JoaquínEsperé a que mi madre saliera del edificio antes de ir a la oficina de Felipe.Por los pasillos, aún podía escuchar a algunos empleados susurrando sobre el "huracán Angélica" que acababa de barrer la oficina. Intenté ignorar los comentarios, pero la verdad es que el nerviosismo me pesaba en el estómago.Lo último que necesitaba era que alguien empezara a sospechar de mí.Llegué a la puerta de la oficina de Felipe y lo encontré recostado en su silla, con una mano cubriéndose la cara, como si estuviera intentando borrar el horror que había dejado la visita de mi madre. Tenía el rostro pálido, los hombros todavía tensos, y cuando levantó la vista al verme entrar, soltó un suspiro largo y cansado.—¿Qué pasó? —pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.Me acerqué y me apoyé contra el borde de su escritorio, cruzándome de brazos.—Tu madre sabe que estás en la ciudad —dijo con voz apagada. —Y está enojada conmigo por no decirle nada. —Suspiró y se pasó la mano por el cabello, todaví
Joaquín—¿Sabes qué? —dijo mi madre. —Quiero que vayamos al restaurante donde solíamos ir cuando eras niño. ¿Te acuerdas? El de las luces colgantes y los cuadros antiguos en las paredes.Claro que me acordaba. Era uno de sus lugares favoritos, el restaurante al que solía llevarme cuando quería darnos un gusto, a pesar de que no siempre teníamos mucho dinero.—Me parece perfecto, mamá. —Mi voz salió suave cargada con esa nostalgia. —Paso a buscarte a las siete.—Estaré lista, —respondió con emoción, y luego, antes de colgar, dijo algo que me sorprendió. —Joaquín, gracias por llamarme. Me hacía falta escuchar tu voz.El nudo en mi garganta se apretó más, y tuve que respirar hondo para que mi voz no me traicionara.—Yo también, mamá —dije, sin saber qué más agregar.Colgué el teléfono y lo guardé en el bolsillo, tratando de ignorar esa mezcla de nostalgia y culpa que se acumulaba en mi pecho.Me apoyé contra la pared mientras el sonido rítmico de la máquina sonaba como música de fondo. M
CamilaLlegué a mi escritorio y me dejé caer en la silla con un suspiro.Sentía como si todo el aire se me hubiera escapado del cuerpo después de lo que acababa de pasar en la sala de copias.Mi corazón aún latía acelerado, y no podía evitar pasarme una mano por el cuello, como si eso fuera a calmar el cosquilleo que me recorría.Nunca había deseado tanto un beso.El simple roce de la mano de Joaquín en mi mejilla había sido suficiente para hacerme olvidar todo por un instante: las reglas de la oficina, las advertencias, el maldito reglamento de no confraternidad. En ese pequeño cuarto, con él tan cerca, esas normas parecían tan absurdas.Y, sin embargo, esas mismas barreras seguían ahí, recordándome que no podía, que no debía.Suspiré de nuevo, intentando calmarme, intentando convencerme de que debería agradecer a Ramiro por cortar ese momento antes de que fuera demasiado tarde.De solo pensarlo se me revuelve el estómago. Mejor no.Pero Dios, cómo deseaba ese beso.El sonido del tel
JoaquínLlegamos al colegio y estacioné frente a la entrada principal, deteniendo el auto justo donde Camila pudiera bajar rápido.Todavía podía notar la tensión en sus hombros, el temblor en sus manos, pero cuando la miré, intenté darle una sonrisa que la tranquilizara.—Anda, baja. Yo estaciono y te sigo —le dije, tratando de transmitirle calma.Ella asintió, dándome una pequeña sonrisa que parecía esconder un agradecimiento y, a la vez, esa ansiedad que seguía ahí.Salió del auto y caminó hacía el edificio. La vi alejarse, y un extraño instinto de protección se activó en mí. Por mucho que ella quisiera mostrarse fuerte, sabía que en este momento estaba preocupada de verdad.Conduje un poco más adelante y encontré un espacio libre para estacionar. Apagué el motor y me quedé unos segundos mirando el edificio.Este colegio era familiar para mí. Era el mismo colegio en el que yo había estudiado. Conocía cada rincón, cada pasillo. Recordaba cómo solían verse los patios en los recreos, y
Joaquín —No tienes que agradecerme, Samuel —le dije, apretando un poco su hombro. —La familia está para esto. Y, además, ya que vamos a cubrirnos las espaldas, quizás tú también puedas ayudarme a mí en algún momento.Sus ojos se iluminaron con alegría y una pizca de picardía.—¿Ayudarte a ti? —preguntó, esbozando una sonrisa traviesa. —¿Con la tía de Amy, quizá?Sentí el calor subirme a las mejillas, pero mantuve el control. Este chico era demasiado astuto.—Puede ser... —respondí, encogiéndome de hombros con una sonrisa que no podía ocultar lo nervioso que me ponía hablar de Camila. —Pero por ahora, lo importante es que mantengas en secreto que soy tu tío y que nadie lo descubra. ¿Hecho?Samuel sonrió, y por un momento, en sus ojos vi que teníamos un pacto de complicidad y lealtad.—Hecho, tío. Ahora ve a ver qué pasa con Nathan, y yo iré a llevarle el agua a Amy antes de que se preocupe porque no estoy con ella.Lo observé alejarse por el pasillo, y no pude evitar pensar que, de al
Joaquín Estaba hablando con Amy y Samuel cuando la puerta de la oficina de la directora se abrió, y Camila y Nathan, salieron juntos. Nathan tenía la mirada perdida en el suelo, avergonzado, y Camila parecía agotada. Ella me miró y, por un segundo, supe que iba a pedirme ayuda antes de que dijera una sola palabra.—Joaquín, ¿puedes llevarnos a casa? —preguntó, su voz resignada y agobiada.Asentí de inmediato, aunque estaba a punto de decir que, por supuesto, no necesitaba pedirlo.—Claro que sí —le dije, tratando de sonar calmado.Fue entonces cuando Camila notó a Samuel de pie junto a Amy. Él, siendo astuto, dio un paso adelante y se presentó con una sonrisa amigable.—Hola, soy Samuel, amigo de Amy —dijo, estirando la mano para saludar a Camila.Ella lo miró con el ceño fruncido, podía ver que estaba sorprendida de verlo allí, y luego le estrechó la mano con una expresión que intentaba ser educada, pero delataba que estaba preguntándose qué hacía este chico aquí.—Mucho gusto, Sam
Joaquín Miré a la viejita, que todavía estaba de pie junto al auto, con los brazos cruzados y mirándome con una ceja levantada.—¿Va a moverse o no? —me preguntó, impaciente.—Sí, sí, ya voy —murmuré, encendiendo el motor y soltando un suspiro resignado.Miré el reloj en el tablero, viendo que aún era temprano, pero para mí, el día ya había terminado. Necesitaba despejar mi cabeza, y sabía exactamente cómo: un baño de agua helada, tal vez el más largo que haya tomado en mi vida. Porque después de este intento fallido de besar a Camila, estaba seguro de que no iba a poder quitarme la calentura que tenía. Conduje hacia mi apartamento, con la frustración vibrando en mis manos mientras apretaba el volante. Esto no iba a quedar así.La próxima vez, nada impediría que la besara.Llegué a mi apartamento y cerré la puerta de un golpe, apoyando la espalda contra ella. Sentí la frustración acumulada en mis hombros, tensando cada músculo de mi cuerpo, dirigiéndose directamente a mi entrepie
Joaquín Me quedé en silencio, sorprendido por lo directa que estaba siendo. El corazón me latía con fuerza, y por un segundo, sentí que me estaba quedando sin aire.—Mamá... —empecé, pero ella levantó una mano para detenerme.—Es una persona encantadora, y creo que te llevarías muy bien con ella.Sabía exactamente a quién se refería, aunque no lo dijo en voz alta. Por lo que me había dicho Camila, mi madre llevaba tiempo intentando organizar esto, y por fin parecía que me lo diría a mí. Fingí ignorancia, recostándome en la silla y cruzando los brazos con una sonrisa juguetona.—Oh, ¿sí? ¿Y quién es esa persona misteriosa? —pregunté, siguiéndole el juego.Sonrió, sus ojos brillando con afecto.—Se llama Camila Navarro. Es una joven extraordinaria. La conocí hace unos meses y… me robó el corazón con su amabilidad, su dedicación. Es la tía de dos niños maravillosos que cuida como si fueran suyos. Y, Joaquín, —me miró con seriedad, aunque su sonrisa no desapareció, —te aseguro que no co