Andrés parecía tener una energía inagotable. Después de una noche agitada, cuando apenas empezaba a amanecer, salió del baño tan fresco como si nada. Se dirigió al armario y, entre una pila de camisas oscuras, escogió una negra con flores. Esa camisa la había comprado Luna para él. Aunque al principio se quejaba de que era demasiado llamativa, terminó usándola casi a diario. De hecho, le gustó tanto que compró otra igual para tener de repuesto, y últimamente, esas dos eran prácticamente lo único que usaba.Luna, por su parte, llevaba despierta desde las seis y no había vuelto a dormir. Notó que la cara de Asterio estaba un poco caliente, así que, preocupada, le tomó la temperatura y vio que tenía fiebre. Fue al botiquín que siempre tenían listo para él y le dio un poco de medicina. Por suerte, la fiebre comenzó a bajar y Asterio parecía estar mejor.—Cámbiate de ropa. Hoy vienes conmigo a la oficina —le ordenó Andrés.Luna, todavía medio aturdida, negó con la cabeza.—Andrés, creo que
—Entonces, ¿me llamaste por la seguridad de Luna? —preguntó Leonardo, con una ceja levantada.—Así es —Andrés asintió—. Quiero que mantengas en secreto el hecho de que Frida sigue viva. No quiero que Luna se entere, temo que podría ir a buscar información sobre Gabriel por su cuenta.Leonardo dejó la tableta a un lado y sonrió, casi con incredulidad.—¿Ahora resulta que le tienes miedo a Frida? ¿Te preocupa que pierda el control y lastime a Luna? —Sin esperar respuesta, continuó—. Bueno, la verdad es que lo entiendo. Una mujer herida de esa manera puede llegar a hacer cualquier cosa.—Andrés… esta es una deuda que tú contrajiste, no deberías dejar que Luna pague por ella. Es mejor que te encargues de esto cuanto antes. No me preocupa tanto Frida, lo que realmente me preocupa… es María Rodríguez. Ella no es como Frida; no puedes manejarla tan fácilmente. Si la mantienes cerca, tarde o temprano podrías perderlo todo, incluso la empresa.María tenía más ambición que cualquier otra mujer.
Cuando Andrés se fue, dejó tras de sí un desastre total. Todo lo que sus guardaespaldas habían destruido tenía un valor incalculable.Álvaro, quien lo seguía de cerca, no podía creer lo que acababa de presenciar. En todos los años que llevaba trabajando para el presidente, nunca lo había visto perder el control de esa manera. Si esto hubiera ocurrido en el pasado, Frida no la habría pasado bien. Lo que sucedió era una advertencia clara para la familia Ríos, aunque el daño material no les afectaba demasiado.Nadie esperaba que Frida sobreviviera a ese accidente aéreo. Pero, ¿por qué solo ella?—Señor, ¿cree que la familia Ríos tomará represalias y aprovechará esto para desprestigiar al grupo? —preguntó Álvaro, preocupado.Andrés, caminando al frente, tiró la colilla del cigarrillo al suelo.—¿Cuándo me ha importado la familia Ríos?—Regresemos a la oficina.—Sí, señor —Álvaro asintió.***Grupo ProsperidadOficina del VicepresidenteMaría colgó el teléfono con una expresión de disgusto
Shirley, que estaba a punto de enviarle otro mensaje, vio un ícono rojo de advertencia en la pantalla.Furiosa, pensó para sí: «Maldito imbécil, ¿quién te crees que eres? No me importa si no respondes, no eres tan importante.»Con dignidad, Shirley no se quedó de brazos cruzados. Si Álvaro la había bloqueado, ella lo bloqueó de vuelta y luego lo eliminó para siempre de sus contactos.«Ni pienses que te voy a aceptar de nuevo si me lo pides», se dijo.Dirigiéndose a María, le informó:—Vicepresidenta, le mandé un mensaje a Álvaro para decirle que estábamos viniendo, pero… ¡me bloqueó y me eliminó!—¿Y para qué te tengo aquí, entonces? —replicó María, visiblemente molesta.Shirley retrocedió un par de pasos y rápidamente se disculpó:—Lo siento, vicepresidenta Rodríguez. Prometo que lo revisaré y no volverá a suceder.María levantó la vista y vio a Luna, que estaba parada en la ventana del tercer piso, observándola con calma. Era la primera vez que María se sentía humillada de esta maner
Shirley ya no se preocupaba tanto. Al final del día, un trabajo es un trabajo, y si era por dinero, podía encontrar otro en cualquier lugar. No valía la pena poner en riesgo su salud por esta situación.Antes, cuando no había tanto estrés, podía pasar todo el día jugando con su teléfono en el escritorio sin que nadie le dijera nada. Pero desde que María había regresado, sentía que cada día le dolía más la cabeza.Todo por haber escuchado las tonterías de Álvaro. Al principio, él le había prometido que la pondría como asistente de María temporalmente, porque tenía otros planes para ella y que pronto la trasladaría de vuelta a su puesto original. Pero ya había pasado mucho tiempo y, aparte de la única vez que le pidió ayuda, no había vuelto a llamarla. Cada vez que le preguntaba cuándo podía regresar, él simplemente la ignoraba. No importaba cuántos mensajes le enviara, nunca respondía.¿Y ahora que ya no la necesitaba? ¿La bloqueó como si nada?Shirley estaba sentada en su escritorio, r
Él pareció escuchar lo que dijo, porque de repente la miró con calma.Shirley sintió como si la hubieran pillado diciendo algo indebido, pero en lugar de sentirse culpable, lo que sintió fue un poco de vergüenza.Era raro que Shirley, siempre tan desenvuelta, se sintiera tan sonrojada.Lo vio acercarse. Tenía una figura esbelta y una apariencia muy limpia y agradable. Sus ojos almendrados y un poco entrecerrados le daban un aire sereno y fresco.De todos los candidatos con los que había salido, este era definitivamente el más atractivo.—¿Tú eres… Shirley? —preguntó él.—Sí, soy yo —Shirley lo miró con curiosidad—. ¿Eres el chico que mi mamá me presentó para la cita?—Así es —respondió él con una ligera inclinación de cabeza—. Vamos adentro, afuera hace frío.—Claro —asintió Shirley, aún un poco sorprendida.Se sentaron junto a la ventana, y Shirley notó que él parecía un poco incómodo, tocándose la nuca.—Hola, es la primera vez que nos vemos, así que me presento formalmente. Me llamo
«El Cielo Supremo» fue un libro que causó sensación cuando ella estaba en la secundaria. La única información sobre el autor eran algunas entrevistas breves en la página web, y ese libro fue su primera obra, un éxito rotundo. Con solo diez mil palabras, ya tenía más de un millón de suscriptores en la revista semanal, y en menos de un mes sacaron un manga basado en él.Ese libro era todo un fenómeno en la escuela, era parte de su adolescencia.Shirley nunca se imaginó que el autor que tanto admiraba en su juventud ahora estuviera sentado frente a ella.¡Y que además fuera su cita a ciegas!¡Esto es increíble!Debajo de la mesa, Shirley se dio un pellizco para asegurarse de que no estaba soñando.Emocionada, de repente se levantó y se sentó al lado de Kilian.—¡Oye, maestro! ¿Me podrías dar un autógrafo? Sé que quieres mantenerte en el anonimato, no te preocupes, no le diré a nadie quién eres.Kilian, un poco incómodo por la cercanía, pero sin rechazar su compañía, asintió.—Está bien, t
Shirley, que siempre tenía algo que decir, continuó la comida hablando de diferentes temas. Temía que él se molestara por su conversación constante, pero para su sorpresa, Kilian respondió pacientemente a cada una de sus preguntas.No era como Álvaro, que después de tres frases ya le decía que se callara.—Kilian, ya terminé de comer, ¿y tú?—Sí, yo también.—Todavía es temprano. ¿Qué te parece si vamos al cine? Hay una película de ciencia ficción que dicen que está buenísima, ¿te interesa? —propuso Shirley.—Me parece bien.Cuando fueron a pagar, Kilian sacó su billetera del bolsillo y pagó la cuenta.—Kilian, deberías intentar usar pagos electrónicos, así no tienes que llevar efectivo cuando salgas —comentó Shirley, con las manos detrás de la espalda.—Todavía no me acostumbro a eso —respondió Kilian.—No te preocupes, esta vez tú invitaste, la próxima invito yo —Shirley se tocó la nariz, un poco tímida—. Solo prométeme que cuando te llame para salir, no te negarás.—No importa cuánd