CAPITULO 3

MÍA

Hoy es viernes, y hace 3 días que tengo la servilleta con el número de teléfono del buenorro, sé que es de él, lo vi cuando se la entregó al mesero, obviamente en ese instante no me imagine que era una nota para mí. “Preciosa, llama si quieres” eso me escribió, claro que quiero llamarlo como no, es el hombre más lindo que me visto en mis 20 años de vida.

Es justo en este tipo de situaciones en que lamento tener una pierna amputada. Estoy convencida de que si me hubiera visto de pie, jamás tendría esta servilleta en mis manos, no soy de autoestima baja, todo lo contario, me gusta mi cuerpo a pesar de todo, llevo una vida sana, me alimento bien y hago más deporte que una persona promedio con sus dos piernas completas. A pesar del accidente el resto de mi cuerpo está ileso y libre.

Sin embargo, son realista y consientes que mi condición puede llegar a intimidar y espantar a los hombres, sobre todo a los de mi edad, que no quieran tener la carga emocional de tener una novia como yo.

Guardo la servilleta en mi billetera, no es que vaya a llamar, pero de todos modos me gusta la sensación de tener la decisión en mis manos.

Me levanto de la cama, son las 6:00 a.m. y me alisto para salir a correr como todos los días. Ajusto mi pie Runner a mi pierna y salgo de mi cuarto.

Después del accidente mi padre decidió mudarnos a otra casa de una sola planta, sería más fácil para mí desplazarme sin tener que subir y bajar escaleras todo el día. Fue una buena jugada. La casa es amplia, luminosa, de decoración minimalista y cómoda, ubicada en Los Rosales, uno de los mejores barrios de la cuidad. La zona posee numerosos parques y arroyos que bajan de las montañas andinas como las Quebradas de Rosales, el Parque Gustavo Uribe Botero, muy frecuentemente usados para el esparcimiento ecológico y deportivo, el lugar es perfecto para hacer casi todo tipo de ejercicio, de modo que estoy agradecida no tener que desplazarme tan lejos de casa para hacer todo lo que me gusta.

Me dirijo directamente a la cancha olímpica, siempre troto una hora a mi propio ritmo, con mi pie Runner no tengo ninguna limitación para hacerlo, es una pierna ortopédica diseñada específicamente para correr, de esas que usas los atletas paralímpicos profesionales.

Mientras corro recuerdo que el camino no ha sido fácil para llegar a donde estoy ahora, ¡vaya que no! Ha sido duro, todavía hay situaciones en la vida que me retan, pero por lo menos no físicamente, esa barrera está superada, sé que puedo lograr todo lo que preponga, que las limitaciones están en nuestra propia mente, como dice mi sabio padre. Corro, bailo, juego tenis, subo y bajo. El límite es el cielo.

Los retos ahora son más a nivel emocional, caminar en las calles sin que más de un par de ojos me miren fijamente o de reojo, que cuchicheen mientas pasan por tu lado, muchachos que coquetean conmigo hasta que ven mi pierna y salen corriendo. Sé que esta batalla contra la discriminación y el prejuicio será para toda la vida y no debo permití que eso me afecte, pero no soy de palo y a veces es difícil no sentirme rechazada.

Sin embargo, esos malos ratos son ampliamente compensados con los buenos, que gracias a Dios son muchos. Personas magnificas que me quieren y siempre han mostrado su afecto, cariño y compromiso con mi recuperación. 

La vida me dio una segunda oportunidad y no la pienso desperdiciar. Recuerdo el día que desperté en la clínica después del accidente como si fuera ayer.

3 años antes

—Mía —escucho que me llaman, pero no puedo abrir los ojos, los siento pesados, por más que lo intento es imposible.

— ¿Mía puedes escucharme?

La garganta me duele, tampoco puedo hablar, tengo sed, ¡Dios! ¿Dónde estoy? ¿Qué me paso? Tengo un dolor horrible en mi cabeza, no puedo moverme, siento una debilidad enorme y el cuerpo pesado. Hago uso de todas mis fuerzas y abro lentamente los ojos, una luz incandescente me deslumbra, pero me adapto poco a poco.

Una vez con los ojos abiertos, puedo ver que estoy acostada en una camilla, en una clínica, dos doctores y una enfermera a cada lado. Un hombre de unos 45 años me habla.

—Mía tal vez estés muy confundía y no sepas donde estas y que te sucedió, déjame explicarte —muevo mi cabeza afirmativamente—. Soy el doctor Bermúdez y estas en la clínica, hace tres días tuviste un accidente de tránsito con tus padres ¿Recuerdas algo de ese suceso? —la enfermera se acerca con un vaso de agua ¡Cristo que alivio!

Hago memoria y si, lo recuerdo todo. Apoyo mi cabeza en la almohada y lloro.

—Mis padres, mis padres ¿Dónde están? —el miedo se apodera de mí, en ese mismo momento veo a mi padre ingresar al cuarto en silla de ruedas, temo lo peor, que haya quedado paralitico.

— ¡Papa! — es todo lo que el llanto me permite decir.

—Hija, cariño estoy bien, no te asustes por la silla de ruedas, es solo mientras me recupero de los golpes —me tranquiliza.

Respiro profundo intentado calmarme y mi padre se acerca a mí lo más que puede.

— ¿Cómo te sientes?

—Me duele mucho la cabeza, el cuerpo, las piernas ¿Dónde está mama? —mi padre me mira con ojos llorosos, lleva la mano a su frente y baja la cabeza.

¡No! Por favor Dios que mi mamá este bien, por favor por favor.

—Mía, tu mamá… —le tiemblan los labios y yo me quiero morir—. Tu madre ya no está con nosotros —papá llora tratando inútilmente de contenerse, es imposible disimular un dolor tan grande.

— ¡No! —grito desesperada—, ¡Papá, No! Es mentira, dime que es mentira, por favor. Ella está bien, está bien, dime por favor que es mentira.

Un dolor agudo se instala en mi pecho, en mi corazón, no puedo respirar, el aire no entra a mis pulmones. Siento que me muero. Quiero morirme.

—Ojalá fuera mentira mi vida, tu madre ya no está, se fue y no podemos regresar el tiempo y cambiar nuestra realidad —dice limpiándose las lágrimas—. “Tenemos que ser fuertes Mía”, en honor a tu madre.

— ¿Qué paso? —pregunto entre sollozos, el que responde es mi doctor ya que papá no está en condiciones.

—Un carro los chocó, impacto justo en el lado donde tú madre se encontraba, falleció de forma inmediata, ella no sufrió —mi pecho se aplasta ante estas palabras de cómo murió mi madre, la persona más importante de mi vida.

Papá toca mi mano consolándome mientras el doctor me cuenta, como una vez llegamos al hospital nos atendieron de forma inmediata, ya no había nada que hacer por mi madre, intentaron reanimarla, pero fue inútil. Mi padre tenía golpes por todo su cuerpo, en la cabeza, el pecho, varias costillas rotas y un pie fracturado, pero nada que con el tiempo no lograra sanar.

Todos se quedan mirando como si supieran algo que yo desconociera, el otro doctor se acerca a mí y se presenta.

—Mía, soy el doctor Suarez, tenemos otra noticia que darte, te pido por favor que mantengas la calma y la mente abierta —esto no me gusta nada—. Durante el accidente una de tus piernas sufrió lecciones graves, tu cirugía duró más de 12 horas en donde hicimos todo lo posible por reconstruirla, pero no se pudo.

¿Qué? ¿Eso qué quiere decir?

Estoy con la boca abierta esperando que el doctor continúe, pero se detiene, me desespero y quito las sabanas que cubre mi cuerpo, me que quedo en shock, no puedo respirar, siento que me falta el aire y me ahogo.

Los doctores me agarran y me dice que intente respirar, lo hago y el aire poco a poco vuelve a mis pulmones, me recuesto en la cama y lloro queriendo morirme, si, mejor hubiera muerto, ahora estaría con mi madre y no está cama de hospital sin ella y sin mi pierna.

—Cariño, todo va a estar bien, todo mejorara, lo prometo, tienes que ser fuerte.

“tengo que morirme”, pienso. Eso es lo único que tengo que hacer.

— ¿Cómo papá? ¿Cómo voy a vivir sin mamá, sin pierna? —niego con la cabeza

—Podrás llevar una vida normal, hacer cualquier cosa que quieras, después del proceso de recuperación —me explica el doctor Suarez, un hombre mayor—. Seré tu guía y fisiatra en todo el proceso y te ayudaremos a tener una vida plena. Eres joven y fuerte.

Sus palabras logran un efecto positivo en mí y me calmo un poco mientras miro a mi padre, tiene el codo apoyada en la silla de ruedas y su mano en su mentón, escuchando detenidamente al doctor.

—Una vida normal —repito autómata.

—No nos rendiremos Mía.

—No nos rendiremos —le respondo mirándolo a los ojos.

Actualmente

He cumplido con esa promesa desde ese día hasta hoy, no me rindo jamás, persisto hasta que lo logro, es duro, la lucha es diaria y así será siempre, desde que me levante hasta que me acueste.

Sigo corriendo, pensando en lo afortunada que soy, a pesar de todo, “pudo haber sido peor”, me decía siempre papá cuando me deprimía un poco. Pude perder mis dos piernas, brazos, a papá y quedarme completamente sola…morir. Así que trato con todas mis fuerzas vivir con una actitud positiva, eso puede hacer mucho la diferencia en casos como el mío, y con humor, porque según la abuela lo importante es sonreírle a la vida, un buen sentido del humor siempre será el mejor remedio para curar nuestras penas.

Ayudar a otros como yo también ha sido fundamental para darme cuenta que nada pasa por que sí, que muchas personas y niños viven lo mismo que todos días. Por eso voy todas las semanas a la fundación donde les cuento los chichos como fue mi proceso y de alguna forma les doy ánimos para querer seguir viviendo.

Termino mi recorrido, estiro mis músculos y voy de regreso a casa cuando me encuentro con una de mis vecinas, una mujer de unos treinta y pico.

—Buenos días Mía ¿Qué tal los ejercicios hoy?

—Genial Katia, como siempre, y tú ¿apenas llegas?

—Sí, voy al gimnasio, sabes que correr no es lo mío —ríe—, por cierto, mañana tenemos rumba terapia en el gimnasio a las 8 de la mañana, ¿te esperamos?

—Claro sabes que no me lo pierdo por nada, nos vemos mañana —me despido.

Me encanta bailar, no soy de rumba ni nada de eso, pero el baile y la música es parte de mi vida, dos o tres veces por semana hago rumba terapia como ejercicio, cuando toca en pareja, Andrés siempre me acompaña y bailamos juntos. Me rio al recordar cómo nos vemos los dos con nuestras prótesis intentando llevarle el rimo a la música. Parecemos dos roncos andantes. Me rio a carcajadas.

— “El que ríe solo de sus picardías se acuerda” —dice papá apenas llego a la puerta de casa.

—Pero si soy una santa, nada de picardías. Acordándome de cómo nos vemos Andrés y yo cuando bailamos —le respondo y al instante me arrepiento de mi franqueza, ya que él me mira con cara de burla.

—Andrés… —mofa.

—No empieces por favor —pongo los ojos en blanco y él levanta las manos en son de paz.

— ¿Que planes tienes para hoy? Es viernes, deberías salir por ahí a divertirte.

—Bueno voy en la tarde al grupo de apoyo —contesto.

—Sí, pero eso no es divertirse.

—Ya lo sé, pero algo es algo, sabes que no tengo muchos amigos y Andrés está de viaje, no tengo con quien hacer planes para salir. Tal vez cuando entre en la U y haga más amigos no me encuentres tan seguido en casa los fines de semana — digo como si tal cosa.

Se le borra la sonrisa de la cara al instante, yo suelto una carcajada

—Tu si eres lindo —lo beso en el cachete.

—Tampoco abuses— sube el carro, cierra la puerta. —Chao hija que tengas un lindo día.

—Igual para ti.

El resto de la mañana la dedico a leer una novela que comencé hace poco, de una de mis escritoras preferidas, Estefanía Scioli, Argentina, el libro “Ocho Años” me tiene atrapada y lo estoy devorando con hambre literaria.

Cuando llego al grupo de apoyo siento la ausencia de Andrés más que nunca. Decido envíale un mensaje de texto para que se acuerde de mí.

Mía: Loquillo de mi vida, estoy llegando al grupo de apoyo y no es lo mismo si ti, regresa pronto por favor que mi vida no es la misma si tú no estás ;)

Andrés: Loquilla de mi corazón, este viaje tampoco es lo mismo sin ti, saludos a todos de mi parte por favor. Te mando un beso, loca.

Doy los saludos de Andrés a todos y me dispongo para la sección de hoy, escucho atentamente a mis compañeros hablar de sus experiencias y yo también participo, les cuento que en dos días ingreso por fin a la U, que tengo muchas expectativas positivas, pero también algunos temores.

La universidad puede ser un lugar cruel para personas como yo. Diferentes

—No puedo creer que haya personas tan depravadas en este mundo. Mira que tener sexo en el baño de discapacitados… es de locos —dice Dolly. Tiene 17 y parece de 30 con el mundo que tiene.

Javier de 20 al que le amputaron su antebrazo derecho ríe a carcajadas. Dice que es una fantasía muy seductora… y le envía un mensaje de texto a su novia.

—Pervertido —le dice Dolly.

—Pero hablando serio… ¿A quién se le ocurre? —preguntó retóricamente.

—Se acepta solo si a uno de los implicados le falta una pierna —dice Javier—, o un brazo —mueve su prótesis. Todo reímos.

—Fue horrible, estaba orinándome, la vejiga estaba a punto de reventar y, tuve que aguantarme los griticos y gemidos de la mujer que estaba dentro... Ah y no solo eso, también el montón de palabras sucias que el tipo le decía —cuenta Dolly, los demás no paramos de reír.

La sección termina y me siento recargada de actitud positiva, si algo tenemos es que aplicamos ese refrán que dice, “Al mal tiempo buena cara”. Cada uno de nosotros tiene su propia historia y ha atravesado por diversas dificultades, pero el grupo nos ayuda a aprender de las experiencias de los otros y ver siempre el lado bueno de las cosas.

No puedo evitar recordar la nota que tengo guardada en mi billetera y mucho menos en la sonrisa picada de ese hombre. ¡Cristo redentor! Es tipo más bueno que he visto en mi vida.

¡Es una lástima! No creo que vuelva a verlo, así que dejo de pensar bobadas y me dirijo a casa para pasar otra noche del viernes sola en mi cuarto

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