Yadira se quedó perpleja ante la sorpresiva pregunta que su hija le había preparado sin aviso. Afortunadamente, la enfermera a la que su hija se había referido apareció en el momento oportuno, proporcionándole un inesperado respiro.—Usted, señorita, me prometió que lo que le conté quedaría entre nosotras —expresó la enfermera con una fingida severidad, ofreciéndole una pequeña paleta a la niña—. Aunque ahora dudo si debería dártela, ya que has compartido nuestro secreto.—Yo solo quería que mi mamá le enviara una foto nuestra a...Yadira, recordando las palabras de Guillermo sobre Sofía, interrumpió antes de que su hija revelara más de lo necesario.—Cariño, será mejor que le tomemos una foto en el parque mientras esperamos a Guillermo, así seguro se da prisa para venir —propuso con una sonrisa tranquilizadora.La pequeña Sofía asintió, satisfecha con la idea, y procedió a despedirse de la enfermera. Agarró la paleta que le había sido otorgada como premio por ser valiente y tomar sus
Rosalba, con su mirada fija en Guillermo, Yadira y Sofía formaban, sentía cómo la envidia y el deseo comprimían su pecho. El parque, lleno de risas y juegos, de repente le pareció un escenario ajeno, un lugar en el que su felicidad se mostraba esquiva, siempre al alcance de la vista pero nunca al del corazón. Era como si estuviera observando a través de un cristal empañado, viendo la vida que quería pero no podía tocar. Y allí, a lo lejos, estaba Enrique, el ex de Yadira, ella logró verlo.Enrique, por su parte, parecía estar inmerso en su propio mundo de observación distante. Desde su posición alejada, sus ojos no se despegaban de ellos. Aunque había decidido después del divorcio mantenerse al margen de la vida de Yadira para no volver a enfrentarse a ese hombre, no pudo evitar sentir rabia al verla tan radiante, hermosa de una forma que él nunca supo verla, con Guillermo y su hija. Era una mezcla compleja de sentimientos, donde la nostalgia se teñía con los matices oscuros del arrep
Yadira no podía creer que Enrique estuviera derramando lágrimas, y menos aún que trajera a colación el recuerdo más doloroso que compartían.—Por ese hijo que perdimos, el que se fue antes de nacer, cuando tuviste aquel accidente en las escaleras —dijo Enrique, su voz entrecortada por la emoción—, por él, te pido que consideres darme otra oportunidad.—No... por favor, no hablemos de él. No quiero recordar aquello, y no es justo que uses nuestra pérdida para esto —respondió Yadira, su corazón apretado por el dolor del pasado.Se había prometido que no dejaría que Enrique la lastimara de nuevo, y aquí estaba, permitiéndole que reviviera su herida más profunda.—No es mi intención culpabilizarte, Yadira. Siempre supe que fue un accidente y nunca pensé que fueras responsable. Pero también soy consciente de que fue por mi negligencia, por no estar a tu lado cuando más me necesitabas, absorbido por el trabajo y dejándote sola no solo durante el embarazo, sino también con nuestra hija peque
Yadira llegó unos minutos después de que Rosalba y su plan malvado hubieran tenido éxito. Por lo que se presentó justo cuando la maestra cerraba de vuelta el portón de la escuela.—Lo siento, se que estoy un par de minutos tarde pero ya he llegado por Sofía.La maestra fue tomada por sorpresa sobre todo al escuchar las palabras de Yadira.—Pero ella se acaba de ir con la persona por la que enviaste para recogerla. Debiste haberte cruzado con ellas en el camino.El pánico se apoderó de Yadira al escuchar las palabras de la maestra y darse cuenta que no estaba mintiendo.—No, yo no envié a nadie como le han dado mi hija a un extraño.—Ella me dio esto con tu firma — la maestra sacó el papel que Rosalba le había dado, haciendo que Yadira se diera cuenta al ver el papel quien era la persona que había recogido a su hija.—¡Se han robado a mi hija! ¡Ella se robó a mi hija!Los gritos de Yadira hicieron que salieran todos los profesores enterándose lo que había pasado.La directora de inmedi
Le había sido imposible contactar con Guillermo de ningún modo. A la preocupación por la desaparición de su hija se unía la sensación de que algo malo le había ocurrido a Guillermo; solo podía esperar. En ese momento, Yadira aguardaba cualquier tipo de comunicación. Su mente estaba sumida en la incertidumbre, en la angustia de no saber dónde estaba Sofía o si estaba a salvo. En ese estado de vulnerabilidad, su móvil finalmente sonó, y ella respondió con las manos temblorosas.—¿Hola? —La palabra se quebró en un susurro cargado de miedo.—Tenemos a tu hija —dijo una voz distorsionada al otro lado—. Si quieres verla sana y salva, vendrás sola. Sin la policía. Tienes una hora.—Rosalba, sé que eres tú. Dime qué quieres. Sabes que haré cualquier cosa por mi hija, pero devuélveme a Sofía —suplicó Yadira.Yadira se aferró al teléfono, como si con su fuerza de voluntad pudiera acercar a su hija, como si gracias a eso fuera capaz de recuperarla.—No sé de quién me habla, señora. Solo haga lo
Guillermo estaba siendo atendido por las heridas del reciente atentado, rodeado por sus hombres que lo habían llevado a la fuerza al medico de confianza. A pesar de la atención médica, su mente estaba turbada por la acumulación de llamadas perdidas de Yadira en su buzón de voz, y la imposibilidad de contactarla le hacía retorcerse de inquietud en la camilla.—Señor Meza, es imperativo que permanezca aquí. La herida requiere cuidado; una reapertura podría ser catastrófica —insistió el médico, un viejo conocido a quien Guillermo confiaba incluso para tratar heridas de bala.—Por favor, jefe, deje que nos encarguemos. Además, estamos averiguando quién estuvo detrás del atentado —reafirmó uno de sus subordinados.Guillermo los miró con una mezcla de frustración y determinación. Estaba claro que nada lo detendría.El silencio que siguió fue interrumpido por la vibración del teléfono de Guillermo. La pantalla mostraba otra llamada entrante, y el vislumbre de los mensajes de Yadira avivó su
Agitada y llena de temor, dejó caer su móvil. Una mesera, al ver su estado, se acercó con preocupación.—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó la joven con cuidado.—Estoy bien, solo déjame —respondió Rosalba, su voz era un gruñido.Después de un empujón apresurado y torpe, recogió su teléfono y se apresuró a encerrarse en el baño, donde intentó comunicarse con el jefe de los secuestradores. Pero su llamada cayó en el vacío, sin respuesta, incrementando el torbellino de pánico que ahora amenazaba con consumirla.Rosalba se retorcía en una maraña de miedo y arrepentimiento, atrapada en una trama de su propia creación que había crecido más allá de lo que jamás imaginó. Su corazón latía frenético buscando una salida a la pesadilla que ella había orquestado, pero con cada palpitar, la realidad de su situación se volvía más abrumadora.El escondite donde los secuestradores guardaban a Yadira pronto se vería sacudido por la fuerza imparable de Guillermo y su equipo. Mientras tanto, Rosalba
Rosalba salió apresuradamente de la cafetería, sintiéndose aliviada de que sus llamadas se hicieran desde un teléfono de prepago, lo cual le permitía limpiar cualquier rastro de su implicación en el secuestro y entregar el dispositivo a un vagabundo que encontró al salir de allí.El vagabundo, ajeno a lo que estaba sucediendo, se convirtió en su distracción, mientras ella debía lidiar con la verdadera amenaza: Guillermo.En el interior de su automóvil, temblaba sin control, tratando de pensar en quién podría recurrir para salir de esta situación. Sabía que Enrique no la ayudaría, y ninguno de sus amantes tenía el poder para enfrentar a Guillermo. Cualquier intento de protegerla sería inútil frente a su venganza.—¡Maldita sea, Rosalba! Eres una completa idiota. ¿Cómo te atreviste a meterte en esto? —se recriminaba a sí misma mientras se tiraba del cabello y mordía sus uñas hasta sentir el dolor. Golpeó el volante con la cabeza en un arrebato de desesperación, sintiendo el dolor físico