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"Lunes cero agradable”

Jenna corría por las abarrotadas calles de Nueva York. Su amiga le había prestado unos zapatos de tacón para que se presentara de manera formal en su primer día de trabajo, pero esos zapatos estaban destrozando sus pies y aún le faltaban tres cuadras para llegar.

Sumado a su fuerte jaqueca por tanto llorar y su ropa maltrecha, se sentía fatal. La falta de empleo había llevado a Jenna a una situación deprimente, y lo único que la mantenía en pie ese día era la ilusión de un nuevo trabajo.

Con su cabello castaño suelto hasta los hombros y un suave maquillaje en su rostro, sus ojos se iluminaron al ver el gran edificio en el que sería una de las diseñadoras de interiores.

"¡Por fin he llegado!", pensó mientras se acercaba a la entrada. Sin embargo, uno de los tacones se rompió, haciendo que su pie tropezara y cayera frente a unas hermosas piernas.

—¡Ten cuidado, pordiosera!—gritó una voz aguda y desagradable.

—¡Por favor, Margaret! Esta mujer tuvo un accidente— intervino Mathew, agachándose para ayudar a Jenna a levantarse. Al alzar la vista, Jenna sintió una extraña corriente en su pecho al encontrarse con la mirada de Mathew. Desde su encuentro anterior, el tiempo pareció detenerse entre ellos. Admiraba a aquel hombre guapo y, algo avergonzada, se puso de pie.

—Disculpe y muchas gracias, debo irme—dijo Jenna, cojeando, antes de dirigirse a la recepción del edificio. Sus mejillas estaban teñidas de rubor, incrédula de lo ocurrido. Su vida parecía una pesadilla.

Mathew permanecía en las escaleras, como hipnotizado por la presencia de Jenna. Su corazón latía acelerado, y no podía dejar de pensar en ella. Por otro lado, Margaret estaba furiosa con su prometido.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué ayudaste a esa mujer? Si es una pordiosera, ahora todos pensarán que somos una caridad o algo así —reclamó Margaret.

Mathew apenas desvió la mirada y continuó su camino. Aunque estaba comprometido con Margaret por petición de su tutor, no sentía amor por ella.

Jenna pasó el primer filtro de seguridad y se presentó ante Helen, la mujer que la había entrevistado y sería su jefa inmediata. Helen era una mujer de unos cuarenta años que escrutó a Jenna de arriba abajo.

—Hoy es tu primer día de trabajo, Jenna, pero tu apariencia deja mucho que desear para ser una diseñadora de interiores. Necesitas más clase— expresó Helen, haciendo que el corazón de Jenna se acelerara. No era su intención presentarse así.

—Disculpe mi apariencia, señorita Helen. Al llegar al edificio, sufrí un accidente y se me rompió el tacón de mi zapato. Me siento muy avergonzada— respondió Jenna, sonrojada y nerviosa, entrelazando sus dedos en un intento de controlar los nervios.

—No me agrada la forma en que te vistes, pareces... demasiado... ¿pobre y sin estilo?— agregó Helen de manera despectiva.

—No me gusta la forma en que me habla, señorita Helen. Si no le agrada mi apariencia, entonces creo que hemos terminado aquí— contestó Jenna, levantándose de su silla y quitándose el otro tacón. Descalza, intentó salir de la oficina, su corazón triste y desolado no estaba en posición de enfrentarse a alguien como Helen y asumiría las consecuencias con resignación.

—¡Eres una insolente! Y si esto es una renuncia, entonces estás despedida. ¿Quién te crees en esta empresa? Estamos en Nueva York, no en un pueblo perdido en la nada— recriminó Helen, furiosa.

La mujer continuaba lanzando palabras hirientes, mientras Jenna atravesaba los pasillos majestuosos de la empresa, soñando con trabajar allí. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que aquel lugar no parecía adecuado para alguien como ella, una chica sencilla con nada más que sueños.

—Disculpe, señorita, ¿hay un baño por aquí?— preguntó Jenna a una recepcionista elegante, quien la miró de reojo con cierta desaprobación.

—Sí, en el pasillo al fondo. ¿Buscas algo para comer? Este no es lugar para eso.—

Jenna se mordió el labio para contenerse y, con una sonrisa irónica, le agradeció antes de dirigirse al baño. Allí, se recompuso, dejando que algunas lágrimas escaparan y refrescándose el rostro con agua. Al salir, su día ya complicado empeoró con un fuerte pisotón en el pie.

—¡Oiga, tenga cuidado por favor!—exclamó Jenna, agachándose para revisar su pie lastimado. Para su sorpresa, el mismo hombre de antes, Mathew, la abordó con disculpas.

—No sabía que aquí la gente caminaba descalza. Mis disculpas si te lastimé—expresó Mathew, y sus ojos la envolvieron como una dulce melodía.

—Es..está bien, creo que, si nos volvemos a encontrar, terminaré en el hospital—bromeó Jenna, mientras Mathew la ayudaba a ponerse de pie con cortesía.

—¿Qué te trae caminando descalza por aquí?— preguntó él con genuina curiosidad.

—No veo por qué debería decirle a usted. Ni siquiera sé quién es. Sólo sé que en esta empresa, todos son desagradables, desde la recepcionista hasta... bueno, el puesto que soñé tener aquí se ha convertido en una pesadilla—respondió Jenna, compartiendo su frustración con él.

—No te preocupes, yo también pienso lo mismo. Aunque aquí hay muchas personas indeseables, déjame ayudarte. Encontraremos unos zapatos para ti. No es seguro caminar descalza, podría ocurrir un accidente—dijo Mathew, mostrando preocupación.

Jenna se dejó llevar por Mathew hasta un cuarto lleno de uniformes elegantes y una variedad de hermosos zapatos que no parecían ser parte de la dotación de la empresa.

—¿Qué estamos haciendo aquí?—preguntó Jenna confundida.

—Sé que no es lo más apropiado, pero al menos mientras regresas a casa, puedes tomar un par de zapatos—explicó Mathew.

Jenna, aún confundida, lo miró con confusión y preguntó: —¿Quién eres tú? ¿Por qué estás siendo tan amable conmigo?—

—Soy el encargado del departamento de seguridad social—respondió Mathew, sin revelar más detalles en ese momento.

Jenna suspiró, sintiendo cierto temblor emocional en su interior, mientras Mathew la observaba con empatía, consciente del dolor en su pie.

—No tienes de qué preocuparte, confía en mí—dijo Mathew con una sonrisa, invitando a Jenna a la cafetería de la empresa. Ella accedió, sintiendo las miradas recelosas de los empleados, especialmente las de Helen, quien salió enojada hacia su oficina.

—Me siento como si todos me miraran como si fuera un bicho raro— se lamentó Jenna.

—No te preocupes, la gente es extraña a veces. Por cierto, ¿cómo te llamas?—preguntó Mathew con curiosidad.

—Soy Jenna, ¿y tú?—respondió ella al entrar a la lujosa cafetería. Los aromas de los pasteles recién horneados provocaron el hambre en ella, ya que no había desayunado.

—Soy Mathew

—Esta cafetería es hermosa, habría sido maravilloso trabajar aquí— comentó Jenna, mientras que Mathew explicó que todo lo que quisiera era gratis para los empleados.

—No soy empleada, así que no deberías hacer esto por mí—le dijo Jenna mientras disfrutaba de la comida que Mathew había seleccionado para ambos.

—No te preocupes, puedo hacerlo por ti— aseguró Mathew. Luego, Jenna le explicó lo que había ocurrido con la mujer que iba a ser su jefa.

Mathew sintió una mezcla de enojo y tristeza por cómo habían tratado a Jenna.

—No te preocupes, yo me encargaré de que recuperes tu empleo y obtengas algo mejor. Volverás mañana—prometió Mathew con determinación.

Jenna agradeció sus atenciones, pero creía que era mejor buscar otro trabajo. Mathew no la dejó irse así y le aseguró que hablaría con el CEO para ayudarla.

—Gracias, pero no quiero ser una carga para ti— expresó Jenna, algo nerviosa cuando Mathew tomó su mano.

—No eres una carga, quiero ayudarte—respondió Mathew, acercándose a ella para despedirse. Sintió su aroma y se vio cautivado por su presencia.

Jenna se despidió con una sonrisa en el rostro, pero durante el camino no podía dejar de pensar en Mathew y en la conexión mágica que sentían desde que se conocieron.

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