Lady Katerina corroboró una vez más la lista de invitados y los arreglos que había hecho para los puestos de cada comensal en la mesas. Faltaba solo un día para el baile en Lancaster House y, junto con Clay, llevaban supervisando por más de una semana los detalles para que el evento fuera la sensación de la temporada.El sirviente se había ocupado de que la mantelería y vajillas lucieran impecables y de que los criados bruñeran con sumo cuidado toda la platería de la mansión. La marquesa viuda escogió meticulosamente el menú y se aseguró de que los ingredientes proveídos fueran de la mejor calidad. El duque, después tres años, desplegó la basta bodega que tenía en la mansión y puso a disposición su preciada colección de licores y vinos.La llegada constante de comerciantes no cesó durante la última semana, y ese día no fue la excepción. Las floristas, que se resumían a un pequeño ejército de mujeres, iban montando las mesas y algunos caballetes donde se desplegaría una gran cantidad d
—¿Hay algo que has olvidado comentar conmigo? —insistió Margot, en el desayuno, mientras untaba mermelada a su tostada.Claire, quien se había llevado a la boca un trozo de galleta, se tomó el tiempo de terminarlo y de beber un poco de té antes de responder:—¡Oh, sí! —La duquesa viuda dejó de mover la mano y miró expectante a su hija—. El marqués de Lys me invitó a un paseo en calesa. Debería llegar en cualquier momento.Margot emitió un hondo suspiro y dejó sobre el platillo la tostada.—Claire, creo que es hora de que seas sincera conmigo y termines con las evasivas. —Claire miró con resignación a su madre, quién esta vez no estaba dispuesta a quedarse con dudas—. ¿Qué sucede exactamente entre Lancaster y tú? Y no me digas que nada, porque todo el mundo espera que asistas al baile de esta noche para confirmar tu inminente compromiso con el duque.—¿Tan malo sería que su excelencia pidiera mi mano? —respondió ella.No comprendía aquella preocupación desmedida de su madre cuando se m
La criada, confundida de que su señora pusiera algo en el sitio que señalaba, fue por él. Cuando tomó el prendedor y se lo colocó a la altura del escote izquierdo, la doncella emitió unas palabras de admiración por la belleza de la joya. Claire aún no le había mencionado que por fin encontró a su salvador y que ese singular broche se lo había obsequiado él con un propósito que descubriría esa noche.La pieza brillaba en su vestido, contrastando a la perfección con el color de la tela. Lucía soberbia, y la sonrisa cómplice que se prodigó a sí en el espejo la hizo comprender que estaba haciendo bien en usarlo.—Luce preciosa, milady —la elogió Amalia—. El prendedor le hace justicia a su belleza. No se lo vi puesto nunca. ¿Es nuevo?La curiosidad de Amalia le hizo pensar en su madre y se le ocurrió una idea para salir librada de su interrogatorio.—Es nuevo. Es hora —acotó con la intención de ir al encuentro de su madre, para partir hacia Lancaster House.Al pie de las escaleras, con los
Aunque era consciente de que todas las miradas estaban puestas en él y que el salón se quedó en silencio cuando anunciaron a Claire, Lancaster se abrió paso hacia las escaleras, conviniendo su llegada con la de ella, quien bajó con elegancia cada peldaño.Al verlo acercarse, la dama le sonrió mientras realizaba una reverencia como mandaba la etiqueta. Arthur hizo lo propio inclinándose y trató de ignorar el hormigueo que le asaltó de pronto, cuando tomó su mano enguantada y le besó los nudillos con la intención de provocar algún tipo de reacción en ella.El carraspeo de la duquesa viuda de Devon lo obligó a apartar su boca, pero no a soltar la mano. Levantó la cabeza, y su mirada felina dio con el prendedor que le había obsequiado. La miró a los ojos por unos instantes; tomó la libretilla de baile y apuntó su nombre, adjudicándose el primer vals.—Lady Claire, me alegra verla aquí. —Su sedosa voz ruborizó a la dama—. Lamentablemente, el protocolo solo permite que baile con usted una v
Arthur la hizo girar con habilidad y retomaron el paso junto con las parejas que se unieron a ellos.—Temía que no viniera —susurró él, muy cerca al oído—. No sabe lo feliz que me ha hecho con su presencia.Al duque no le costó nada pronunciar aquellas palabras, y hasta él se sorprendió por el hecho de sentirse tan cómodo realizando semejante confesión. Consciente de que todas las miradas los seguían, Claire solo sonrió.—No me atreví a desafiarlo… —respondió, y enarcó una ceja en un tácito reclamo al duque por ponerla entre la espada y la pared.—No me dejó alternativa, milady. —Se relamió los labios y dirigió la vista al broche que brillaba muy cerca del profundo escote de su vestido. Sintió un calor avasallante recorrerle de pies a cabeza, y se obligó a levantar la mirada de inmediato. Desconcertado por la reacción de su cuerpo, intentó fijar su atención en lo que importaba—. Gracias por usarlo; significa mucho para mí.—Es una joya preciosa. Y, para ser sinceros, ni siquiera yo sé
—No tiene que explicar nada. Por favor, discúlpeme si me ha malinterpretado.—Su excelencia es bastante afortunado por ganar el corazón de una dama noble como usted.—Yo no… —intentó excusarse, pero la marquesa viuda solo sonrió.—A pesar de mi corta edad, reconozco cuando el corazón de una dama se encuentra comprometido. —Katerina pareció evocar un recuerdo y suspiró—. Tiene suerte de que sus sentimientos sean correspondidos, y lo más importante, es afortunada de poder escoger.—Parece haber sufrido un desafortunado amor, lady Katerina —lamentó Claire.Ella recompuso su sonrisa y negó con la cabeza.—Si usted acepta, podemos ser amigas, y más adelante puede que le comparta mi historia. —Claire estuvo de acuerdo—. Creo que lo más conveniente es que sea franca con usted para evitar problemas. Su excelencia preparó una sorpresa y la espera en el invernadero.—¿Cómo?—Me pidió que le sirviera de carabina para no comprometer su reputación, por lo que esperaré aquí mientras ustedes de reún
Arthur había cerrado por cautela las puertas del invernadero antes de acercarse por la espalda a Claire. La vio desde un rincón disfrutar como una chiquilla de aquella maravillosa escena montada por lady Lennox y sintió lástima por ella. Por un momento deseó que no tuviera nada que ver con el apellido Bradbury y se lamentó de que, entre todas las mujeres del mundo, la dama cuyas virtudes lo habían estado asaltando durante varias noches sin siquiera él saberlo, tuviera que pagar con un amor condenado, las consecuencias de una desgracia que no era culpa de ninguno de los dos.Mientras se acercaba con sigilo, sus ojos no podían apartarse de la piel desnuda de su nuca, cuello y hombros, y se maldijo a sí mismo por todas las reacciones involuntarias de su cuerpo. Se obligó a recordar quién era ella, cuál era el propósito de tanto esfuerzo y lo que debía lograr: que Claire lo quisiera con toda el alma, que lo mudara a su piel y que estuviera dispuesta a todo por él, porque solo así el golpe
Aprovechó el aturdimiento que la envolvió para estudiar sus facciones perfectas y ahogó un lamento por las circunstancias en las que se estaban dando las cosas.—Me debe una respuesta, milady —musitó él, quien seguía rodeándola con los brazos en tanto ella regresaba a la realidad—. ¿Desea que la deje en paz?Claire no estaba en condiciones de emitir una sola palabra, pero él tampoco le daba tiempo a meditar una respuesta apropiada. Solo negó con la cabeza y susurró un «no» que fue suficiente para que el duque la estrechara en sus brazos. Afianzada a su cuerpo, se descubrió exquisitamente feliz, y por fin pudo darle nombre a todo lo que sentía cada vez que pensaba en su excelencia.Era amor.Ella, lady Claire Bradbury, estaba perdidamente enamorada del que todos llamaban El Duque Demonio, y ya no había modo de esconder aquel sentimiento turbador que se liberó esa noche con la confesión de Lancaster. Lo quería. Sospechaba que sería capaz de lo que nunca imaginó con tal de volver a senti