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Su corazón ya tiene dueña

El murmullo se escucha bastante lejano, así que me armo de valor y poco a poco despego mi cuerpo del tronco.

Voy en la dirección de donde proviene. Despacio, acercándome a cada árbol que me voy encontrando para esconderme.

Esta es la primera vez que me ocurre algo interesante y por extraño que parezca, detrás de todo el miedo, estoy excitada. Me siento como una espía que está a punto de pillar infraganti a alguien que tampoco debería estar ahí.

Identifico dos voces. Una de ellas es de una chica. Me asomo un poco, lo justo para ver de quién se trata. No puedo creer lo que veo. Andrew está tumbado sobre una tela improvisada con una chica que lleva el traje característico de las cocineras.

—No te dejará elegir. Voy a perderte — llora sobre el hombro de él.

—Shhh — la consuela — no voy a casarme con ella, ni el año que viene ni nunca, te lo prometo.

Escucharlos hablar tan íntimamente y referirse a mí con ese desprecio me duele. La envidia que siento en estos momentos por su amor es indescriptible. Él la abraza posesivamente contra su pecho. Pasa su mano una y otra vez por el pelo de ella.

Jamás va a sentir nada por mí porque su corazón ya tiene dueña.

—Tendrás que hacerlo. Tal vez debería marcharme y así no te meterías en problemas por mi culpa.

—No vuelvas a insinuar algo así — la separa unos centímetros de su cuerpo. Le lanza una mirada reprobatoria llena de amor y dulzura.

— Jamás dejarán que te cases conmigo.

Sin darme cuenta he dejado mi escondite de lado. Pero no soy consciente hasta que sin querer piso una pequeña rama que cruje bajo mis zapatos. Andrew y su novia se giran al momento.

Todo pasa muy rápido. Ella se tapa la boca abriendo mucho los ojos, Andrew se levanta corriendo y viene hacia mí y yo salgo corriendo sobre mis pasos.

No me giro ni una sola vez, pero el sonido de sus pisadas me dice que cada vez está más cerca. Solo a mí se me ocurriría pasear por el césped con estos tacones que me impiden alejarme lo suficiente como para llegar a mi habitación antes de que me alcance.

Por fin salgo de la zona de los árboles. Del jardín al palacio hay solo unos pocos metros y los guardias están esperando junto a la puerta, así que me permito el lujo de volverme. Andrew está justo detrás. Acompasado su paso con el mío para no llamar la atención.

—Buenas noches. Gracias por permitirme salir — saludo a los guardias sin pararme.

— Espero que se encuentre mejor, Alteza.

Por las miradas que se mandan está claro que sabían que estaba fuera con la chica y por eso no querían dejarme salir.

Cruzamos la esquina. El pasillo está totalmente vacío, solo nosotros y nuestros zapatos desarmonizamos con el silencio de la noche.

— Tenemos que hablar.

Ahora quiere hablar... Puede que sea porque sabe que si lo delato, su chica tendría muchos problemas. Nunca haría algo así, pero eso él no lo sabe.

—Tú y yo no tenemos nada de lo que hablar. Deberías ir a consolar a tu novia, la he visto un poco nerviosa — recalco la palabra novia.

Se gira en todas direcciones comprobando que nadie me ha escuchado.

— Ten cuidado — susurra agarrándome del brazo — no puedes decirle a nadie lo que has visto esta noche.

¿Cómo puede pensar que haría algo así? Aunque... Pensándolo bien, si cree que puedo fastidiarle tal vez me tema... Y si me teme puede que empiece a respetarme. Lo que ocurra dentro de un año me da igual, pero no quiero pasar todo ese tiempo sufriendo plantones y cenando sola.

— Tengo que guardarte el secreto porque somos amigos ¡Ah no, espera! No lo somos.

Doy un tirón del brazo y le obligó a soltarme.

—Katherine... Por favor ¿Sabes lo que le harían?

Lo miro fijamente. Solo veo el miedo que revelan sus ojos con solo pensar que pueda pasarle algo.

— Favor con favor se paga, Andrew. Yo mantendré la boca cerrada y tú, no volverás a dejarme plantada, serás amable y simpático.

Destensa los hombros y suelta el aire de los pulmones. Me hubiera gustado hacerle sufrir un poco más, pero lo estaba pasando tan mal que he tenido que ceder.

— Está bien.

— No faltaras a ninguna comida, ni cena.

— ¿Algo más? — pregunta enfadado.

Le sonrío abiertamente.

— Nos vemos mañana en nuestra cita, buenas noches.

Es la primera vez desde que comenzó está locura que siento que tengo las riendas. No me importa si es porque le he amenazado. Entiendo que esté enamorado y no le interese ninguna otra chica, pero eso no tiene nada que ver como para que se comporte así.

Mis doncellas abren la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido.

— Estoy despierta.

— ¿La hemos despertado? — pregunta una de las nuevas.

Tal vez estén acostumbradas a que las traten con la punta del pie y por eso siempre se comportan como ratoncillos asustados. Ahí hay otro motivo por el que no me gusta estar aquí

— Me he dado cuenta de que no se vuestros nombres — me siento sobre la cama.

Las tres chicas se miran entre ellas preguntándose si han hecho algo mal, mientras que mis doncellas suben las persianas y preparan la bañera.

—Mi nombre es Lucy —dice la más joven — ellas son Emy y Martha.

Esperan impacientes a que diga o haga algo. Empieza a tener gracia que se preocupen por absolutamente todo.

— Emy, Martha, Lucy... Gracias por atenderme tan bien. Estoy segura de que seremos buenas amigas.

Otra de las cosas que me enseñó mi madre fue a respetar a los demás.

Cuando era más pequeña, creía que por ser princesa me lo merecía todo. Exigía lo que me apetecía en cada momento hasta que mi madre me abrió los ojos. Ahora lo único que me queda de ella es lo que me enseñó.

Me miraba con ternura y hacia como que me regañaba: "Katherine, un trabajo no te define, no dice nada de ti"

Pasábamos las tardes paseando por palacio. Cuando veía a una doncella, cocinera, un guardia o al hombre se que encargaba de los caballos, lo señalaba y me preguntaba que podía adivinar sobre cómo era por lo que hacía. Evidentemente quería quedar por encima de ella y soltaba un montón de tonterías que ella siempre recitaba acercándose a ellos y preguntándoles por su vida.

Todas estas personas que se dedican a hacernos la vida más fácil tienen familia por la que se preocupan y pasan necesidades. A algunos les gusta jugar a las cartas o montar a caballo, tienen un amor no correspondido o un amor que llevan en secreto. Me parecía una falta de respeto no saber siquiera sus nombres.

Una vez que estoy preparada, espero en los establos a que llegue Andrew. El traje de Amazonas es estupendo, pero lo mejor de todo es no llevar vestido.

Conforme pasan los minutos empiezo a pensar que tal vez no aparezca. Si no viene y no lo delato ante el rey, ya sabrá que voy de farol y será un año largo, larguísimo para mí.

Pero todos mis miedos desaparecen cuando lo veo acercarse. Su traje de jinete le queda como un guante, perfecto.

— Ya empezaba a pensar que no ibas a venir.

— Anoche dejaste muy claro que no tengo alternativa — inquiere enfadado.

También dejé muy claro que quería que fuese simpático y no lo está siendo.

— Si no quieres que montemos a caballo puedes irte — respondo enfadada.

— Perfecto.

Suelta las riendas del caballo para irse. No le he hecho nada para que me trate así. Sin pensarlo demasiado suelto yo también a mi caballo y lo sigo. Al llegar hasta él, lo adelanto.

— Vamos a ver qué le parece a tu padre.

Acelero el paso hasta que llego a palacio. Uno de los guardias se aparta dejándome pasar.

— ¿Dónde está el rey?

Andrew viene detrás de mí. Esta tan tranquilo que ha sumado a más b y ha llegado él solito a la conclusión de que no seré capaz de hacerlo. Pero tengo tal enfado ahora mismo que como no sea él quien ceda, pienso contárselo todo.

— Al final del pasillo, Alteza.

— Gracias.

Sigo andando hasta que estoy delante de la puerta a la que tengo que tocar si quiero delatar a Andrew. Tiene los brazos cruzados y una sonrisa prepotente.

— ¿Estás seguro? — pregunto con la mano en el pomo.

— No serás capaz.

Sin quitarle la mirada de encima abro la puerta.

Su semblante se torna serio de pronto.

— Rey Maximilian ¿Puedo hablar con usted un momento?

— Por supuesto. Pasa — se levanta de su asiento y se acerca a nosotros— ¿Te ocurre algo?

Vuelvo a mirar a Andrew. Esta es su última oportunidad, pero no hace nada.

— En realidad es por Andrew... Él...

— No es nada padre — interviene por fin — la cita de hoy es montar a caballo y no sabe.

No soy una chivata pero nadie nunca me ha enseñado a montar a caballo. Podría ser peor.

— Eso no es problema. Andrew puede enseñarte, monta muy bien ¿Verdad?

— Claro padre, yo la enseñaré.

Después de hacer una reverencia demasiado exagerada, volvemos al pasillo.

— Ibas a delatarme — me acusa.

— Te avisé ayer. Todo está muy claro ¿vale? Yo no te gusto y ni aunque fueras el último hombre de la tierra me interesarías a mi — susurro porque seguimos pegados a la puerta donde está su padre — pero me queda un año aquí. No tengo mi familia, ni las personas con las que me he criado. Aquí no tengo nada. ¿Tanto te cuesta ser simpático? ¿Tanto te cuesta que seamos amigos?

Las lágrimas comienzan a resbalar por mis mejillas. Me siento impotente y sola y él no lo entiende. He recurrido al chantaje porque no sabía de qué otro modo podía hacerlo.

— No llores, por favor. Tienes razón, me he comportado como un crío. Perdóname.

Asiento con la cabeza avergonzada por mi comportamiento. No debería desplomarme. Una futura reina soporta muchísimas presiones con clase y sin inmutarse.

— Si fuera el último hombre de la tierra ¿tampoco de gustaría? — bromea.

— Nunca.

Se me escapa una risilla.

— ¿Ni con estos ojazos verdes? — pestañea varias veces continuando con la broma.

—Ni con esos ojos.

Le pego en el brazo y suelta un gruñido con una sonrisa que no había visto todavía.

El chantaje no funciona, pero llorar es el arma perfecta para que se comporte. No entiendo nada, pero si estoy segura de que las cosas van a ir a mejor.

— Seremos amigos ¿Vale?

— Me parece bien.


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