Joaquín Estaba hablando con Amy y Samuel cuando la puerta de la oficina de la directora se abrió, y Camila y Nathan, salieron juntos. Nathan tenía la mirada perdida en el suelo, avergonzado, y Camila parecía agotada. Ella me miró y, por un segundo, supe que iba a pedirme ayuda antes de que dijera una sola palabra.—Joaquín, ¿puedes llevarnos a casa? —preguntó, su voz resignada y agobiada.Asentí de inmediato, aunque estaba a punto de decir que, por supuesto, no necesitaba pedirlo.—Claro que sí —le dije, tratando de sonar calmado.Fue entonces cuando Camila notó a Samuel de pie junto a Amy. Él, siendo astuto, dio un paso adelante y se presentó con una sonrisa amigable.—Hola, soy Samuel, amigo de Amy —dijo, estirando la mano para saludar a Camila.Ella lo miró con el ceño fruncido, podía ver que estaba sorprendida de verlo allí, y luego le estrechó la mano con una expresión que intentaba ser educada, pero delataba que estaba preguntándose qué hacía este chico aquí.—Mucho gusto, Sam
Joaquín Miré a la viejita, que todavía estaba de pie junto al auto, con los brazos cruzados y mirándome con una ceja levantada.—¿Va a moverse o no? —me preguntó, impaciente.—Sí, sí, ya voy —murmuré, encendiendo el motor y soltando un suspiro resignado.Miré el reloj en el tablero, viendo que aún era temprano, pero para mí, el día ya había terminado. Necesitaba despejar mi cabeza, y sabía exactamente cómo: un baño de agua helada, tal vez el más largo que haya tomado en mi vida. Porque después de este intento fallido de besar a Camila, estaba seguro de que no iba a poder quitarme la calentura que tenía. Conduje hacia mi apartamento, con la frustración vibrando en mis manos mientras apretaba el volante. Esto no iba a quedar así.La próxima vez, nada impediría que la besara.Llegué a mi apartamento y cerré la puerta de un golpe, apoyando la espalda contra ella. Sentí la frustración acumulada en mis hombros, tensando cada músculo de mi cuerpo, dirigiéndose directamente a mi entrepie
Joaquín Me quedé en silencio, sorprendido por lo directa que estaba siendo. El corazón me latía con fuerza, y por un segundo, sentí que me estaba quedando sin aire.—Mamá... —empecé, pero ella levantó una mano para detenerme.—Es una persona encantadora, y creo que te llevarías muy bien con ella.Sabía exactamente a quién se refería, aunque no lo dijo en voz alta. Por lo que me había dicho Camila, mi madre llevaba tiempo intentando organizar esto, y por fin parecía que me lo diría a mí. Fingí ignorancia, recostándome en la silla y cruzando los brazos con una sonrisa juguetona.—Oh, ¿sí? ¿Y quién es esa persona misteriosa? —pregunté, siguiéndole el juego.Sonrió, sus ojos brillando con afecto.—Se llama Camila Navarro. Es una joven extraordinaria. La conocí hace unos meses y… me robó el corazón con su amabilidad, su dedicación. Es la tía de dos niños maravillosos que cuida como si fueran suyos. Y, Joaquín, —me miró con seriedad, aunque su sonrisa no desapareció, —te aseguro que no co
Camila Estaba acostada en mi cama, con las luces apagadas y el ventilador girando sobre mi cabeza.Pero no podía dormir.Debería haberme quedado dormida en cuanto mi cuerpo tocó la cama, pero no podía, algo me mantenía despierta.Joaquín.Suspiré y me giré sobre un costado, abrazando la almohada contra mi pecho mientras miraba el teléfono que sostenía en mi mano. La pantalla brillaba en la oscuridad, mostrando su nombre, el cursor parpadeando como si esperara mi decisión.—No le escribas, Camila —me dije en voz baja, cerrando los ojos, tratando de convencerme a mí misma. Estaba demasiado alterada, y lo último que necesitaba era complicar las cosas más de lo que ya estaban.Pero cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese momento en el auto, a sus labios tan cerca de los míos, al calor de su mano en mi rostro. Sentí el rubor subir de nuevo a mis mejillas.—¿Y si lo llamo? Solo para aclarar las cosas —murmuré, jugando con la idea mientras mi dedo temblaba sobre la pantalla. —Podría de
Joaquín —Muero de ganas por hacer esto —susurré, y mi voz salió más ronca de lo que esperaba. No podía ocultar la necesidad que vibraba en cada palabra.Camila tartamudeó algo, apenas un susurro, como si intentara ganar tiempo o encontrar una salida a lo que estaba a punto de suceder.Pero ella no quería reconocer que ahora, nada me impediría hacerla mía.—¿Qué...? —empezó a decir, pero no iba a esperar más. No iba a darle tiempo para pensar, para razonar lo que ambos estábamos sintiendo.Me incliné y la besé, con una intensidad que podía quemar. El contacto de sus labios contra los míos fue como encender una chispa en una habitación llena de gasolina. Todo a nuestro alrededor desapareció. El mundo entero pareció detenerse, y solo existía el calor de su boca, el sabor dulce de sus labios que había imaginado mil veces, y ahora era real.Ella se rindió al instante, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello y tirando de mí, intentando fundirse en mi piel. Sus dedos se enredaron e
Joaquín Camila levantó la cabeza, sus ojos brillaban, y ahora los veía más tranquilos.Sonrió de lado, con una sonrisa que me hacía olvidar por completo quién se suponía que debía ser.—Bueno, —murmuró alargando la o, acariciando mi rostro con la yema de sus dedos antes de pararse en puntillas y rozar mis labios con un beso rápido. —Nos vemos mañana.Ese simple toque, me dejó temblando por dentro. Sentí que me había dado todo lo que necesitaba y al mismo tiempo me quedaba con ganas de más.—Sí, —respondí, casi sin voz, sonriendo como un idiota.Ella mordió su labio inferior mirándome con sus ojos provocativos antes de cambiar su expresión a más preocupada.—Por favor, intenta disimular en la oficina, —dijo, levantando una ceja. —No quiero que todos empiecen a hablar… todavía.Solté una risa baja, inclinándome hacia ella para darle un último beso en la frente.—Lo intentaré, —prometí, aunque sabía que sería difícil. No tenía idea de cómo iba a ocultar esto, de cómo iba a fingir que n
Joaquín Pasaron unos minutos, y entonces escuché el sonido del elevador abriéndose al otro lado del pasillo. Me asomé discretamente por la cortina y la vi entrar. Camila caminaba hacia la oficina con pasos rápidos, como si estuviera lista para enfrentar cualquier cosa. El cabello le caía en ondas sobre los hombros, y estaba usando un vestido que me dejó atónito.Me aparté de la puerta justo cuando ella llegó, abriéndola un poco. Entró sin vacilar, su mirada recorriendo la habitación mientras cerraba la puerta detrás de ella.—Joaquín, ¿qué estás...? —empezó a decir, pero no la dejé terminar.No dije nada. La tomé entre mis brazos, atrayéndola hacia mí con una urgencia que no pude controlar. Mis manos encontraron su cintura, apretándola suavemente, y en un solo movimiento la giré hasta que su espalda quedó contra la puerta cerrada.—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con los ojos muy abiertos, aunque su sonrisa traicionaba sus palabras.—Exactamente lo que he estado queriendo hacer des
Joaquín Entré a la oficina del CEO, o sea, a mi propia oficina, aunque nadie más lo sabía, y encontré a Felipe sentado en una de las sillas frente al escritorio, tamborileando los dedos contra el apoyabrazos. Todo parecía normal, excepto por la expresión seria de Felipe.Levantó la mirada hacia mí, con el ceño fruncido y esa expresión calculadora que usaba cuando estaba molesto o intentando sacar algo de mí.—Llegas justo a tiempo, —dijo, recostándose en la silla. —Cierra la puerta y siéntate.Crucé la habitación y me dejé caer en la silla del escritorio, observándolo. —Felipe, ¿para qué me llamaste? —pregunté, intentando parecer tranquilo. Me recosté en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho.Felipe me observó por un momento más, con esa mirada inquisitiva, como si estuviera analizando cada centímetro de mi expresión. Luego, de repente, se rió, una carcajada llena de diversión.—Joaquín, por favor —dijo, sacudiendo la cabeza. —¿Realmente piensas que no me doy cuenta? ¿No me