SE MARCHÓ

Darío ingresó a la mansión de la familia Clark, ignorando los gritos del guardia en la puerta. Sus hombres lo seguían de cerca, y nadie se atrevió a detenerlo.

Patricia bajó las escaleras al escuchar el alboroto en la planta baja.

Se llevó tremenda sorpresa al observar a Darío en el lugar. Una sonrisa asomó en sus labios, pensó que había ido en su rescate.

Pero solo era parte de una fantasía en su cabeza; la realidad era otra.

—Viniste por mí, no tienes idea lo feliz que me haces.

Patricia corrió y abrazó a Darío por la cintura.

—Te extrañé mucho, mi amor.

Darío sintió repulsión por la mujer, la apartó de su lado con brusquedad, no quería que esa mujer lo tocase.

—No vuelvas a tocarme, me das asco.

Las palabras de Darío se clavaron en su pecho de la mujer como espinas; sentía como si le desgarraran la carne lentamente.

—¿Dónde está el desgraciado de Rubén?

Patricia se frotó sus muñecas adoloridas, sus ojos estaban aguados, pensó que Darío estaba allí para salvarla y pedir su perdón.

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