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Capítulo 2: Jared

Unos minutos antes...

Verla me ha dejado trastocado, lo cierto es que creí que no volvería a saber de ella nunca más.

La verdad es que hizo mella en mí desde el primer momento, es una mujer preciosa, con un cuerpo espectacular y una espontaneidad que me fascinó desde el minuto uno.

Y reconozco que también está un poquito loca, pero, ¿que tiene de divertida la vida sin ese punto de locura?

Cuando me he tropezado con ella, salía de la sala vip de Susan, mi asistente hasta que me fui de la empresa y se quedó con Evelyn. Le debía una después de eso, por ello he cedido mi sala para que pudiera celebrar su cumpleaños con sus amigas.

Y ahora qué lo pienso, ¿que hacía ella aquí?

Entro para saludar a Susan y felicitarla nuevamente por su cumpleaños.

—Buenas noches, chicas.

—Señor, ¡al final ha podido venir! —me dice Susan risueña.

—Hola jefe.

—Hola Sylvia.

Las demás chicas me saludan.

—¿Dónde está Chloë? —nada más escuchar su nombre, me tenso.

Definitivamente, la conocen.

—¿Puede creerse que aún no se han visto usted y ella en persona? —dice Becky.

—¡Ah, no! ¿Y eso por qué?

Mi pregunta parece trivial, pero en el fondo siento mucha curiosidad.

—Entró nueva hace tres semanas, pero como usted no pasa tiempo en la oficina, pues será por eso —comenta Sophia sin ninguna maldad.

—Espere, no creo que tarde mucho en volver —me dice Susan.

Y eso me recuerda que le he dicho a Chloë que la esperaría en la barra.

Y no me gustaría que volviera a escapar de mí.

—Lo lamento mucho, pero tengo una cita importante, tal vez en otra ocasión —me disculpo—. Y solo pasaba por aquí para saludarte, y darte esto.

Le entrego un paquete a Susan.

Son unos pendientes de diamantes y zafiros, sé que le gustan mucho las joyas y, ¿que mejor regalo que ese, para todos sus años a mi servicio en la empresa?

—Espero que sean de tu agrado —le digo y me giro hacia el resto de chicas—. Ha sido un gusto volver a veros a toda. Pasaré un día de estos por la oficina, y con más calma conoceré a esa tal, ¿Cleo?

—Chloë, señor Levy. Se llama Chloë —me corrige riendo Sophia.

—Eso. Bueno, pasadlo bien.

Salgo de la sala vip, y me dirijo hacia la barra.

Aunque ella no está allí, espero que aún siga en el baño, y no rumbo a otro país.

Es bastante escurridiza, pero tengo la intuición de que solo se esconde de mí. Pido una copa de whisky Macallan de mi reserva privada mientras la espero, y saco el reloj de bolsillo de mi difunto abuelo para comprobar que no es demasiado tarde.

~~~

Ahora. En este momento...

—Espera, no te vayas —me dice mientras me coge del brazo para pararme.

—Dame una sola razón.

—Yo... — hace una pequeña pausa—. No quiero que te vayas así, he sido muy desagradable. Perdóname.

—Eso está mejor.

—Bien.

Sonríe levemente, y tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para no besarla en este preciso momento.

—Y dime, ¿qué haces tú en un sitio como este? —le pregunto para no llevar a cabo mis sucios y lujuriosos pensamientos—. Creía que no te iban los sitios pijos.

—Y no me van, pero he venido solo esta vez para el cumpleaños de una compañera de trabajo.

—¿Y dónde trabajas? —le pregunto, aunque eso ya lo sé, pero no voy a decírselo para no parecerle un acosador.

«Que es exactamente lo que pareces», me dice mi fuero interno.

—En Destiny, ¿conoces la marca de joyas?

—Sí, algo me suena.

—Pues trabajo como administrativa en la sección de recursos humanos.

Vaya, trabaja directamente con Evelyn.

—¿Y te gusta trabajar allí?

—Sí, bueno, no es el trabajo de mis sueños, pero está bastante bien —contesta, pero se nota que no le entusiasma.

—¿Y cual sería el trabajo de tus sueños?

Me interesa mucho su respuesta. Quizás yo pueda hacer algo para cambiar su situación.

—Mira, mis amigas me esperan —dice y luego se muerde el labio inferior.

Esa es mi kryptonita, su boca.

«¡Dios, ayúdame!».

Deseo morderle el labio, chupárselo, metérmelo en la boca, y jugar con este hasta hacerla gemir.

Pero solo puedo conformarme con mirarlo.

—Claro. No quiero retenerte más —le digo al fin resignado.

—Gracias. Y espero que me perdones por mi actitud de aquella noche.

—Por supuesto, estás perdonada.

Sonríe.

«¡Por favor, pero mira que es bonita!». —Pienso en mi cabeza.

—Bueno, pues, creo que me voy a ir —dice, y se va.

La veo alejarse, pero no puedo dejar que se vaya así.

La alcanzo antes de que toque la cortina, y la cojo por el codo. Entonces se da la vuelta y se choca conmigo.

—Quiero volver a verte —le susurro a unos centímetros de su boca.

—Vale —jadea ella.

Estamos demasiado cerca, pecho con pecho, y boca casi con boca, su respiración es errática, y la mía todavía más.

—Esta noche. En mi casa —le pido—. En una hora.

—No puedo.

—Por favor —le suplico esta vez—. Te esperaré, a la hora que sea, pero ven.

Soy patético. ¿Desde cuando tengo que suplicarle a una mujer para que venga a mi casa?

La suelto esta vez, y me voy.

Salgo a la calle donde me espera un aire cálido y relajante, y rezo con la esperanza de que venga a verme.

Lo necesito.

La necesito.

Cojo el coche en el aparcamiento del local, y me voy a mi casa.

Llego en tiempo récord, ¿tan desesperado estoy?

Vale, tal vez tenga que admitir que desde que estuve con ella aquella vez, no he vuelto a estar con ninguna otra.

Y tal vez tenga que admitir también, que ninguna otra me ha hecho sentir lo que ella.

Que sí, lo admito, me he colgado —y mucho—, de esa mujer.

Cuando la vi en el bar, con ese vestido negro —el mismo que lleva hoy— y como este caía a un lado dejando un muslo al descubierto, y lo bien que le quedaba el escote, me quedé prendado de ella.

Y no solo de su físico, vale, tal vez fue eso lo que llamó mi atención en un principio.

Pero cuando entablé conversación con ella, y vi que era una mujer divertida, audaz, inteligente, y muy generosa, me bastó sólo eso para darme cuenta de que no he conocido antes a una mujer como ella.

Y encima resulta que somos compatibles en la cama, más que eso, nos compenetramos más que bien bajo las sábanas.

Y fuera de ellas.

«¡Hostia puta! Estoy súper pillado».

Mientras la espero, me sirvo un vaso de whisky, releo el periódico que ya me he leído varías veces desde que he llagado, y doy vueltas por el salón de mi casa de un lado a otro.

Entonces recibo una llamada, de Evelyn.

—No, ahora no, ¡joder!

Decido contestar de todas formas aunque no tengo ningunas ganas de hablar con ella.

Pero si así pasa el tiempo más rápido, mejor.

—¿Qué quieres, Evelyn? —le pregunto en tono cortante.

—Jared, te echo mucho de menos, ven.

Por el sonido áspero de su voz, y los balbuceos que se oyen a través de la línea, estoy casi seguro de que está borracha.

—Estás borracha, Evelyn.

—Sí, pero solo por qué tú no me quieres —contesta entre sollozos.

Menuda turca lleva, eso es indiscutible.

—Ve a dormir, y mañana hablamos anda.

—¡No! —chilla, aunque luego se apacigua—. Ven a verme y méteme tú en la cama, como en los viejos tiempo. Seguro que aún te acuerdas de ellos.

—No Evelyn, ya no me acuerdo.

—¡Mientes! No has podido olvidar tan fácilmente lo que tuvimos —gimotea.

Por favor. Esto ya es demasiado.

—Evelyn. Vete a dormir de una vez —atajo y cuelgo.

Esto cada vez se repite con más asiduidad, se emborracha, y acaba llamándome para suplicarme que vuelva con ella.

Pero ya tuvo su oportunidad, y la desaprovechó.

Ahora es el momento de cederle el paso a otras mujeres.

O a otra más bien.

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