Claire ingresó ofuscada a su residencia, seguida de cerca por Amalia. Se quitó los guantes y golpeó nerviosa la palma derecha con ellos. Se sentía furiosa, y no precisamente con el conde de Essex, sino consigo misma por haber perdido el sentido del decoro ante el desconocido que salvó su vida.
A pesar de que la mañana era fresca y agradable, sus manos sudaban y tenía las mejillas sonrojadas.
—¿Se siente bien, milady? —preguntó Amalia, quien aguardó paciente a que su señora se desahogara.
—No lo puedo entender, Amalia… —dijo ella, subiendo las escaleras para dirigirse a su alcoba. De pronto se detuvo y la doncella casi choca con su espalda. Se volteó y preguntó—: ¿Crees que alguien se dio cuenta del incidente?
Se sentía realmente una tonta. Arriesgó su reputación por un hombre a quien siquiera conocía y del que seguramente no volvería a saber nada.
—La única persona que llegó en el instante en que usted regresaba fue lady Lyngate, pero ambas sabemos, milady, que a ella no le conviene decir absolutamente nada de usted.
Claire suspiró más tranquila, dándole la razón a Amalia.
—Tienes razón, Amalia. Es un secreto a voces el motivo por el que no diría nada que perjudicase mi reputación. —Negó con la cabeza—. Mejor olvidemos el asunto y prepárame un baño. Debo… —entrecerró los ojos al evocar las manos de aquel hombre, estrechando su cintura— debo refrescarme para recuperar la cordura. Por cierto, sé que no es necesario que te lo diga, pero no menciones ni una sola palabra de esto a nadie. No quiero que ni mi madre ni mi hermano se enteren.
La doncella afirmó, intentando esconder la curiosidad que la carcomía. Algo había ocurrido, porque el temple y aplomo habitual de su señora desaparecieron de repente luego del incidente en el parque. Sin embargo, estaba segura de que tarde o temprano lady Claire le hablaría de aquel suceso, ya que eran muy unidas desde pequeñas y ella le había demostrado en varias ocasiones su confianza y lealtad.
Despojada de sus prendas, se hundió en la bañera, que había sido preparada con esencia de flores, y suspiró hondo mientras miraba el techo. Amalia se acercó con una esponja y le masajeó los hombros para que se relajara.
—En el parque conocí a un hombre… —inició luego de un largo silencio—. Me salvó la vida y ni siquiera pude preguntar su nombre. ¿Puedes creerlo, Amalia? —Todavía tenía sentimientos encontrados; se sentía culpable por no haberle agradecido y una tonta por arriesgarse a ser arruinada.
—¡Milady! ¿Cómo que le salvó la vida? ¿Qué le sucedió? —inquirió, aturdida, la criada.
—Un incidente con el caballo de lord Essex. Afortunadamente, aquel hombre llegó a tiempo para impedir que me rompiera el cuello. —Sonrió al recordar lo impresionante que se veía su salvador, como había decidido llamarlo.
—¿Y no sabe quién es, milady?
—No recuerdo haberlo visto, aunque su rostro me resultó algo familiar. Sin embargo, no iba vestido como manda la etiqueta y parecía más bien alguien habituado al campo. Y su modo de andar era sumamente elegante, pero alguien que se precie de ser un caballero no se habría comportado de aquella manera…
Claire habló a borbotones dando voz a todas sus dudas, y su doncella no había comprendido ninguna de sus palabras.
—Tal vez se trate de algún nuevo heredero… —fue lo único que se le ocurrió decir a Amalia.
—Tal vez… O quizá solo sea un hombre sin importancia que estuvo en el lugar y momento justo para evitar mi desgracia.
Viendo la curiosidad de Claire, a Amalia se le ocurrió una idea.
—Si desea saber de quién se trata, puedo indagar con las demás criadas. Tal vez ellas sepan de un nuevo lord…
Claire se mordió el labio inferior y suspiró.
—No lo sé, no me gustaría levantar sospechas. Ambas sabemos que este tipo de cosas podría resultar un arma de doble filo, y lo más probable es que hagan conjeturas y empiecen las habladurías.
—Entonces ¿se quedará con la duda, milady? —Amalia estaba segura de que lady Claire detestaba los hechos no aclarados.
—De momento, no queda más remedio. Si se trata de alguien importante, sin dudas en algún momento lo veré de nuevo.
La cena transcurrió en un apacible silencio en Lancaster House. Cuando los comensales terminaron, se dirigieron al estudio principal para beber y conversar sobre los sucesos ocurridos por la mañana.Arthur, quien residía en Londres desde hace un mes, sirvió dos copas de coñac y le tendió una al conde de Essex, quien se encontraba sentado delante de la chimenea apenas avivada. Tomó asiento frente a él y bebió un sorbo, manteniendo fija la mirada en el caballero rubio que lo veía expectante.Lord Essex había regresado de América tras recibir aquella inquietante misiva en la que el duque le informaba sobre sus planes y solicitaba su ayuda. Ambos eran muy buenos amigos desde la infancia, ya que crecieron en señoríos contiguos. Aunque Arthur le llevaba un par de meses a Cromwell, habían estudiado juntos y el conde era el único quién comprendía, sin necesidad de mediar palabra, al duque de Lancaster. Además, guardaba emociones profundas por la difunta lady Susan, y ambos estuvieron a punto
Las invitaciones llegaban sin cesar a Devon House, al igual que los ramos de flores silvestres. A Claire la entusiasmaba el hecho de que siempre iban acompañadas de tarjetas con poemas que delataban el anhelo del pretendiente anónimo que poco a poco despertaba su curiosidad. Sin embargo, la mirada penetrante de aquel desconocido y el agarre firme que empleó en su talle aún la aturdían gran parte de la noche. Llevaba días de aquella manera y todavía las entrañas le quemaban cuando rememoraba la sonrisa ladina que le había dedicado.—La siento muy tensa, milady —advirtió madame Maxim, la célebre modista de la calle Bruton, trayendo de vuelta de sus pensamientos a Claire.—Lo lamento, madame —se disculpó ella—. ¿Hemos terminado? —inquirió, refiriéndose a la toma de medidas que estuvo haciendo Maxim para los vestidos que había encargado.—Hemos terminado, milady. —La modista decidió dar por concluida aquella entrevista, ya que la dama demostraba poco interés en dar su opinión sobre encaje
Tras un viaje sin incidentes, el carruaje con el emblema del duque de Devon se sumó a la larga fila de coches que aguardaban para llegar hasta la entrada iluminada por antorchas. Cuando al fin el coche se detuvo, Charles ayudó a las damas a apearse, y pronto se hallaron subiendo la magnífica escalinata iluminada por donde hacían su aparición los invitados.Al llegar arriba fueron recibidos por lady Lyngate, quien le propinó una mirada sugerente al duque, cosa que no pasó desapercibida a su hermana. Intercambiaron algunas palabras triviales e ingresaron al salón de baile en el momento en que fueron anunciados por los lacayos que escoltaban la entrada.Lady Claire, quien apenas dio unos pasos en el salón, fue abordada de inmediato por Barney Milborne, barón de Sandys y pretendiente suyo desde la temporada anterior.—Luce arrebatadora, milady. —Tomó la mano enguantada de Claire y prácticamente rozó los nudillos con sus labios, algo que incomodó a la dama. Ella tiró de inmediato su mano—.
Arthur se sentía sofocado en aquel atuendo que se ajustaba a todas las partes de su anatomía. La levita negra impedía el movimiento libre de los brazos y la chalina que se anudaba a su cuello parecía querer estrangularlo. Sin embargo, la mirada que le prodigaban las madres y sus hijas le daba a entender que Essex tenía razón y que cualquier dama estaría complacida de dispensarle su tiempo; incluso una dama como lady Claire Bradbury.—Cambia tu cara o parecerá que tienes alguna vara metida dentro de la camisa —se burló Thomas antes de ingresar al salón de baile—. Eres un duque, mi querido amigo, es inconcebible que no puedas vestir como la etiqueta manda.—Hace tiempo no me pongo estos trajes pomposos que detesto. —Movió el cuello y bufó antes de que lo anunciaran en la entrada.—Debemos separarnos o la dama sospechará si nos ve llegar juntos. Mucha suerte —deseó lord Essex y palmeó su espalda, perdiéndose en un rincón sin que los lacayos lo anunciaran.Cundo dio los primero pasos, los
Claire sonreía triunfal mientras terminaba el último baile antes del segundo vals.Logró que Charles cumpliera la promesa de bailar con sus mejores amigas y se había reencontrado con el hombre que la salvó en el parque; la noche no podía marchar mejor. Solo restaba poder compartir un instante a solas con el duque, y qué mejor momento que el baile que le concedió.Se sentía un poco acalorada, por lo que su compañero fue por bebidas luego de dejarla en compañía de Mary y Sophie Staton, ya que la siguiente pieza no se la había reservado a nadie y a ella no le incomodaba charlar con el caballero. Parecía sensato, era atractivo e inteligente, así que aceptó encantada cuando le ofreció un aperitivo.—Lord Wigmore es un gran partido y no ha apartado su atención de ti, querida —mencionó Sophie con sinceridad al referirse al joven conde—. ¿Qué te parece, Claire? ¿Sería posible que consideraras una oferta de su parte?Ella sonrió cómplice, dando a entender que existía aquella posibilidad.—En r
—¿Eran de usted? —Él asintió. Claire percibió un repentino calor en la nuca y el frenético pálpito en su pecho. De pronto, sintió una gran necesidad de preguntar—: ¿Por qué, excelencia? —Arthur la miró sin comprender—. El motivo de enviarme flores con aquellas notas anónimas —aclaró—. Además, estoy segura de que no ha bailado con nadie más esta noche y no soy la única que piensa eso al respecto —observó, refiriéndose a todas las miradas que los seguían.Él enarcó una ceja y sonrió.—Si le digo la verdad, ¿promete que no saldrá corriendo?—Lo prometo.—Usted me gusta —confesó sin tapujos, desconcertando a una palidecida Claire.¿Cómo era posible que su excelencia le confesara indecorosamente que le gustaba?¡Era inapropiado abordarla de aquella manera, en un baile!El aire comenzó a fallarle y casi cedió un paso en falso, mas los fuertes brazos del duque ejercieron presión en su talle y recordó el lugar donde estaban. Con todo el aplomo del que podía ser dueña, se irguió para que Arthu
Al regresar a su casa, Lancaster ingresó a la imponente biblioteca y, tras servirse un trago, se sentó a contemplar el fuego. Unos ojos celestes lo asaltaron desprevenido. No había considerado las advertencias de Essex en relación a lady Claire; la había tomado por una dama más, incapaz de resistirse a la idea de cazar a un duque. Pero, al parecer, estuvo más encantada con el hombre desaliñado del parque que con el caballero que la abordó durante el vals.Bebió un sorbo de su brandy y sonrió al imaginar todas las barbaries que habrían pasado por su cabeza al escuchar la confesión poco adecuada. Después de su conducta en Hyde Park y en el baile, consideró que la dama era una romántica empedernida que solo le daría una oportunidad si se enamoraba. Con solo gustarle, no era suficiente para proponerle matrimonio, y tenía que idear la manera perfecta para conseguirlo cuanto antes. El rechazo no se encontraba entre sus opciones.Las invitaciones para el baile que se daría en el abandonado s
El semblante furioso de Essex se trasformó; una ancha sonrisa se dibujó en su rostro.—¿Has dicho también? —preguntó suspicaz.—Yo no he dicho eso —el duque, desconcertado, se apresuró a negarlo.—¡Oh, sí! Fue precisamente lo que acabas de decir —insistió Thomas. Lancaster desvió la mirada—. ¿Podría ser que lady Claire te gusta de verdad? Por supuesto, ¡es eso!—¡¿Cómo podría gustarme esa mujer?! —increpó ofendido—. Ella no puede gustarme, Thomas, y lo sabes perfectamente.—Como usted diga, excelencia —expresó con sorna, ridiculizando al duque.—Deja de imaginar tonterías y mejor ayúdame a que lady Claire reciba esto. —Colocó de nuevo el estuche de terciopelo delante de Essex—. Tengo entendido que cada mañana da un paseo con sus amigas por los jardines de Kensington.—¿Quieres que se lo entreguen allí? ¿A la vista de todos? —Arthur afirmó—. ¡Pero no es correcto! Las personas murmurarán al respecto, la comprometerás delante de sus amigas.—Es precisamente lo que deseo: comprometerla —e