0004 La Boda
Ambos vivían en Zelpán, pero no se conocían. Ella sabía que se llamaba Caín Alcalá, que tenía 28 años y una carrera exitosa. También que era el rey de la economía del país, y causante del dolor de cabeza de muchos, y ahora era su novio, joven, muy guapo, poderoso y de la nobleza.

Por el momento, parecía que asistió a su boda una vez volvió de un viaje de negocios, no le importaba la boda.

«No está contento con ese matrimonio, pues, es algo que me favorece.» Nélida sonrió al pensarlo. Cuando su padre le dio su mano a Caín, se sentía tan nerviosa que sus manos estaban frías y cuando tocó la mano cálida de Caín, instintivamente, la jaló e iba a recular, pero este la apretó entre la suya y la sujetó.

Se miraron un instante, él sin emoción alguna, ella como siervo que intuye cerca su depredador. Caín se apartó, aunque sonrió al sentir fugazmente sus dedos:

¿Realmente sería un viejo al casarse con una chica tan joven?

Mientras tanto, la novia estaba en la luna cuando el sacerdote preguntó: —señorita Castillo, ¿querrías tomar al señor Alcalá como tu legítimo esposo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, lo amarás y le serás fiel hasta que la muerte les separe?

Pero no respondió. El corazón latió rápidamente, y Caín, que estaba al lado, vio que su pecho se levantaba y bajaba con rapidez.

—¡Responde! —Caín tomó la palabra, su voz era grave y fuerte, haciendo que Nélida apretara inconscientemente el ramo.

Nélida , levantando la vista, parpadeó rápido sin contestar. Caín entornó los ojos y la miró, notando su nerviosismo.

«Si esta mujercita se atreve a dejar en vergüenza a mi familia, los Castillo desaparecen» pensó. Luego, mirando los ojos inocentes de Nélida, se le acercó en un gesto cariñoso y le susurró:

—Como hagas perder la dignidad a mi familia, la tuya no saldrá ilesa.

Las palabras fueron como un golpe en la cabeza, ¡haciendo que el corazón de Nélida, se acelerará involuntariamente, olvidando que esta boda era solo un negocio.

Sonriendo ladeada, también se acercó por encima del hombro de Caín y le dijo bajito al oído:

—¡Ya lo sé! Pero gracias por recordármelo!

Caín, al sentir el aroma de la muchacha y su cálido aliento, oscureció la mirada.

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