JoaquínMi corazón latía más rápido de lo que debería, y lo supe en ese momento: estaba celoso.Los celos me habían empujado a hablar sin pensar, y ahora me encontraba enfrentando a Felipe por algo que ni siquiera tenía claro.—Ya sabes a qué me refiero —continué, sin poder detenerme. —Laura, Claudia... —Hice una pausa, observando cómo su expresión se endurecía. —No pienso llamarla para que tú sigas jugando.Felipe se levantó de su silla, inclinándose hacia el escritorio con las manos apoyadas sobre él. Sus ojos me miraron de una manera que nunca había visto antes, como si la parte divertida y bromista de él se hubiera apagado de golpe.—¿Qué crees que estás insinuando, Joaquín? —preguntó, con una calma forzada que me hizo sentir que estaba tocando un límite.—Estoy insinuando que no pienso dejar que metas a Camila en lo mismo que has estado haciendo con las demás —solté, las palabras saliendo con más fuerza de entre mis dientes apretados. No podía parar ahora.Hubo un segundo de sile
Joaquín¿Ella?Sabía que se refería a Camila.Mi corazón latió con fuerza en mi pecho.Ramiro estaba planeando algo. No solo se trataba de su resentimiento o de que nadie en la oficina le prestara atención. Camila estaba involucrada en lo que fuera que estuviera tramando.Y lo peor era que Felipe, con su despreocupada actitud, no lo había visto venir. O tal vez no le importaba.Me quedé en mi lugar, escuchando con más atención mientras Ramiro continuaba hablando por el móvil, su tono lleno de frustración.Algo estaba claro: Ramiro no era solo un seductor fastidioso. Ramiro tenía un plan. Y ahora Camila estaba en el centro de ese plan, de una manera que yo no alcanzaba a comprender del todo.Tenía que averiguar qué era y detenerlo antes de que se le ocurriera hacer algo.Apreté la libreta en mi mano. La misión había cambiado.A partir de ese momento, Ramiro era mi nuevo objetivo.Seguí a Ramiro durante todo el día.Me aseguré de mantenerme lo más lejos posible para que no me viera, per
JoaquínArranqué el coche, maldiciendo mi suerte mientras me dirigía a la oficina siguiendo sus pasos.No quería perderlo. Aunque no había sacado nada útil de la noche anterior, todavía tenía la esperanza de que algo surgiría más adelante en el día.Mantuve una distancia prudente mientras lo seguía hasta la oficina, Ramiro no parecía estar preocupado en lo más mínimo, iba caminando con su andar arrogante, saludaba a uno que otro vecino, hasta llegar a la parada de autobús.Cuando llegué al estacionamiento de la oficina, detuve la mirada frente al espejo retrovisor y me observé.El reflejo no me devolvía nada bueno: ojos enrojecidos, la camisa arrugada, una barba de un día demasiado crecida. Parecía más un vagabundo que un profesional. Estaba hecho un desastre.—Fantástico, Joaquín, —me dije a mí mismo mientras apagaba el motor y salí del auto.Todo este maldito esfuerzo y nada. Ramiro ya había entrado al edificio, y yo solo podía seguirlo, esperando que la noche de espía fallido no me
CamilaEstaba tan sumergida en los malditos papeles que no me di cuenta de que todos en la oficina ya estaban recogiendo sus cosas para ir a almorzar.No es que me importara mucho, la verdad. Mi estómago no estaba en lo más mínimo interesado en comer en ese momento. Lo único en lo que podía pensar era en el desastre que tenía frente a mí.Un pedido perdido. Alguien debió haberlo registrado, pero no estaba ni en los correos ni en el sistema, ni siquiera en las carpetas. Era como si se hubiera desvanecido en el aire, y eso solo significaba una cosa: problemas.Los demás hablaban, riendo y comentando a dónde irían a almorzar. Pero yo seguía con la cabeza agachada, los ojos repasando los mismos documentos una y otra vez, esperando que, por alguna especie de milagro, el pedido apareciera de repente.Sabía que no iba a pasar, pero aun así, no podía rendirme. No podía permitir que algo tan simple se me escapara. O lo pagaría de mi bolsillo.Sentí una presencia antes de escuchar sus pasos. Jo
JoaquínNos habíamos pasado casi una hora buscando ese maldito pedido que se había perdido.Al principio, ella estaba frustrada, su ceño fruncido mientras sus dedos se movían nerviosos entre las hojas.Poco a poco, su ansiedad había empezado a contagiarme. A pesar de todo, había algo en su concentración que me resultaba... intrigante.—¡Aquí está! —gritó, levantando un papel como si fuera un trofeo.Su cara se iluminó instantáneamente, y antes de que pudiera reaccionar, saltó de la silla con una felicidad haciendo un baile de triunfo.—¡Lo encontramos! —gritó de nuevo, riendo como si acabara de resolver el mayor misterio del mundo.Estaba tan feliz que por un segundo no pareció notar lo que hacía. En su euforia, se giró hacia mí y, sin pensarlo, me dio un beso rápido en la mejilla.El contacto fue breve, casi accidental, pero lo sentí.Un cosquilleo subió por mi estómago y se quedó en mi pecho. No era nada dramático, solo un leve hormigueo, pero fue suficiente para dejarme inmóvil por
CamilaSalí de la oficina como una loca, sintiendo el calor subir a mis mejillas, maldiciendo en mi mente por el estúpido beso con Joaquín."Mierda, soy una estúpida", me recriminé, caminando a paso rápido hacia el estacionamiento. "¿Cómo demonios pasó eso?"Todo el trayecto hasta la puerta iba repitiendo la escena en mi cabeza.Me acerqué para darle un beso en la mejilla, como siempre hacía con todo el mundo cuando me despedía, pero él..."Maldito pasante de mierda, quién se cree girando la cara justo en ese segundo."El roce había sido mínimo, un choque rápido de labios, pero para mí fue como si hubiera sonado una alarma de emergencia en mi cabeza.Trataba de convencerme de que no era para tanto, que había sido un simple accidente, que no tenía importancia, pero el maldito cosquilleo en mis labios me decía otra cosa.Y lo peor de todo es que cada vez que lo pensaba, sentía como mi estómago daba un vuelco.—¡Qué ridículo! —murmuré entre dientes, sabiendo perfectamente que estaba más
CamilaNo me quedaba de otra. Crucé los brazos, enfadada, y asentí con un bufido.—Está bien, pero no lo hagas más incómodo de lo que ya es, ¿sí? —dije, a punto de estallar de vergüenza.Joaquín asintió y comenzó a caminar hacia su auto. Yo lo seguí, todavía maldiciendo en mi mente por todo lo que había pasado hoy."Esto no podía ir peor, ¿o sí?"Cuando llegamos a su auto me detuve en seco, boquiabierta.Frente a mí estaba un auto que no tenía ningún sentido para alguien que se suponía que era un simple pasante. Era un deportivo, brillante, impecable, y probablemente costaba más que lo que yo ganaba en un año.—¿Cómo mierda te puedes permitir un auto así? —exclamé, incapaz de controlar mi asombro. —Eres solo un pasante, ¿no?Joaquín se detuvo y me miró por encima del hombro, con una sonrisa divertida, como si hubiera esperado esta reacción.—Tengo mis ahorros —respondió, encogiéndose de hombros como si no fuera nada del otro mundo.—¿Ahorros? —repetí, todavía incrédula. —¿Ahorros o un
JoaquínFui arrastrado al apartamento de Camila y estaba sentado a la mesa, esperando a que Amy terminara de preparar la cena en la cocina, con una concentración digna de un chef profesional.Me quedé observando la escena, sin saber muy bien cómo había terminado aquí, con dos niños curiosos, una tía demasiado hermosa y con el aroma de pizza casera llenando el aire.Nathan no había dejado de hablar desde que nos sentamos. Me acosaba a preguntas con la energía imparable de alguien que no tiene filtros ni límites.—¿Te gusta el fútbol? —preguntó, con los ojos brillantes.—Sí, un poco —respondí, sonriendo, aunque la verdad era que no seguía ningún deporte en particular. Pero no quería decepcionarlo.—Bueno, ¿a quién no? ¿Pero cuál es tu equipo favorito? —insistió de inmediato, sin darme respiro.—Eh... —Me quedé en silencio, buscando en mi cabeza algún nombre que sonara creíble. ¿Cuál era el equipo que siempre ganaba? —El Barcelona —respondí, esperando que fuera una respuesta aceptable.—