Isaac se fue con un poco del pago de Emilio, pero estaba advertido por segunda ocasión acerca de sus amenazadas en contra de Fernando. Este, lo toleraba ya que, en parte, manejaba la parte de la policía de la ciudad, si él quería, podría sacarlo, pero no tenía un hombre con experiencia como él para sustituirse.
—Cree que soy pendejo—murmuró Fernando al sentarse en su sillón de cuero del despacho, encendió un habano y comenzó a fumarlo, cerró los ojos para disfrutarlo. Tocaron a la puerta y entonces estalló él. —¡¿Y ahora qué mierdas quieren?! —se abrió la puerta y apareció una mujer hermosa, ya mayor, tenía el pelo negro, ojos marrones, la piel bronceada.
—¿Quién el cabrón que te ha hecho enojar, Fer? —
preg
Días después… Daniel estaba en posición de feto recostado en la cama de aquella habitación, la habitación que compartirían al llegar, abrazaba confuerza una prenda de Carolina, tenía su olor, sus dedos apretaban la tela. El dolor que tenía en su interior, era indescriptible, no lo había sentido por su padre, -menos con el odio que cargaba por el intento de violación de Carolina- y no recordaba haberlo sentido cuando murió su madre en aquella emboscada cuando solo era un niño de diez años. Aspiró de nuevo, con ello, llegaron los recuerdosen el que aparecía Carolina, su forma de arrugar su nariz al estar enojada, su sonrisa, su silueta bajo las sábanas de seda. Sus dedos apretaron con más fuerza la te
La mujer caminó con la bandeja del desayuno hacia la nueva habitación de Carolina. Había pasado una semana exactamente desde esa noche que conocióa Fernando García. Por más que intentaba escapar, le era imposible. Uno de los hombres que custodiaba la habitación del ala este de la mansión, introdujo el código para que la puerta se pudiera abrir. –Sí, Fernando lo que más le apasionaba era la tecnología- la puerta se abrió y ella entró, se detuvo la mujer y escuchó que la puerta se cerró a su espalda. —Buenos días, señora García—Carolinano dijo nada, siguió mirando por la gran ventana desde el sillón del rincón, tenía los pies arriba y los rodeaba con sus brazos, tenía la mirada perdida en la vista, podía ver el amanecer
—Tanta gente muriendo de hambre, eres una malagradecida. —dijo Fernando apretando sus dientes, luego tronó sus dedos, —Así que mi reina, se me va a bañar,se pone ropa bonita y se baja a desayunar conmigo. ¡Es una puta orden! ¡O yo mismo te bajo! ¡Tú decides a la chingada! —Natalia vio las intenciones de Carolina de abalanzarse sobre él, esta se levantó y se cruzó frente a ella. —¿Qué le parece si miramos lo que está en el armario? Hay mucha ropa de su talla, muchos colores, quizás arreglándose un poco, levantamos ese ánimo—Natalia miró a Carolina,quien esquivó el cuerpo de ella para mirar a Fernando, este sin decir nada, se volvió para la salida y desapareció, dejando a las dos mujeres en la ha
Carolina palideció, por un momento breve pudo notar en la mirada de Fernando una pizca de la personalidad de Armando, su difunto padre. —Como todoun García, todo un negociador… ¿No? —Fernando sonrió a medias, pero esta sonrisa no era del todo sincera, le molestó su comentario cargado de sarcasmo, imaginó que se refería a su padre y a su hermano. Bueno, medio hermano. —Lo sabes de primera mano… ¿No? —Fernando comentó irritado, Carolina no dijo nada por un momento. —Así es. Lo sabes todo así que está de más decirte que mi matrimoniocon Daniel fue un negocio. —No te equivocas. Carolina intentó controlarse, sus manos temblaron más, miró la carpeta, sus ojos se desviaron para mirar con f
Daniel miró quién sabe por cuantas veces más el reporte del forense, luego lo comparó con el primero, se pasó una mano por su cabello rebelde,luego sus dedos tiraron suavemente de él, era un movimiento que Carolina solía hacer en la intimidad. Su corazón se estremeció el solo imaginarla frente a él, recostados a un lado del otro, mirándose en total silencio, mientras la luz de la luna apenas bañaba el rostro de ella. —¿Puedo pasar? —Daniel salió de sus propios pensamientos, levantó la mirada hacia la puerta, Anna tenía una partede su rostro asomado y una mano sobre la madera de la puerta. —Sí, pasa—dijo él al mismo tiempo que cerró el folder con los reportes en su interior, se acomodó el cabello y soltó un
Erick no dijo nada después de la reunión que tuvo con Anna y Daniel en la hacienda en la que estaban viviendo ahora. Una hermosa hacienda a cientos de kilómetrosde algún lugar en alguna ciudad de algún estado de Estados Unidos al que Erick desconocía. Un hombre de seguridad de Anna, le retiró la capucha, Erick abrió sus ojos e intentó adaptarse a la luz del ambiente, el tiempo se había ido bastante rápido, este bajó y miró la misma pista a la que había llegado hace un par de horas, miró a su alrededor, pero no había ningún alma, más que la de él y losque venían en la camioneta blindada. —Señor Milton. —Erick se giró al hombre que le había llamado, este le entregó el maletín que cargó al llegar.
Carolina miró de nuevo los documentos que había dejado frente a ella en la gran mesa del comedor, su labio terminó de temblar cuando se llevó la mano asu boca. Su cabeza era una revolución de preguntas, de dudas, pero todo eso fue interrumpido cuando entró al lugar, Cecilia. Carolina miró su rostro de preocupación. —¿Ahora te ha mandado para obligarme de alguna forma a firmar? —Cecilia negó lentamente. —¿Y entonces? —Carolina se refirió a su presencia de último momento. —Quiero cerciorarme que coma bocado, señora. —Cecilia sirvió un poco de fruta picada y se lo puso a un lado—En su estado, debe de pensar más en alimentarse bien. —Carolina se limpió sus ojos discretamente. Pero ella tenía razón. A pesar de la tormenta en la que estaba, tenía que comer. —¿Cómo comer cuando me están dando esto? —señaló los papeles—¿Cómo comer cuando no puedo negociar nuestra propia libertad? —Yo solo soy empleada, —se limitó Ceciliaa decirle, pero todo estaba
—Ya te había dicho que en ninguna parte dice que tendrás tu libertad, —detuvo sus palabras, —¿Ya firmaste? —preguntó Fernando al entrar, Carolina se tensó. —Todavía no ha pasado la hora. —dijo irritada. —Te quedan ocho minutos para ser exactos. —Quiero negociar. —insistió Carolina a pesar de lo que Fernando le había estado repitiendo. —¿Quién me asegura que realmente vas a mantenerlos con vida cuando firme? Dices que soy