Con su cara apoyada al torso tibio que percibía por encima de la tela de la camisa, aspiró hondo el aroma varonil que destilaba el hombre.
—¿Se encuentra bien, milady? —inquirió el caballero con una voz gruesa, pero apacible al oído de Claire. El caballo se había detenido, pero ella seguía aferrada a quién le acababa de hablar—. Ya se encuentra a salvo, no hay nada que temer —acotó de nuevo, con su aliento cálido rozando la piel de la nuca de Claire.
Ella se estremeció y sintió una fuerte opresión en el pecho. Despacio, comenzó a respirar con normalidad y abrió los párpados. Al elevar la vista se encontró con unos profundos ojos pardos que la calaban con intensidad. Conmocionada por aquella impresionante mirada, fijó la suya en el rostro del hombre.
Un repentino calor invadió las mejillas de Claire cuando recorrió sin pudor cada tramo de la atractiva cara del caballero. Se quedó inmersa en los inusuales ojos felinos que parpadeaban bajo unas largas pestañas negras. Su llamativo rostro de proporciones masculinas, portaba unos labios carnosos que la hicieron entreabrir la boca y emitir un leve suspiro.
El hombre en cuestión sonrió de lado y Claire sintió la repentina necesidad de descubrir cómo se sentiría aquella boca sobre la suya.
—¿Milady? ¿Se encuentra bien? —oyó Claire de repente y pestañeó, recuperando el poco sentido común que no se había apartado de su juicio con aquellos pensamientos.
Ella, solo afirmó con la cabeza y se sonrojó.
Con esa respuesta, el caballero bajó de su montura y tomó a Claire de la cintura, ayudándola a desmontar. Se miraron fijamente, y él la mantuvo por un instante entre sus brazos. Los ojos celestes de Claire brillaron chispeantes y sintió una inexplicable decepción cuando el caballero se apartó.
Respiró hondo y entrecerró los ojos. Él la rodeó y caminó en dirección a la yegua gris. Cuando se atrevió a voltear para mirarlo, se quedó muy sorprendida.
Sin ningún decoro, comprobó lo que ya imaginaba: él, que aún seguía caminando, era bastante alto y con hombros anchos. Bajo la pelliza oscura llevaba una camisa blanca con los primeros tres botones desprendidos. Sí. Tuvo tiempo de contarlos en aquel breve instante en que la ayudó a descender del caballo negro, que era tan impresionante como su amo.
Al regresar, Claire comprendió con demasiada lentitud que él había ido a por su sombrero.
Cuando llegó hasta ella, él frunció la frente, mirando el sombrero del mismo color que el vestido, y luego su peinado. Se mordió el labio inferior y, con cierta torpeza, le colocó de nuevo el sombrero, ajustándolo al recogido con la horquilla que llevaba el accesorio.
Retrocedió un paso y observó poco convencido su labor. Se acercó de nuevo a ella y lo acomodó por segunda vez. Claire estaba paralizada, sin poder apartar la vista de ese hombre de ensueño.
—Listo —habló, trayendo de vuelta a la realidad a la dama—, creo que lo acomodé bien. Al menos podrá regresar presentable a su casa, milady.
Ella lo seguía viendo hipnotizada. Ni siquiera se percató cuando lord Essex llegó al sitio y con preocupación le preguntó si se encontraba bien. La garganta se le secó y por instinto se humedeció los labios, entreabriendo la boca para tragar saliva.
Solo con la mirada, el hombre que tenía frente a ella la obligó a experimentar una sensación demasiado íntima, tanto que le provocó pavor el ardor que sentía en las entrañas. Sus rodillas se aflojaron y se tambaleó al tiempo que una firme mano la sostuvo del codo.
—Creo que debería regresar a casa, milady —sugirió el hombre que la rescató.
—Lo siento mucho, lady Claire, fue mi culpa. Permítame escoltarla a su residencia de inmediato —propuso Essex.
Claire pudo reconocer la voz del conde y solo asintió. De pronto comenzó a sentirse mareada.
—La ayudaré a subir a su montura —planteó el desconocido y ella lo miró horrorizada—. No tema, su acompañante irá a su lado.
—No. No quiero subir a un caballo de nuevo…
—Milady, inténtelo —pidió conciliador el conde—. InténteloPrometo que, cuando lleguemos junto a su doncella, iré a por un carruaje para escoltarla a Devon House.
—Está bien —fue lo único que pudo emitir. Sabía que su reputación estaba en juego.
Satisfecho con su decisión, el caballero fue por la yegua gris, a quien le ajustó el bocado de las correas y procedió con cuidado a subirla a su montura. La yegua, misteriosamente se había calmado.
El hombre, por unos minutos mantuvo sus manos aferradas a su cintura, aguardando a que ella se sintiera segura. Cuando Claire le sonrió débilmente, la soltó. Entonces respiró hondo y Essex la escoltó hasta donde aguardaba su doncella, preocupada por cómo la montura de su señora había enfilado carrera.
Cuando iban saliendo del terreno frondoso del parque, no pudo evitar voltear la cabeza y se encontró con que aquel misterioso hombre la seguía observando.
Él, realizó una leve reverencia y ella suspiró, susurrando «adiós».
La conmoción la había vuelto su presa y en lo que duró el trayecto de regreso, su mente se mantuvo en blanco. Ya cuando recuperó la capacidad de razonar, se sintió una completa tonta por ni siquiera haberle preguntado su nombre.
Claire ingresó ofuscada a su residencia, seguida de cerca por Amalia. Se quitó los guantes y golpeó nerviosa la palma derecha con ellos. Se sentía furiosa, y no precisamente con el conde de Essex, sino consigo misma por haber perdido el sentido del decoro ante el desconocido que salvó su vida.A pesar de que la mañana era fresca y agradable, sus manos sudaban y tenía las mejillas sonrojadas.—¿Se siente bien, milady? —preguntó Amalia, quien aguardó paciente a que su señora se desahogara.—No lo puedo entender, Amalia… —dijo ella, subiendo las escaleras para dirigirse a su alcoba. De pronto se detuvo y la doncella casi choca con su espalda. Se volteó y preguntó—: ¿Crees que alguien se dio cuenta del incidente?Se sentía realmente una tonta. Arriesgó su reputación por un hombre a quien siquiera conocía y del que seguramente no volvería a saber nada.—La única persona que llegó en el instante en que usted regresaba fue lady Lyngate, pero ambas sabemos, milady, que a ella no le conviene d
La cena transcurrió en un apacible silencio en Lancaster House. Cuando los comensales terminaron, se dirigieron al estudio principal para beber y conversar sobre los sucesos ocurridos por la mañana.Arthur, quien residía en Londres desde hace un mes, sirvió dos copas de coñac y le tendió una al conde de Essex, quien se encontraba sentado delante de la chimenea apenas avivada. Tomó asiento frente a él y bebió un sorbo, manteniendo fija la mirada en el caballero rubio que lo veía expectante.Lord Essex había regresado de América tras recibir aquella inquietante misiva en la que el duque le informaba sobre sus planes y solicitaba su ayuda. Ambos eran muy buenos amigos desde la infancia, ya que crecieron en señoríos contiguos. Aunque Arthur le llevaba un par de meses a Cromwell, habían estudiado juntos y el conde era el único quién comprendía, sin necesidad de mediar palabra, al duque de Lancaster. Además, guardaba emociones profundas por la difunta lady Susan, y ambos estuvieron a punto
Las invitaciones llegaban sin cesar a Devon House, al igual que los ramos de flores silvestres. A Claire la entusiasmaba el hecho de que siempre iban acompañadas de tarjetas con poemas que delataban el anhelo del pretendiente anónimo que poco a poco despertaba su curiosidad. Sin embargo, la mirada penetrante de aquel desconocido y el agarre firme que empleó en su talle aún la aturdían gran parte de la noche. Llevaba días de aquella manera y todavía las entrañas le quemaban cuando rememoraba la sonrisa ladina que le había dedicado.—La siento muy tensa, milady —advirtió madame Maxim, la célebre modista de la calle Bruton, trayendo de vuelta de sus pensamientos a Claire.—Lo lamento, madame —se disculpó ella—. ¿Hemos terminado? —inquirió, refiriéndose a la toma de medidas que estuvo haciendo Maxim para los vestidos que había encargado.—Hemos terminado, milady. —La modista decidió dar por concluida aquella entrevista, ya que la dama demostraba poco interés en dar su opinión sobre encaje
Tras un viaje sin incidentes, el carruaje con el emblema del duque de Devon se sumó a la larga fila de coches que aguardaban para llegar hasta la entrada iluminada por antorchas. Cuando al fin el coche se detuvo, Charles ayudó a las damas a apearse, y pronto se hallaron subiendo la magnífica escalinata iluminada por donde hacían su aparición los invitados.Al llegar arriba fueron recibidos por lady Lyngate, quien le propinó una mirada sugerente al duque, cosa que no pasó desapercibida a su hermana. Intercambiaron algunas palabras triviales e ingresaron al salón de baile en el momento en que fueron anunciados por los lacayos que escoltaban la entrada.Lady Claire, quien apenas dio unos pasos en el salón, fue abordada de inmediato por Barney Milborne, barón de Sandys y pretendiente suyo desde la temporada anterior.—Luce arrebatadora, milady. —Tomó la mano enguantada de Claire y prácticamente rozó los nudillos con sus labios, algo que incomodó a la dama. Ella tiró de inmediato su mano—.
Arthur se sentía sofocado en aquel atuendo que se ajustaba a todas las partes de su anatomía. La levita negra impedía el movimiento libre de los brazos y la chalina que se anudaba a su cuello parecía querer estrangularlo. Sin embargo, la mirada que le prodigaban las madres y sus hijas le daba a entender que Essex tenía razón y que cualquier dama estaría complacida de dispensarle su tiempo; incluso una dama como lady Claire Bradbury.—Cambia tu cara o parecerá que tienes alguna vara metida dentro de la camisa —se burló Thomas antes de ingresar al salón de baile—. Eres un duque, mi querido amigo, es inconcebible que no puedas vestir como la etiqueta manda.—Hace tiempo no me pongo estos trajes pomposos que detesto. —Movió el cuello y bufó antes de que lo anunciaran en la entrada.—Debemos separarnos o la dama sospechará si nos ve llegar juntos. Mucha suerte —deseó lord Essex y palmeó su espalda, perdiéndose en un rincón sin que los lacayos lo anunciaran.Cundo dio los primero pasos, los
Claire sonreía triunfal mientras terminaba el último baile antes del segundo vals.Logró que Charles cumpliera la promesa de bailar con sus mejores amigas y se había reencontrado con el hombre que la salvó en el parque; la noche no podía marchar mejor. Solo restaba poder compartir un instante a solas con el duque, y qué mejor momento que el baile que le concedió.Se sentía un poco acalorada, por lo que su compañero fue por bebidas luego de dejarla en compañía de Mary y Sophie Staton, ya que la siguiente pieza no se la había reservado a nadie y a ella no le incomodaba charlar con el caballero. Parecía sensato, era atractivo e inteligente, así que aceptó encantada cuando le ofreció un aperitivo.—Lord Wigmore es un gran partido y no ha apartado su atención de ti, querida —mencionó Sophie con sinceridad al referirse al joven conde—. ¿Qué te parece, Claire? ¿Sería posible que consideraras una oferta de su parte?Ella sonrió cómplice, dando a entender que existía aquella posibilidad.—En r
—¿Eran de usted? —Él asintió. Claire percibió un repentino calor en la nuca y el frenético pálpito en su pecho. De pronto, sintió una gran necesidad de preguntar—: ¿Por qué, excelencia? —Arthur la miró sin comprender—. El motivo de enviarme flores con aquellas notas anónimas —aclaró—. Además, estoy segura de que no ha bailado con nadie más esta noche y no soy la única que piensa eso al respecto —observó, refiriéndose a todas las miradas que los seguían.Él enarcó una ceja y sonrió.—Si le digo la verdad, ¿promete que no saldrá corriendo?—Lo prometo.—Usted me gusta —confesó sin tapujos, desconcertando a una palidecida Claire.¿Cómo era posible que su excelencia le confesara indecorosamente que le gustaba?¡Era inapropiado abordarla de aquella manera, en un baile!El aire comenzó a fallarle y casi cedió un paso en falso, mas los fuertes brazos del duque ejercieron presión en su talle y recordó el lugar donde estaban. Con todo el aplomo del que podía ser dueña, se irguió para que Arthu
Al regresar a su casa, Lancaster ingresó a la imponente biblioteca y, tras servirse un trago, se sentó a contemplar el fuego. Unos ojos celestes lo asaltaron desprevenido. No había considerado las advertencias de Essex en relación a lady Claire; la había tomado por una dama más, incapaz de resistirse a la idea de cazar a un duque. Pero, al parecer, estuvo más encantada con el hombre desaliñado del parque que con el caballero que la abordó durante el vals.Bebió un sorbo de su brandy y sonrió al imaginar todas las barbaries que habrían pasado por su cabeza al escuchar la confesión poco adecuada. Después de su conducta en Hyde Park y en el baile, consideró que la dama era una romántica empedernida que solo le daría una oportunidad si se enamoraba. Con solo gustarle, no era suficiente para proponerle matrimonio, y tenía que idear la manera perfecta para conseguirlo cuanto antes. El rechazo no se encontraba entre sus opciones.Las invitaciones para el baile que se daría en el abandonado s