CamilaEstábamos en mi casa, Joaquín y yo, sentados en el sofá, hablando de algo que ya no recordaba bien.Pero eso no importaba.Todo se sentía tan natural, tan cómodo.Él me hacía reír, con esa sonrisa que parecía desarmar cualquier barrera que hubiera levantado. La tensión de los últimos días se había desvanecido por completo, y ahora solo quedábamos él y yo, sin miedos.Cada vez que lo miraba, sentía algo extraño en el estómago, un nudo que se deshacía y se volvía a formar cuando sus ojos se quedaban en los míos por un segundo más de lo necesario.No recuerdo en qué momento exacto nuestras sonrisas se apagaron. El ambiente cambió, se volvió más denso, pero no de una manera incómoda, sino de una forma que hacía que mi corazón comenzara a latir más rápido.Joaquín estaba más cerca ahora, apenas unos centímetros entre nosotros. Sus ojos no se apartaban de los míos, y mi respiración se hizo más lenta. Mis manos temblaban sobre mi regazo, pero no me aparté.No quería apartarme. Algo de
JoaquínNo podía dejar de pensar en el sueño.Fue tan real, tan vívido, que hasta el más pequeño detalle parecía estar impregnado en mi mente y en mi piel.Camila y yo, en una cena romántica.La luz tenue de las velas, el sonido lejano de una música tranquila de fondo. Sus ojos brillaban cuando me miraba, y cada vez que sonreía, algo dentro de mí se agitaba, como si todo mi cuerpo respondiera a ella de manera automática.Nos reímos, hablamos de todo y de nada al mismo tiempo.Yo no podía apartar los ojos de su boca, de cómo movía sus labios mientras hablaba, del ligero rubor que subía por sus mejillas cada vez que nuestras miradas se cruzaban.Sabía lo que iba a pasar, lo sentía en la forma en que nuestras manos se rozaban en la mesa, en cómo nuestros cuerpos se inclinaban cada vez más el uno hacia el otro.Al final de la cena, no pude contenerme más.La tomé de la mano, y la atraje hacia mí sentándola en mis piernas, mis labios encontrando los suyos en un beso que empezó lento, pero
Camila El silencio en el auto era cómodo, aunque aún sentía la tensión de la conversación anterior colgando en el aire. Había sido demasiado brusca con Joaquín. No podía evitarlo, ese casi beso me había dejado descolocada. ¿Cómo no hacerlo? La forma en que me miró, cómo sus labios estuvieron a punto de rozar los míos... Por Dios, estuve a milímetros de perderme completamente en él. Y luego los niños, con sus risitas desde la puerta, cortando el momento de manera tan absurda que casi me sentí agradecida. Porque, si no hubiera sido por ellos..., bueno, mejor ni pensarlo.Sabía que lo había alejado con mis palabras. Pero no podía dejar que las cosas avanzaran más entre nosotros, Joaquín era mi compañero de trabajo, y eso lo complicaba todo.Sin embargo, cuando lo vi conducir, su perfil relajado, la sonrisa que había desaparecido de su rostro hacía unos minutos, me sentí culpable. No tenía que ser tan fría. Después de todo, él había sido increíblemente generoso y amable, tanto con
CamilaLo vi, apenas a un par de metros, girar la cabeza lentamente hacia donde estábamos. Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo, y en lo que duró un parpadeo, se dió media vuelta, caminando de regreso por el pasillo como si le hubieran dado la orden de evacuar un edificio en llamas.Me quedé boquiabierta."Protegerme y una mierda," pensé, sintiendo un golpe de traición mezclado con una risa de ironía que luchaba por salir.Joaquín había sido el primero en ofrecerse a "ayudarme" con toda la situación incómoda de doña Angélica, incluso bromeando sobre hacerse pasar por mi novio. ¿Y ahora que la tiene frente a él, qué hace? ¡Se da la vuelta como si ambas tuviéramos una enfermedad contagiosa!"Joaquín, el gran protector", pensé con sarcasmo.Tuve que morderme el labio para no soltar una carcajada. De verdad que ese hombre era un caso.Doña Angélica no se percató de la fuga de Joaquín, siguió hablando, y volví a concentrarme en ella.—Es un buen muchacho, Camila, te lo di
JoaquínEsperé a que mi madre saliera del edificio antes de ir a la oficina de Felipe.Por los pasillos, aún podía escuchar a algunos empleados susurrando sobre el "huracán Angélica" que acababa de barrer la oficina. Intenté ignorar los comentarios, pero la verdad es que el nerviosismo me pesaba en el estómago.Lo último que necesitaba era que alguien empezara a sospechar de mí.Llegué a la puerta de la oficina de Felipe y lo encontré recostado en su silla, con una mano cubriéndose la cara, como si estuviera intentando borrar el horror que había dejado la visita de mi madre. Tenía el rostro pálido, los hombros todavía tensos, y cuando levantó la vista al verme entrar, soltó un suspiro largo y cansado.—¿Qué pasó? —pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.Me acerqué y me apoyé contra el borde de su escritorio, cruzándome de brazos.—Tu madre sabe que estás en la ciudad —dijo con voz apagada. —Y está enojada conmigo por no decirle nada. —Suspiró y se pasó la mano por el cabello, todaví
Joaquín—¿Sabes qué? —dijo mi madre. —Quiero que vayamos al restaurante donde solíamos ir cuando eras niño. ¿Te acuerdas? El de las luces colgantes y los cuadros antiguos en las paredes.Claro que me acordaba. Era uno de sus lugares favoritos, el restaurante al que solía llevarme cuando quería darnos un gusto, a pesar de que no siempre teníamos mucho dinero.—Me parece perfecto, mamá. —Mi voz salió suave cargada con esa nostalgia. —Paso a buscarte a las siete.—Estaré lista, —respondió con emoción, y luego, antes de colgar, dijo algo que me sorprendió. —Joaquín, gracias por llamarme. Me hacía falta escuchar tu voz.El nudo en mi garganta se apretó más, y tuve que respirar hondo para que mi voz no me traicionara.—Yo también, mamá —dije, sin saber qué más agregar.Colgué el teléfono y lo guardé en el bolsillo, tratando de ignorar esa mezcla de nostalgia y culpa que se acumulaba en mi pecho.Me apoyé contra la pared mientras el sonido rítmico de la máquina sonaba como música de fondo. M
CamilaLlegué a mi escritorio y me dejé caer en la silla con un suspiro.Sentía como si todo el aire se me hubiera escapado del cuerpo después de lo que acababa de pasar en la sala de copias.Mi corazón aún latía acelerado, y no podía evitar pasarme una mano por el cuello, como si eso fuera a calmar el cosquilleo que me recorría.Nunca había deseado tanto un beso.El simple roce de la mano de Joaquín en mi mejilla había sido suficiente para hacerme olvidar todo por un instante: las reglas de la oficina, las advertencias, el maldito reglamento de no confraternidad. En ese pequeño cuarto, con él tan cerca, esas normas parecían tan absurdas.Y, sin embargo, esas mismas barreras seguían ahí, recordándome que no podía, que no debía.Suspiré de nuevo, intentando calmarme, intentando convencerme de que debería agradecer a Ramiro por cortar ese momento antes de que fuera demasiado tarde.De solo pensarlo se me revuelve el estómago. Mejor no.Pero Dios, cómo deseaba ese beso.El sonido del tel
JoaquínLlegamos al colegio y estacioné frente a la entrada principal, deteniendo el auto justo donde Camila pudiera bajar rápido.Todavía podía notar la tensión en sus hombros, el temblor en sus manos, pero cuando la miré, intenté darle una sonrisa que la tranquilizara.—Anda, baja. Yo estaciono y te sigo —le dije, tratando de transmitirle calma.Ella asintió, dándome una pequeña sonrisa que parecía esconder un agradecimiento y, a la vez, esa ansiedad que seguía ahí.Salió del auto y caminó hacía el edificio. La vi alejarse, y un extraño instinto de protección se activó en mí. Por mucho que ella quisiera mostrarse fuerte, sabía que en este momento estaba preocupada de verdad.Conduje un poco más adelante y encontré un espacio libre para estacionar. Apagué el motor y me quedé unos segundos mirando el edificio.Este colegio era familiar para mí. Era el mismo colegio en el que yo había estudiado. Conocía cada rincón, cada pasillo. Recordaba cómo solían verse los patios en los recreos, y