Él amor duele

Avy llegó a su casa con el alma hecha pedazos. Apenas se despidieron de su amiga, murmurando un “gracias por todo” antes de encerrarse en su habitación. No podía contener las lágrimas que brotaban de sus ojos como un torrente. Apenas alcanzó a cerrar la puerta del baño antes de caer de rodillas junto al lavabo. Se miró en el espejo, con el rostro desencajado por el dolor y la rabia. Su reflejo era el de una mujer que había intentado ser fuerte, pero que estaba rota por dentro.

Dejó que sus lágrimas fluyeran sin medida, buscando liberar el peso que oprimía su pecho. Era insoportable saber que Marcus, el hombre al que había amado desde su adolescencia, no solo pertenecía a otra mujer, sino que ahora sería padre. Había esperado por él, había soñado con un futuro a su lado, pero todo eso se desmoronó en un instante.

—¿Por qué, Marcus? —murmuró con la voz quebrada—. ¿Por qué no pude ser suficiente para ti?

El dolor se mezclaba con el cansancio y, sin darse cuenta, Avy terminó acurrucada en el suelo frío del baño, llorando hasta quedarse dormida.

En un lujoso hotel, Claribel se deslizaba entre las sábanas de satén con una sonrisa de triunfo. Se había arreglado con esmero, usando una lencería provocativa que resaltaba cada curva de su cuerpo. Se acercó a Marcus, quien estaba sentado en la cama con una copa de vino en la mano, su mirada nublada por el alcohol.

—Marcus, mi amor, ¿no crees que es hora de celebrar como marido y mujer? —susurró, acariciando su pecho con dedos expertos.

Él la miró con una mezcla de deseo y confusión. No estaba completamente consciente de sus actos, pero el alcohol había nublado su juicio. Antes de darse cuenta, se dejó llevar por los toques de Claribel, quien lo guio en un ritual de pasión que carecía de amor, pero no de intención.

A la mañana siguiente, Marcus despertó con un dolor punzante en la cabeza. Se llevó una mano a las sienes, tratando de recordar qué había sucedido. A su lado, Claribel lo observaba con una sonrisa triunfal.

—Buenos días, mi amor —dijo, acariciando su pecho desnudo—. Anoche fue mágico.

Marcus frunció el ceño, tratando de entender.

—¿Qué pasó anoche? No recuerdo nada…

—¿Cómo que no recuerdas? Marcus, por favor, no digas esas cosas. Fue nuestra noche de bodas. Finalmente, somos marido y mujer.

Él se quedó en silencio, tratando de armar las piezas de la noche anterior. Su mente estaba nublada, pero algo en la actitud de Claribel lo inquietaba.

—Perdóname, no era mi intención ofenderte. Solo… no estoy seguro de lo que pasó.

Claribel fingió estar herida y se echó en sus brazos, sollozando de forma exagerada.

—¿No me amas, Marcus? ¿Es eso? Pensé que esta boda era el comienzo de algo real entre nosotros.

—Claro que sí, si te quiero, Claribel. Lo siento, fue el alcohol. Nunca quise lastimarte —dijo él, acariciando su cabello.

Mientras intentaba consolarla, una parte de él sabía que algo estaba mal. Pero decidió no ahondar en ello, al menos no en ese momento.

En la habitación de Avy, el sol se filtraba por las cortinas, iluminando su rostro pálido y sus ojos hinchados. Su madre, Luisa, entró en silencio, llevando una taza de té caliente.

—Mi niña hermosa, ¿qué te pasa? Desde que llegaste te noto distante, y anoche te escuché llorar. ¿Quieres contarme qué te ocurre?

Avy se incorporó lentamente, sintiendo el peso de su tristeza en cada movimiento.

—Madre, tengo el corazón hecho pedazos y no sé cómo reconstruirlo. Duele, mamá, duele mucho.

Luisa dejó la taza sobre la mesita de noche y se sentó junto a su hija, abriendo los brazos para abrazarla.

—Oh, mi niña, las heridas del corazón son las más difíciles de sanar. Pero recuerda que todo tiene su tiempo. Llora lo que tengas que llorar, pero no te rindas. Hay alguien allá afuera que sabrá valorar todo lo que eres.

—¿Y si ese alguien no existe? —preguntó Avy, con los ojos llenos de lágrimas —Mamá, he amado a alguien desde que era una niña, y nunca ha podido verme de la misma manera.

Luisa la miró con ternura, acariciando su cabello.

—Avy, a veces el amor duele, pero eso no significa que no valga la pena. Si esa persona no puede corresponderte, entonces no era para ti. Y créeme, el tiempo pondrá todo en su lugar.

—Quiero olvidarlo, mamá. Quiero arrancarlo de mi corazón. Por eso he decidido irme, esta vez por mucho más tiempo. Necesito sanar lejos de aquí.

Luisa la miró con preocupación, pero también con comprensión.

—Entiendo, mi amor. Pero antes de que te vayas, ¿por qué no vienes con tu padre y conmigo a la cabaña? Nos haría bien pasar tiempo juntas en familia.

Avy asintió, dejando escapar una pequeña sonrisa.

—Está bien, mamá. Iré con ustedes.

Luisa le acarició el rostro y la besó en la frente.

—Así me gusta. Mi hija es fuerte y valiente, siempre enfrentando la vida con una sonrisa.

Esa noche, mientras el viento susurraba entre los árboles, Avy permaneció despierta en su cama, repasando cada momento con Marcus. Su mente era un torbellino de emociones, pero sabía que debía seguir adelante. Por la mañana, se preparó para el viaje a la cabaña, decidida a dejar atrás su dolor, aunque fuera por unos días.

Al llegar a la cabaña, el ambiente era tranquilo y acogedor. Los árboles rodeaban la pequeña construcción de madera, y el sonido de un río cercano llenaba el aire con una melodía relajante. Avy respiró profundamente, dejando que la paz del lugar comenzara a calmar su corazón.

Luisa y su esposo, Alonso, se dedicaron a preparar la comida mientras Avy paseaba por los alrededores. En el fondo, sabía que este viaje era solo el comienzo de un largo proceso de sanación. Pero al menos, por ahora, podía encontrar consuelo en la compañía de su familia y en la belleza de la naturaleza que la rodeaba.

Mientras observaba el río fluir, dejó escapar un suspiro.

—Adiós, Marcus —murmuró, dejando que sus palabras se las llevara la corriente.

Era un adiós lleno de dolor, pero también de esperanza. Una esperanza de que, algún día, podría volver a amar sin que su corazón se rompiera en el intento.

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