CAPITULO 3

Con su cara apoyada al torso tibio que percibía por encima de la tela de la camisa, aspiró hondo el aroma varonil que destilaba el hombre.

—¿Se encuentra bien, milady? —inquirió el caballero con una voz gruesa, pero apacible al oído de Claire. El caballo se había detenido, pero ella seguía aferrada a quién le acababa de hablar—. Ya se encuentra a salvo, no hay nada que temer —acotó de nuevo, con su aliento cálido rozando la piel de la nuca de Claire.

Ella se estremeció y sintió una fuerte opresión en el pecho. Despacio, comenzó a respirar con normalidad y abrió los párpados. Al elevar la vista se encontró con unos profundos ojos pardos que la calaban con intensidad. Conmocionada por aquella impresionante mirada, fijó la suya en el rostro del hombre.

Un repentino calor invadió las mejillas de Claire cuando recorrió sin pudor cada tramo de la atractiva cara del caballero. Se quedó inmersa en los inusuales ojos felinos que parpadeaban bajo unas largas pestañas negras. Su llamativo rostro de proporciones masculinas, portaba unos labios carnosos que la hicieron entreabrir la boca y emitir un leve suspiro.

El hombre en cuestión sonrió de lado y Claire sintió la repentina necesidad de descubrir cómo se sentiría aquella boca sobre la suya.

—¿Milady? ¿Se encuentra bien? —oyó Claire de repente y pestañeó, recuperando el poco sentido común que no se había apartado de su juicio con aquellos pensamientos.

Ella, solo afirmó con la cabeza y se sonrojó.

Con esa respuesta, el caballero bajó de su montura y tomó a Claire de la cintura, ayudándola a desmontar. Se miraron fijamente, y él la mantuvo por un instante entre sus brazos. Los ojos celestes de Claire brillaron chispeantes y sintió una inexplicable decepción cuando el caballero se apartó.

Respiró hondo y entrecerró los ojos. Él la rodeó y caminó en dirección a la yegua gris. Cuando se atrevió a voltear para mirarlo, se quedó muy sorprendida.

Sin ningún decoro, comprobó lo que ya imaginaba: él, que aún seguía caminando, era bastante alto y con hombros anchos. Bajo la pelliza oscura llevaba una camisa blanca con los primeros tres botones desprendidos. Sí. Tuvo tiempo de contarlos en aquel breve instante en que la ayudó a descender del caballo negro, que era tan impresionante como su amo.

Al regresar, Claire comprendió con demasiada lentitud que él había ido a por su sombrero.

Cuando llegó hasta ella, él frunció la frente, mirando el sombrero del mismo color que el vestido, y luego su peinado. Se mordió el labio inferior y, con cierta torpeza, le colocó de nuevo el sombrero, ajustándolo al recogido con la horquilla que llevaba el accesorio. 

Retrocedió un paso y observó poco convencido su labor. Se acercó de nuevo a ella y lo acomodó por segunda vez. Claire estaba paralizada, sin poder apartar la vista de ese hombre de ensueño.

—Listo —habló, trayendo de vuelta a la realidad a la dama—, creo que lo acomodé bien. Al menos podrá regresar presentable a su casa, milady.

Ella lo seguía viendo hipnotizada. Ni siquiera se percató cuando lord Essex llegó al sitio  y con preocupación le preguntó si se encontraba bien. La garganta se le secó y por instinto se humedeció los labios, entreabriendo la boca para tragar saliva.

Solo con la mirada, el hombre que tenía frente a ella la obligó a experimentar una sensación demasiado íntima, tanto que le provocó pavor el ardor que sentía en las entrañas. Sus rodillas se aflojaron y se tambaleó al tiempo que una firme mano la sostuvo del codo.

—Creo que debería regresar a casa, milady —sugirió el hombre que la rescató.

—Lo siento mucho, lady Claire, fue mi culpa. Permítame escoltarla a su residencia de inmediato —propuso Essex.

Claire pudo reconocer la voz del conde y solo asintió. De pronto comenzó a sentirse mareada.

—La ayudaré a subir a su montura —planteó el desconocido y ella lo miró horrorizada—. No tema, su acompañante irá a su lado.

—No. No quiero subir a un caballo de nuevo…

—Milady, inténtelo —pidió conciliador el conde—. InténteloPrometo que, cuando lleguemos junto a su doncella, iré a por un carruaje para escoltarla a Devon House. 

—Está bien —fue lo único que pudo emitir. Sabía que su reputación estaba en juego.

Satisfecho con su decisión, el caballero fue por la yegua gris, a quien le ajustó el bocado de las correas y procedió con cuidado a subirla a su montura. La yegua, misteriosamente se había calmado.

El hombre, por unos minutos mantuvo sus manos aferradas a su cintura, aguardando a que ella se sintiera segura. Cuando Claire le sonrió débilmente, la soltó. Entonces respiró hondo y Essex la escoltó hasta donde aguardaba su doncella, preocupada por cómo la montura de su señora había enfilado carrera.

Cuando iban saliendo del terreno frondoso del parque, no pudo evitar voltear la cabeza y se encontró con que aquel misterioso hombre la seguía observando.

Él, realizó una leve reverencia y ella suspiró, susurrando «adiós».

La conmoción la había vuelto su presa y en lo que duró el trayecto de regreso, su mente se mantuvo en blanco. Ya cuando recuperó la capacidad de razonar, se sintió una completa tonta por ni siquiera haberle preguntado su nombre.

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