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Capítulo 7. Enfrentamiento

Molly

     Intento no pensar en lo que ha pasado horas atrás en la oficina de presidencia. Cierro los ojos e intento no fantasear con aquel hombre. Sus ojos, sus labios húmedos, la forma en que camina, su voz...agito mi cabeza intentando despabilar todo pensamiento con Henry. 

     Miro el libro que tengo en mis manos e intento concentrarme. Eso, sí, tengo que concentrarme en no pensar en mi jefe temporal. Pero es imposible, lanzo el libro sobre la cama y camino de un lado a otro, intentando buscar algo en que poner mi mente, quizás y pueda ir al cine...

—No te la crees ni tú, Molly. — me dejo caer en la alfombra, intento doblar mis piernas en forma de aro para hacer esa posición de yoga, comienzo a hacer las respiraciones, pero ahí está, su rostro, su mandíbula tensa, sus labios...

     — ¡Bueno! ¿Qué es que ahora no podré hacer nada sin que me estés jodiendo mi tiempo libre? —me quejo por lo alto.

     — ¿Todo bien? —escucho que grita mi madre al otro lado de la puerta.

     —No era para ti madre, lo siento.

     —Solo iba a avisarte que tu jefe quiere hablar contigo. —abro mis ojos como platos. ¿He escuchado bien? Me levanto a toda prisa, abro la puerta y ahí está mi madre.

— ¿Mi jefe? — M****a, doble m****a y súper m****a. — ¿Cuál de los dos? ¿Dijo nombre? Porque si es Henry Goldberg, puedes decirle desde ya que me he mudado al otro lado del mundo.

Mi madre arruga su entrecejo, intrigada, se cruza de brazos y arquea una ceja.

     —Molly Elizabeth Marshall, ¿Qué has hecho? —me muerdo la lengua. Niego rápido.

     — ¿Yo? Nada, recuerda, soy un amor de persona solo que, para otras personas, podría ser un tipo de ninja.

     —Vale, no entiendo que pasa, no hagas esperar a tu jefe.

     — ¿No ha dicho nombre? —mi madre detiene su caminar.

     — ¿Tiene alguna diferencia si es un Goldberg? Lo que sí sé es que no es Sebastian. —dice mi madre con una sonrisa, tuerzo mis labios cuando ella sigue su camino por el pasillo con ese gesto divertido. Entro a mi habitación y camino directo al armario, me cambio de ropa a velocidad rayo, me suelto mi cabello rubio, llevo puesto una camiseta negra con el logo de la serie que amo, “Friends” y unos vaqueros más decentes que tengo a la mano, busco mis tenis deportivos negros por toda la habitación y finalmente doy con ellos ya después de sudar.

     Lanzo una última mirada al espejo, mis mejillas están rojas, claro, esos tenis me dieron guerra. Me reviso el aliento y todo bien, me regreso por una pastilla de menta… por si acaso.

     Cruzo el pasillo en dirección a las escaleras, cuando llego puedo ver desde el pequeño recibidor, donde está mi madre cruzada de brazos platicando algo…con Henry. Siento como mis piernas pierden la fuerza, amenazando con hacerme rodar por las escaleras. Cierro los ojos e intento controlar mis nervios.

     —Buenas noches, señor Goldberg. —Henry se vuelve y levanta la mirada. Sus ojos están mirando detenidamente como bajo de las escaleras.

     —Buenas noches, señorita Marshall. —Mi madre, sin que él la mire, levanta su ceja, intrigada por aquella visita.

     —Bueno, el señor Goldberg no ha querido tomar lugar en nuestra sala… ¿Algo de tomar? —él niega y le da las gracias, llego hasta quedar a frente a frente, él baja la mirada y espera a que mi madre desaparezca.

     —Gracias, madre. —miro a Henry quien está tenso.

     — ¿Podemos hablar en privado? —dice, asiento lentamente pensando, ¿Dónde mierdas te voy a meter si no quieres la sala, Goldberg?

     — ¿El jardín está bien? —él asiente. —Puedes seguirme. —Camino por el pasillo que nos hace cruzar la cocina, luego llegamos a la puerta que da al jardín, le cedo el paso y el sale como dudando si es un lugar privado. Hay un pequeño espacio con un suelo de piedras de colores, una mesa de madera vieja que en medio tiene de adorno una vieja cafetera con rosas pequeñas, es muy vintage.

     Nos sentamos, él queda frente a mí del otro lado de la mesa de madera.

     — ¿Es privado? —dice en un tono serio. Asiento, me cruzo de brazos. —Bueno, primero que nada…

     Aparece mi madre con una charola de bebidas. Estoy a punto de poner los ojos en blanco, sé qué le preocupa que un Goldberg llegue a nuestra casa en horas no laborables y algo tarde.

     —Gracias. —mi madre se retira en silencio, Henry alcanza una bebida, la mira en busca de que es. —Té de durazno, es un tipo de té chino.

     Henry no dice nada, da un pequeño sorbo para probar, luego lo saborea, ¿Qué? ¿Piensa que es veneno o qué? Presiono mis labios para no sonreír. Él finalmente levanta su mirada hacia a mí, deja su bebida frente a él.

     —Quiero pedirte disculpas. —dice en un tono bajo. —Sé qué he pasado la línea, no es mi intención faltarte al respeto.

     —En dos ocasiones. —reitero con mucha seriedad.

     —Sí, en dos ocasiones. —repite lo que acabo de decir.

     — ¿No pudo esperar mañana por la mañana? —él niega.

     —Estoy pensando seriamente en regresar a Inglaterra. —abro mis ojos como platos. Me he quedado muda. —Estoy decidido a dejar el puesto a mi hermano, que usted siga siendo su asistente personal y seguir como estos años se ha hecho. —siento un nudo al recordar la voluntad de su abuelo.

     —Con la diferencia que tu abuelo ya no está aquí. —mi voz se quiebra, intento reponerme. Él se tensa.

     —No tienes que recordármelo. Lo tengo muy presente. —dice en tono acusatorio.

     —Pues parece que alguien lo tiene que hacer en este caso, ¿Qué no ha escuchado la carta? ¡Él quería que tú estuvieses en su lugar! —siento que pierdo la cordura y no sé por qué me altero de la nada.

     — ¡Escuché perfectamente! ¿Acaso nadie me pregunta lo que yo quiero? —Me levanto de mi lugar, me cruzo de brazos y comienzo a caminar de un lado a otro, negando.

     Me vuelvo hacia él, ladeo mi rostro.

     — ¿Qué es lo qué quieres, Henry? ¿Por qué trabajas en esto si no es lo tuyo? ¿Por qué no simplemente lo dijiste a tu abuelo en vida? ¿Sabes que tu abuelo tenía la idea que amabas esto? ¿Las tierras y la uva? ¿La exportadora? He de ahí el sueño de que tu manejaras esto… —no dice nada, se queda mudo. —Tenía razón, tu hermano, retomo mi movimiento de caminar de un lado a otro.

     No me doy cuenta cuando se levanta, cuando me vuelvo para encararlo está detrás de mí, suelto un jadeo de sorpresa, sus manos se van a mis antebrazos.

     — ¿En qué tenía razón mi hermano? —me mueve para que responda.

     —Nada. —intento soltarme, pero el ejerce más presión. —Suéltame, me estás lastimando.

     — ¡Dime! —siento como soy empujada, retrocediendo unos pasos, me alcanzo a agarrar de la madera, cuando levanto la mirada es Sebastian quien tiene del cuello de la camisa a Henry, siento que el mundo se detiene.

     — ¡No la vuelves a tocar en tu vida! —le grita a Henry, este intenta separarse, pero Sebastian lo evita, se acerca más es como si lo olfateara. — ¿Estás tomando? —Henry se tensa y se carga de ira al escuchar esa pregunta. Sebastian lo suelta, se pasa ambas manos por su rostro para masajear la tensión en su rostro.

     —Esto no te incumbe. ¿Qué es lo que haces en casa de Molly? —Sebastian abre sus ojos como platos.

     —La pregunta es ¿Qué haces tú en casa de Molly? ¿De dónde has sacado su dirección? ¿Cómo te atreves a venir a estas horas a molestarla y más en ese estado?

     — ¿Todo bien por aquí? —es mi madre en el marco de la puerta del jardín.

     —Lo siento, señora Marshall, he encontrado a mi hermano, gracias…—él sonríe a mi madre, Henry no dice nada, parece apenado. Se vuelve hacia Henry. —Por cierto, ya me lo llevo. No son horas de venir a casas ajenas, ¿Estás bien, Molly? —asiento a toda prisa. —Henry, a casa. —él no dice nada, pero es curioso como hace caso, se despide de mi madre y sigue el camino al interior de la casa, Sebastian me hace señas de que se va, asiento en silencio.

     Me quedo sentada en el sillón de madera, estoy mirando el vaso de la bebida de Henry.

     — ¿Qué es lo que está pasando, Molly? —hago un movimiento de hombros.

     —Es lo que quisiera saber yo también, madre. 

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