El autocontrol que mostraba Alvaro Jiménez dejó a Delicia López algo sorprendida. Las acciones de Alvaro ese día habían sido continuamente inesperadas. En la mañana, en el sótano, se había contenido, y ahora, al verla de la mano con Néstor, tampoco armó un escándalo. ¿Acaso había cambiado?—¿Qué haces aquí? —preguntó Delicia, intentando sonar lo más normal posible. Afortunadamente, el personal aquí era extremadamente profesional. La recepcionista no mostraba el más mínimo interés en su dirección, evitando cualquier mirada de cotilleo. No cabía duda de que las habilidades de Néstor para elegir a su personal eran dignas de admiración. En una empresa tan grande, desde la cima hasta la base, el manejo era meticuloso, sin un solo resquicio para el error.Alvaro miraba desde su altura a Delicia, conteniendo su temperamento una y otra vez, hasta que finalmente lo hizo. Se dio la vuelta y dijo: —Ven conmigo. —Delicia se sentía aún más desconcertada por su calma. ¿Sería por el incidente en la
—¿Qué diablos pretendes?Delicia López solo pudo articular esta pregunta, a pesar de haber planeado decir mucho más.Alvaro Jiménez respondió con frialdad: —¿Jugando conmigo? ¿Te parece divertido?Delicia se quedó sin palabras. ¿Jugando con él? —¡No tengo idea de lo que estás hablando!—¡Ja! —Alvaro rió burlonamente, se apoyó en el capó del coche y encendió un cigarrillo, aspirando profundamente. El silencio reinante solo se rompía por el sonido del agua y el aroma del tabaco mezclándose con la naturaleza.El hombre no dijo más, y Delicia, confundida, tampoco preguntó.Un cigarrillo tras otro, reflejando la tormenta que azotaba el interior de Alvaro. No fue hasta el quinto cigarrillo, cuando Delicia ya sentía adormecerse los pies, que él habló de nuevo: —Delicia, ¿realmente has olvidado quién eres después de tener un poco de libertad?—¡No sé de qué hablas! —Delicia se llevó la mano al pecho, sintiéndose terriblemente mal. No entendía el repentino cambio de humor de Alvaro.Él la mi
Alvaro Jiménez estaba furioso. Solo pensar en cómo Delicia López había guardado silencio durante tanto tiempo, y cómo él había cometido tal estupidez en su vida por primera vez, lo enfurecía aún más.—¡Alvaro Jiménez, maldito seas! —Delicia lo maldecía, resistiéndose. Pero era en vano. Él, como un loco, como una bestia, desprendía un aura peligrosa, consumiéndola poco a poco. Después de un largo rato, la tormenta se calmó.Alvaro levantó la vista hacia los labios rojos de Delicia, rozándolos con sus dedos. Ella, en respuesta, mordió su dedo. —¡Ah!En ese momento, sonó el clic de una cámara de teléfono. Delicia se quedó sorprendida al ver que Alvaro sostenía su teléfono.Ella soltó su dedo, ya marcado por la mordida, e intentó arrebatarle el móvil, —¿Qué estás haciendo?—¿Qué crees? —respondió él.—¡Alvaro Jiménez! —Delicia estaba furiosa. —Tú, pequeña zorra, me has hecho pasar por tanto, ¿no debería recuperar algo a cambio? —dijo Alvaro, disfrutando su enfado.Siempre había pensado q
—Entre Yolanda y yo no hay nada de lo que piensas. —Alvaro miró su perfil. Siempre había pensado que el detonante de su divorcio fue Yolanda. Pero ahora recordaba cómo, desde que se casó con él, la familia Jiménez nunca fue amable con ella. El desdén provenía simplemente de su condición de huérfana sin nada propio. Delicia levantó la vista al cielo, expulsando el humo de su cigarrillo, y dijo: —Lo nuestro es demasiado complicado, demasiadas cosas. Tantas que ni ella podía contarlas. Estas palabras, aunque amargas, eran la verdad.Al oír eso, los ojos de Alvaro se estrecharon. En ese momento, un pensamiento borroso surgió en su mente, intentando escucharlo con claridad, pero resultaba difuso. Miró fijamente a Delicia con los labios apretados. Cuando estaba a punto de hablar, el teléfono de Delicia sonó. Al sacarlo, algo cambió en la mirada de Alvaro.—¡Tío! —decía la pantalla, refiriéndose a Néstor. La relación entre ellos era tan clara y él no lo había notado antes. Bastaba con ver s
Mencionar a esa mujer siempre alteraba a Delicia. Ahora, más aún tras conocer la historia de Yolanda. ¿Quién de sus madres era realmente la víctima? ¿Y entre ellas dos, quién había sufrido más? Las acciones vengativas de Delicia habían destruido su matrimonio. Y ahora, Alvaro, con quien había compartido diez años de sentimientos, le pedía que admitiera ser la culpable.Sus miradas se encontraron, y Alvaro sintió un escalofrío al ver la tristeza y la ira en los ojos de Delicia. —No deberías odiarla. —dijo él con firmeza. —¿Sabes? ¡Ahora eres más despreciable que ella! —replicó ella con un tono cada vez más áspero. Alvaro se quedó paralizado.El coche enviado por Néstor llegó. Mientras Delicia caminaba hacia el auto, dijo: —Dale un mensaje a Yolanda. Hizo una pausa. En el momento en que el guardaespaldas abría la puerta del coche, se volvió hacia Alvaro, mirándolo fijamente. —Ella tenía razón, lo nuestro es solo el principio. Sin esperar respuesta, subió al coche y se fue.Yolanda
Alvaro frunció el ceño mientras se acercaba. Isabel, al verlo, mostró una expresión de frustración y rabia: —¡Mira, mira! Te lo dije, esa mujer Delicia no es buena para nada.Hubo un silencio. —Insististe en estar con ella en aquel entonces, ¡mira lo que le ha hecho a nuestra familia Jiménez! ¿No es suficiente? ¡Ahora incluso viene a perjudicar a Yolandita!Isabel continuaba reprochando sin parar. Solo pensar en la crueldad de Delicia la llenaba de un deseo voraz de desgarrarla, sus ojos destilaban un odio profundo. De repente, se abrió la puerta de la sala de emergencias. Isabel se giró rápidamente: —Doctor, ¿cómo está Yolandita?Su voz estaba teñida de ansiedad. A pesar de estar decepcionada con su hijo, siempre había cuidado de aquellos que habían ayudado a Alvaro en el pasado. Alvaro permanecía inmóvil, su mirada fría ocultaba una profunda irritación. Escucharon al médico decir: —Afortunadamente la encontramos a tiempo, de lo contrario las consecuencias serían impensables
Isabel, con un asunto urgente que atender, vio a Antonia presente y, sin pensarlo mucho, le pidió que se quedara con Yolanda. —Quédate aquí con Yolandita durante dos horas. Volveré pronto. Y no la dejes contestar llamadas.—dijo Isabel, un tanto confundida. El móvil de Yolanda ya había sido destrozado por ella. Antonia, consumida por el fuego de los celos, asintió obedientemente: —Vaya, yo me encargo.—Qué buena eres. —dijo Isabel, aliviada y agradecida por la fiabilidad de Antonia, antes de irse. En la habitación del hospital. Cuando solo quedaron Antonia y Yolanda, Antonia miró a Yolanda, pálida, con una sonrisa burlona en los labios. —Eres mucho más difícil de tratar que Delicia.Era una declaración cargada de ironía. En el pasado, en la familia Jiménez, nadie aparte de Alvaro apreciaba a Delicia. Pero Yolanda era diferente. Todos, excepto Antonia, parecían adorarla, especialmente Isabel, cuyo afecto era tan valioso. Yolanda había ganado fácilmente el cariño de quienes la
Alvaro estaba preocupado por algún cambio inesperado por parte de los donantes, por lo que la operación se programó con cierta urgencia.Yolanda extendió su mano hacia Alvaro. En ese instante, él agarró su muñeca: —¿Qué pasa?Lo que Yolanda no vio fue el destello de resistencia que cruzó brevemente los ojos de Alvaro.Ella dijo: —Quiero esforzarme en adaptarme a esta oscuridad.Su voz rebosaba de una tristeza conmovedora.Hay que decir que Yolanda realmente entiende a los hombres, sabe cómo tocar sus corazones.La cálida palma de Alvaro acarició su cabeza: —No necesitas acostumbrarte a una vida en la oscuridad, pronto recuperarás la luz.—¿De verdad? —preguntó ella.—Sí, la operación ya se está preparando.Al oír esto, una alegría inmediata iluminó su rostro. ¡Dios sabe cuánto miedo tenía en esos días a oscuras, incluso pensar en ello era difícil!—¿En serio?Antes de perder la vista, ya era difícil encontrar un donante de córnea.¿Acaso Delicia había accedido a donarle la suya esta