Rastros

Los días que pasamos los tres solos en Miami, fueron sin duda, los mejores de mi vida. Durante el día disfrutaba de mi hijo, Bea y mis amigas. Que se la pasaban más en casa que en cualquier otro lado. Y por las noches, me entregaba por completo al placer que Ryan me regalaba.

Una de las cálidas tardes que disfrutábamos de la piscina, Noah insistió en que quería el tiburón inflable que su tía le había regalado. Fastidiada me salí de la alberca y me dirigí al cuarto de cacharros donde guardábamos las cosas que rara vez se usaban. Busqué el dichoso animal por todos lados y en eso di con una caja de metal muy bien escondida entre las maderas flojas del pequeño cuarto. La abrí y ahí estaba el libro que tanto habíamos buscado. Presa de la curiosidad le eché el ojo. Claramente estaba muy bien cubierto en códigos que yo no entendía. Lo met

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