La bala penetró su piel como un hierro candente, arrancándole el aliento. El dolor fue agudo, paralizante. Gwen cayó de rodillas, su mano buscando desesperadamente apoyo en una pared oxidada para no desplomarse. El frío y la humedad del metal se mezclaron con la punzada en su costado, anclándola al momento. Su visión se nubló brevemente mientras el sudor le caía por la frente en gotas tibias.Desde su lugar, Teo observaba. Atravesando el polvo y los escombros, su figura se inclinó hacia adelante, sus ojos chispeantes con una mezcla de triunfo y cansancio.—Aún no lo entiendes, Gwen. No soy el enemigo —dijo, su tono tranquilo, casi cercano—. Si sigues este camino, te destruirás a ti misma. No te salvarás de lo que viene… ni tú ni tu Agrupación Plasma.Su voz resonó en las paredes metálicas de la Fábrica Untzué, pero Gwen ya no escuchaba. Intentó reprimir aquellas palabras, borrarlas de su mente como si nunca hubieran sido pronunciadas. Sin embargo, sus piernas temblaban, y el aire dens
Con el cuerpo agotado y la mente envuelta en un huracán de pensamientos, Gwen emprendió el largo camino de regreso a la Agrupación Plasma. Cada paso resonaba en el silencio de la noche, y aunque su herida comenzaba a sanar, el dolor persistía como un eco constante. La adrenalina aún recorría sus venas, pero algo más latía en su interior: la duda.Cuando llegó, Mactodo la esperaba, de pie bajo las luces tenues de la entrada. Una sonrisa calculada curvaba sus labios, pero sus ojos brillaban con una intensidad que Gwen no pudo descifrar del todo.—¿Lo hiciste? —preguntó, su voz serena, pero cargada de expectación.Gwen asintió, su mirada fija en el suelo. Su poder había crecido, y había dominado el Succinetismo hasta límites que no imaginaba, pero la sensación de vacío dentro de ella seguía creciendo en su interior.—Sí, lo eliminé. Nadie más conocerá mi secreto —respondió, apenas un susurro.Mactodo entrecerró los ojos, su sonrisa ensanchándose ligeramente.—Has hecho lo que debía hacer
El eco de unas palabras resonaba en todos los rincones de Pueblo Plasmar e incluso sus alrededores. Desde los elegantes despachos del municipio hasta los rincones más oscuros de la Prisión Battuo, los Platos Transmisores emitían una voz firme y clara, pero distorsionada en su anonimato.—"La verdad no puede ser silenciada. Pueblo Plasmar, ¿hasta cuándo tolerarán los abusos de Marta y su séquito?".🕸️En el municipio, Marta, Alba y Afil escuchaban la transmisión con rostros tensos. Alba, siempre calculadora, mantenía una expresión serena, mientras Afil tamborileaba los dedos en la mesa, incapaz de contener su nerviosismo. Marta, por otro lado, tenía los labios apretados en una línea delgada.—Esto es una farsa —dijo Marta, rompiendo el silencio con voz gélida.—Pero una farsa que todos están escuchando, Mandataria —replicó Alba."Informante del Sol", como se hacía llamar, había hackeado los sistemas municipales. Los secretos de Marta ya no estaban a salvo.🕸️Dodge, por su parte, esc
En el municipio, Marta golpeó la mesa con ambas manos, haciendo que los papeles volaran por el aire.—¡Encuentren al responsable! —gritó, dirigiéndose a Alba y Afil.Alba, siempre meticulosa, apenas levantó la vista de su tableta mientras respondía con un tono calculador:—Estamos investigando, Mandataria, pero quien sea este o esta informante, tiene recursos inesperados —respondió, sin perder la calma.—No quiero excusas. Quiero resultados. Esta… este intruso no puede quedar impune.Afil tamborileaba los dedos nerviosamente, lanzando miradas fugaces hacia Alba y luego hacia Marta.—Hay algo más, Mandataria —dijo finalmente, su voz vacilante—. Algunos reportes indican que el hackeo pudo provenir desde el núcleo de nuestras comunicaciones… es decir, alguien con acceso interno.Marta se detuvo en seco, sus ojos fulminantes cayendo sobre Afil.—¿Estás sugiriendo que tenemos un traidor?—Es solo una hipótesis —respondió Alba con rapidez, intentando calmar la situación.—No son hipótesis l
La Cárcel de Battuo, oscura y opresiva, parecía devorar cada sonido. Las paredes de concreto atrapaban murmullos y suspiros de los condenados, convirtiéndolos en ecos lejanos. Gwen caminaba con paso firme, aunque cada vez que sus botas resonaban contra el suelo frío, una sombra de duda la acompañaba. Frente a las rejas de la celda de Teo, acostado sobre una cama de piedra.Teo alzó la vista. El tiempo había sido implacable con él; su rostro estaba marcado por la frustración y la rabia acumuladas.—Plasmática farsante, qué sorpresa verte de nuevo —dijo con una sonrisa torcida que no alcanzó sus ojos.Cuando Gwen abrió la puerta de la celda con una llave que había "adquirido" del Comisario Lagos, Teo se levantó, su expresión pasando de sorpresa a burla en un instante.—Oh, ¿vas a liberarme? ¿Crees que con eso comprarás mi silencio o me convencerás de que no eres una farsante? —su mirada chispeante de desafío.Gwen respiró hondo, intentando contener el impulso de golpearlo que sentía. La
El rostro burlón de Teo seguía atormentando los pensamientos de Gwen mientras caminaba por las calles desiertas de Pueblo Plasmar. Si Gabriela estaba viva, debía saberlo. La revelación de que esto podría ser real la quemaba por dentro como un hierro al rojo vivo. Necesitaba respuestas. Y si alguien lo sabría, ese era Lagos, el Ex-Comisario local.Su primer destino fue una pequeña casita en las afueras de Puerto Bando, donde el excomisario vivía en un retiro silencioso tras su despido de la policía local. Gwen golpeó la puerta con fuerza, su mente llena de interrogantes.El hombre mayor de hombros encorvados y mirada cansada, abrió la puerta.—¿Es cierto? —preguntó Gwen, entrando sin esperar una invitación—. ¿Gabriela está viva?Lagos dejó escapar un suspiro, sus ojos evitando los de Gwen.—Sí —admitió con gravedad—. Fue liberada por orden directa de Marta.Las palabras cayeron como un martillo sobre Gwen.—¿Marta? —repitió Gwen, incrédula—. ¿Por qué haría algo así?Lagos negó con la ca
Gabriela, con pasos decididos, se adentró en el almacén donde Diego y Rouge estaban terminando de organizar las cajas para la última entrega del día. La luz mortecina del atardecer se filtraba por las ventanas polvorientas, proyectando sombras alargadas sobre las paredes. Al abrir la puerta, el viento frío de la tarde agitó su cabello. Diego levantó la vista al escuchar los pasos. Sus ojos se encontraron.Diego la vio primero. Al reconocerla, pasó su rostro de la sorpresa a la confusión.—Gabi… —murmuró, incrédulo, mientras dejó caer la caja que estaba organizando.Rouge, que estaba más cerca, dejó caer un par de herramientas que llevaba en la mano y retrocedió instintivamente, aunque trató de disimular su incomodidad. La llegada de Gabriela no podía significar nada bueno.Gabriela no esperó a que nadie hablara.—Estoy libre gracias a la Mandataria Marta —anunció sin preámbulos, sus ojos recorriendo el lugar con una intensidad que hacía difícil sostenerle la mirada.Diego frunció el c
El sol brillaba con una intensidad que Gwen apenas podía sentir. Las calles de Pueblo Plasmar parecían más vacías de lo habitual, pero para ella, el silencio solo amplificaba el ruido en su mente. Aunque había superado obstáculos que la habrían derrotado meses atrás, se sentía atrapada en una batalla constante, una que nadie más podía ver.La dualidad de su existencia como Sanguínea y Plasmática la desgarraba internamente, una lucha interna entre sus miedos más profundos y sus deseos más sinceros. Su sangre, la que le conectaba a un pasado que deseaba olvidar, luchaba contra la energía que la hacía poderosa pero que también la alejaba de la humanidad que intentaba conservar, una pelea que superaba las barreras físicas y mentales. No solo se enfrentaba a enemigos externos, sino también a sus propias debilidades.Por las noches, cuan