FrancoRecuerdo que estaba más delgada hace una semana, lo cual ahora es buena señal, porque me alivia el verla recuperarse tan bien. Disfruto mucho asistir a sus terapias de rehabilitación, porque ella y su terapeuta forman un excelente equipo. Las observo trabajar juntas en base a los movimientos de la pierna de Riley y bebo del jugo de naranja que ha preparado Emma, quien por suerte, solo se dirige a mí para ofrecerme una amabilidad momentánea que me cuesta soportar.—Levántala hasta donde puedas, si te duele me avisas —le indica la terapeuta.Es una mujer de unos cuarenta años, tez blanca y ojos cafés. Su cabello es rubio con tonalidades castañas y tiene un cuerpo admirable.Riley está acostada sobre su cama mientras Brett —la rehabilitadora—, se dedica a realizarle movilizaciones.—Ahora bájala —le indica y ella acata sus órdenes.—Nada, no me duele nada —dice contenta Riley robándome una sonrisa. Me levanto del sillón y camino hasta su cama.—En dos meses podrás usar los zapato
MarianaSe me hace imposible no fijarme en los movimientos de sus carnosos labios cuando habla. La tensión entre ambos se ha vuelto desesperante y persivo que algo lo mantiene inquieto, sin embargo, no hace el intento de sacar lo que sea que oculta.No sé si es el vino, o la calor extraña que estoy sintiendo al tenerlo tan cerca, pero la música suave que se filtra por las bocinas invisibles a mis ojos me llevan a mover mi cabeza calmando las ansias de bailar. —¿Quieres bailar para mi? Su pregunta me toma por sorpresa, y aunque dudo al momento, una porción de mi ser me pide que lo haga, que saque el atrevimiento que llevo escondido y con él mis raíces de gozo y danza.Asiento con temor, la verdad, no sé a qué le temo; a terminar como cada vez que bailo para él, a despertar esa parte de mí que desconozco... No lo sé.—Mírame —sujeta mi barbilla con su mano y se acerca a mis labios, los roza con los suyos y siento su respiración golpear mi nariz—, vamos, baila para mí.Últimamente se m
MarianaSe siente irreal. Sus manos rozando y presionando mi cuerpo me elevan a las nubes y no quiero caer... No quiero despertarme del sueño en el que me ha metido. Aferro mis dedos en su espalda cuando muerde la piel de mi cuello y presiono con fuerza los ojos. Una ráfaga de miedo se instaura en mí, sin embargo, no pretendo hacerle parar, no ahora que lo siento tan mío aunque realmente no sea así.Es difícil decifrar el aroma que desprende la habitación, la cual está casi a oscuras, excepto por la tenue luz que desprende la lamparita exótica sobre su mesita de noche... Se respira un aire de privacidad; de deseo; de pasión. Una mezcla de sensaciones nos rodea y como resultado consigo sentirme cómoda y, más que nada, a gusto. Y aunque tengo los nervios a flor de piel, no dejo que me domine, al contrario, hago cada cosa que me indica Franco, comenzando por relajarme ante sus atrevidos toques.Nos besamos. En todo momento junta sus labios con los míos y me regala esa confianza que ne
Franco:Su cuerpo reposa apegado al mío; tan cálido, suave y oloroso, como si estuviese diseñada con pluma de ángel. Deslizo mis dedos a lo largo de su espalda, dibujando siluetas a la altura de su cintura. Su respiración roza la piel de mi pecho y mechones de su cabello se encuentran dispersos sobre ambos, como si de una sirena se tratase, tan hermosa y divina. Suspiro profundamente y pienso que quizá lo que acabamos de hacer está mal. Fue maravilloso, debo admitirlo, pero no lo correcto. «¡Demonios! Trabaja para mí». Me recuerdo, a sabiendas de lo que eso incluye. Según mi padre, no se debe mesclar el sexo con el trabajo, y a decir verdad, nunca he hecho caso y me he acostado con cuánta empleada he querido. Suena mal, es mal visto, pero no soy de seguir principios que no sean los míos propios. Entonces ¿por qué ahora me preocupa? Siendo sincero, creo saber la gravedad del asunto. No quiero que Mariana sea "la que se acuesta con el jefe", "la fulana que se lo folla", porque no, no l
Franco:Sujeto las bolsas de comida con una mano y con la otra intento abrir la puerta de mi apartamento. Lo logro y me adentro de inmediato, con prisa por ver a Mariana.Le dejé desayuno preparado antes de irme en la mañana y me aseguré de dejar notas en cada objeto que pudiste llamar su atención, en caso de que se sintiera aburrida. Espero que no se halla ido.Atravieso la sala y no la veo. Continúo hasta la cocina y dejo las bolsas sobre la mesa. Suelto un bufido y llevo mis manos a mis caderas al tiempo que tuerzo mi cuello permitiéndome unos relajantes crujidos.—Coño, te vas a fracturar una articulación cervical.Mis ojos se dirigen al frente y me encuentro con Mariana sosteniendo una sartén en su mano derecha, mientras que con la izquierda trae un pomo con aceite. Tiene el cabello recogido en un moño desaliñado y bajo la mirada a su ropa, quedando boquiabierto. Lleva puesta una de mis camisas, es blanca con mangas largas, las cuales están dobladas hasta sus muñecas. Sus pies e
Mariana:«¿Debería sentirme extraña? No, no debería, no tengo porqué caminar como Bambi en pleno hielo». Pienso mientras camino por la acera que conduce al edificio donde vivo. —¡Al fin, Mariana! Ya me habías preocupado —me saluda el gerente dejando a un lado de la mesa de la recepción su periódico.—¡Buenas! —contesto ignorando sus alardeos y me acerco para dejarle su desayuno.Saco de la bolsa un café con leche y se lo doy.—Oh, mi favorito, gracias —agradece sonriente.Garren es de esos hombres altos y fuertes con rostro serio y transparente. Es blanco, de ojos negros y cabello... Bueno no tiene, es calvo. Debe oscilar entre los 40 y 50años. Lo conocí a los tres días de vivir aquí. Al principio me pareció odioso, pero luego me mostró al oso de peluche que oculta tras su seriedad y rectitud.Cada mañana me aseguro de traerle una de sus bebidas favoritas, y de vez en cuando, bajo a merendar con él. Según me ha dicho, adora las delicias cubanas, y eso para mí es un halago.—Tu primo
MarianaSiempre me ha gustado el rosa para las decoraciones. Es un color que transmite limpieza y calidez al entorno, recuerdo que mi cuarto en Cuba estaba adornado con cortinas y sábanas rosadas. Para mis quince años exigí que toda mi casa estuviese pintada de rosada o púrpura, y ya que este último fue muy difícil de encontrar, pues se me concedió el primero. A diferencia de mi país natal, aquí puedo darme el lujo de comprar tapices de paredes, techo y suelo del color que se me venga en gana, con la brillante posibilidad de remplazarlos de forma fácil y rápida en caso de que se dañen. Me he gastado todo el ahorro del cobro del mes pasado que recibí en Vitale para comprar objetos y adornos. Puedo ser pobre, pero desorganizada nunca.Isa me ayuda a limpiar el polvo acumulado en las ventanas y una vez pulidas pasamos a acomodar todo lo que esté fuera de lugar.—Merezco un buen almuerzo por esto —dice limpiando las minúsculas gotas de sudor que se acumularon en su frente.Levanta su bl
Mariana—¿Estás segura de que no me quieres contar lo que te ocurre? —me pregunta Isa mientras me analiza con la mirada. Sus ojos se achinan y mastica despacio un trozo de arepa de queso.Me limito a negar débilmente. Juego con el arroz, utilizando un cubierto como pala para hacer "no sé qué cosa", y apoyo mi mejilla en una de mis manos, con el codo fijado sobre la mesa. Bufo aturdida y mi mente me grita control. Necesito tranquilizarme.—Mariana... Estoy hablando contigo —insiste y en respuesta estrujo mi rostro con mis manos.—Isa ya no sé qué hacer —suelto y trago en seco. La verdad, no sé exactamente porqué estoy así. O sea, tengo que hablar con él y aclarar todo esto, quizá el pago es por las dos sesiones de baile ¿No?—Sabes que puedes decirme, no voy a jusgarte —musita y toma una de mis manos para acariciarla entre las suyas. Sentada a mi lado me brinda confianza y dudosa asiento. —Aquí no tengo a nadie más, ya no sé qué hacer con todo lo que me está pasando y estoy harta de t