedido del lugar de reunión, lo más disimuladamente que puedo hacia el carruaje, el camino es largo y en silencio maldigo este palacio tan innecesariamente grande. Cuando ya estoy casi a la vuelta empiezo a apurar mis pasos con premura, está todo más solo, espero que nadie me esté viendo. Es de noche, las estrellas están ya en el firmamento, pero no hay luna, o por lo menos no sé ve, lo que es una pésima señal. Sin luna no hay esperanza, decía mi madre, y siento un escalofrío por mi cuerpo. —Duque… lo estábamos buscando— me dice un soldado que aparece —Su esposa, la Duquesa le dice que la espera en su cuarto. Se est