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La soltó y ella volvió a sentarse en la cama, observándolo con disimulo. Se había quedado ya sin lágrimas, pero no le hubiera servido de mucho, no parecía un hombre que se compadeciera de una mujer llorosa. Quizá pasaron sólo unos segundos, a Débora se le antojaron los más largos de su vida, mientras veía a ese desconocido mesarse los cabellos morenos desesperadamente para seguidamente masajearse con fuerza la sien, una y otra vez, al tiempo que movía la cabeza y repetía una y otra vez la palabra estúpido. Finalmente cerró los puños con rabia y centró su atención nuevamente en ella, de su boca salieron unas agrias y duras palabras:

-No sé en tu país, ni me importa. Pero aquí eres menor de edad, Lo sabes, ¿verdad? … – no esperó respuesta, ¿para qué?, evidentemente si lo sabía - ¿Eres consciente que por lo que acabo de hacer puedo ir a la cárcel? Ahora entiendo la expresión del maldito barman, soy un imbécil, un maldito estúpido que cayó en vuestra trampa… – Repitió nuevamente murmuran
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