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Capítulo 4: Jared

¿Me estoy enamorando?

A penas la conozco, es totalmente opuesta a mí en muchos aspectos, pero por alguna razón que desconozco, la necesito.

¿Es descabellado?

¿O solo estoy obnubilado por la imagen que creo tener de ella?

No lo sé.

Ahora mismo estoy hecho un verdadero lío.

Estamos viendo una película de acción, al parecer nos gustan las mismas escenas de tiros, saltos imposibles y violentas peleas con finales previsibles.

—Esta escena me encanta.

La observo ponerse de pie, y volver a sentarse sobre su pierna izquierda, agarra un puñado de palomitas y se las mete todas en la boca, no todas entran, y alguna de esas van al suelo, pero ni siquiera les apresta atención.

Está absorta en la escena, y yo puedo mirarla a mi antojo.

Es preciosa. Me encanta su vitalidad, su entusiasmo y cómo vive lo que ve. Me divierte su ingenuidad, y me fascina como piensa su alocada cabecita.

Solo hace unas horas que la conozco mucho más abiertamente, y he de decir que me tiene hipnotizado.

«¿Se me está yendo la cabeza?».

—Oye, que ya ha acabado la película, ¿por qué me miras así? —pregunta.

Ya no aguanto más.

No me he abalanzado sobre ella en cuanto ha llegado a mi puerta, porque no quería asustarla ni que pensara que solo quiero de ella su cuerpo, pero ya no quiero ni puedo aguantarme más.

Me inclino hacia ella, rodeo mi mano en su fino y delicado cuello, y muy despacio la acerco a mi boca.

Y la beso.

Un beso lento, suave, sin lujuria ni deseo, lo único que quiero es probarla de nuevo.

Pero cuando me separo de ella, está perpleja, y tiene los ojos muy abiertos, ¿que acabó de hacer?

—Esto... ¿me disculpas un momento? —pregunta aún jadeando.

—Sí, claro.

—¿El baño?

—Arriba, segunda puerta a la derecha.

Sale disparada hacia arriba, y no se detiene hasta que desaparece de mi vista.

¿La he asustado?

«¡Mierda!».

¿Por qué he actuado como un cavernícola, si todo iba tan bien?

Tarda lo que me parece una eternidad en volver a bajar. Y cuando lo hace, ni siquiera me mira.

Levanta la vista cuando llega al respaldo del sofá, y con un hálito de voz, me dice:

—Es tarde, casi ha amanecido, y debería irme a casa.

—Chloë.

Me dedica una sonrisa, pero esta apenas le llega a los ojos.

—Ha sido muy agradable estar aquí. Me ha gustado ver la película contigo, y las palomitas, y todo, pero es hora de acabar con esto —me dice y parece decaída.

—¿Qué quieres decir?

—Mira, yo ahora mismo no quiero tener nada serio en estos momentos, el amor, bueno, yo no creo mucho en estas cosas, y prefiero seguir como estoy. ¿Lo entiendes, verdad?

—Sí, claro.

—Vale, de acuerdo entonces.

«Actúa, no te quedes ahí parado como un idiota».

Se da media vuelta y se dirige hacia la salida.

—Chloë —la llamo.

—¿Sí?

—¿Podemos ser amigos, no?

—Por supuesto —dice con una de esas sonrisas que iluminan tanto mi vida como mi corazón—. Me encantaría.

Y se va.

Se ha ido.

Ya no está.

—¡Gilipollas!—me riño a mí mismo, y me doy una colleja mental mientras doy vueltas por mi salón—. ¡Pero que gilipollas que eres!

Finalmente me dejo caer en el sofá de cuero blanco, donde hace tan solo unos minutos estábamos tan a gusto viendo una película.

No tengo remedio.

~~~

Ha pasado una semana desde que Chloë se fue, o de que yo la cagara con ella mejor dicho.

No he tenido ningún contacto con ella, aunque tampoco sabría que decirle después de mi resbalón. Pero he pensado mucho en ello, muchísimo diría yo.

No puedo sacármela de la cabeza, y por más que lo intento, no puedo.

El teléfono de mi despacho suena, y descuelgo.

—¿Sí? Dime, Jerry.

—La señorita Donovan está al teléfono, dice que es imperativo que hable con usted.

—¿Ha usado esa palabra?

—Sí, señor.

—Bien. Pásamela, y organiza la reunión de las dos.

—Claro señor.

Y cuelgo.

Dos segundos después vuelve a sonar.

—Jared, ¿cómo estás? —me pregunta como si nada.

—¿Qué quieres Evelyn?

—No puedo preguntar por cómo te van las cosas, ¿de verdad?

—No, no puedes. ¿Evelyn, vas a decirme que es lo qué quieres? —repito.

—Necesito que pases por la oficina para que firmes unos documentos.

—¿Y no puedes enviármelos por mensajero?

—¡Jared por Dios! Solo serán unos pocos minutos de tu tiempo, y ni siquiera tenemos porque vernos.

Espera.

Chloë trabaja allí.

Es mi oportunidad de verla sin que parezca que la estoy acechando.

—De acuerdo, estaré allí en un rato —le digo al fin.

—¿De verdad?

—Sí.

Vuelvo a colgar.

Me levanto de mi silla y en dos zancadas estoy en la mesa de Jerry, mi asistente.

—Cancela la reunió de las dos, estaré fuera toda la tarde.

—Pero señor Levy, acabo de confirmar con los clientes, ¿de verdad quiere que cancele con ellos? —pregunta confundido por mi cambio de rumbo.

—Sí —digo sin más—. Diles que me ha surgido algo de último momento.

—Cómo usted quiera, pero...

Pero no dice nada más, coge el teléfono para llamar al cliente, y yo aprovecho para irme.

No tengo tiempo que perder.

Chloë podría irse a comer, y yo tengo que llegar antes de que eso pase.

«No soy un acosador, de verdad, solo lo parezco».

No corro, pero tampoco voy como si no tuviera ninguna prisa.

Al llegar a la oficina de Evelyn, esta me está esperando como si fuera a una gala del MET, lleva uno de esos vestidos que suele llevar con brillantes, o engarzados con diamantes o alguna que otra joya de las que fabricamos aquí. Es rojo, vistoso, y aprisionado en su cuerpo de sirena, aunque este ya no me impresiona como antes, ya no.

—Jared, que gusto verte —me dice todo sonrisas.

¿En que mundo paralelo vive?

—Hola Evelyn, ¿donde están esos papeles? —la corto.

—Aquí, ven —dice dejando a un lado la estela de buen rollo—. Están en la mesa.

Me acerco rodeando el lugar donde ella se encuentra, porque no quiero que se tome la libertad de tocarme sin mí consentimiento, pues aprovecha cualquier oportunidad para intentar un acercamiento.

—¿Qué es esto?

—Son los contratos de los nuevos empleados que contraté la semana pasada.

—¿Y para qué necesitas mi firma, si ya los has contratado sin consultármelo? —le pregunto aunque tampoco es que me importe.

Entonces siento su mano en mi hombro, se pega a mí como si tuviera algún derecho, y me coge de la cara obligándome a mirarla.

—Te quiero, Jared —susurra.

La aparto de mí con desprecio, y me alejo, pero no lo suficientemente rápido como para que me alcance cogiéndome por el cuello de la camisa, y pegue sus labios a los míos.

Consigo zafarme de ella y...

—¿Jared?

Me giro despacio, como a cámara lenta, para descubrir lo que mis oídos han captado antes.

Chloë me mira con ojos absolutamente abiertos, y la carpeta que llevaba en las manos, está ahora desparramada por el suelo.

«¡No! No es así como quería que fueran las cosas al venir aquí».

—Jared —dice Evelyn—. ¿De que conoces a mi asistente?

—Ahora no, Evelyn.

—Pero Jared...

Me giro hacia mi ex interrumpiendo lo que iba a decir.

—¡Evelyn. He dicho que ahora no! —le grito.

Cuando vuelvo a mirar a la que realmente me interesa, esta ya no está.

¿A donde se ha ido?

«¡Mierda!».

—No vuelvas a llamarme, no me vuelvas a hablar, ni siquiera me mires si nos cruzamos por el mismo pasillo —le grito todo lo que quiero que entienda de una vez por todas—. Evelyn, hemos terminado, y jamás volveré contigo. Métetelo en esa cabecita tuya de una m*****a vez. ¡Se acabó!

Y con esas salgo corriendo en busca de mi chica.

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