7 SEXTO SENTIDO

“SEXTO SENTIDO”

El día indicado por fin llegó, y lo que Serem pensaba que sería un mal recuerdo se había convertido en su realidad, aterrada y absolutamente arrepentida de haber asistido en primer lugar a aquella audición, y de que si madre se hubiera enterado de que le ofrecían un generoso adelanto para asegurarse de que el anzuelo de aquel contrato fuera más atractivo.

Su madre la acompañó en un taxi a llegar, junto a otra doce chicas que como ella, también habían sido seleccionadas y estaban todas formando una pequeña aglomeración frente al local que fungía como agencia improvisada.

—¿¡Todas tienen su pasaporte!?— preguntó uno de aquellos hombres y las chicas respondieron al unísono. Serem abrazó su pequeño bolso, allí tenía su identificación y su pasaporte.

Una mini van apareció para llevarlas al areopuerto de la pequeña ciudad y Serem se despidió de su madre, que fue tan fría, como si en lugar de su hija marcharse, se estuviera quitando un peso de encima.

—Recuerda que tu padre está enfermo— le recordó con toda la intención de que la muchacha no lo olvidara. —No creas que con la fama, terminarán tus responsabilidades con esta familia. Se juiciosa y trabaja mucho para que tengas dinero rápidamente para enviarnos.

Serem solo asintio y con aquel mal presagio en el pecho subió a la Mini van. Las otras estaban todas mucho más emocionada que ella.

Con un nudo en la garganta se sentó, Justo en el momento en que el vehículo se ponía en movimiento.

El trayecto al areopuerto fue corto, y allí Serem está una total ignorante. Jamás había salido de su pueblo, ni había intentado viajar, así que estaba sola, perdida y dependía de aquellas personas.

Le quitaron el pasaporte en un abrir y cerrar de ojos. Regresaron y le pasaron un boleto y su pasaporte. Ya se había realizado el Check in, así que en muy poco tiempo estarían en la sala de espera listas para abordar.

Dos horas después, azorada abordó aquel pájaro de metal que solo había visto surcar el cielo desde lejos.

Se sentó en su asiento y necesito ayuda de la azafata para asegurar aquel cinturón de seguridad.

—¿Todo bien Serem?— preguntó la rubia con tono sospechoso cuando vio que la muchacha cruzaba algunas palabras con la sobre cargo de vuelo.

—Solo me está ayudando— respondió la muchacha con timidez.

Era evidente que aquellas personas no deseaban que «sus muchachas » hablaran con nadie sobre el contrato que habían firmado, o sobre aquel trabajo al que eran requeridas.

Lógicamente todas ellas emocionadas por aquel canto de sirenas, no presto atención a los detalles que gritaban a todas luces que aquello era una trampa.

El avión despegó, y Serem clavó sus uñas en los apoyabrazos de aquel asiento de cuero negro mientras el avión ascendían remontando las nubes. Sus lágrimas eran genuinas y no tenían nada que ver con la impresión de estar volando por primera vez en avión, o por dejar a sus padres, o al pequeño pueblo en el queé había vivido toda su vida.

Aquellas lágrimas eran miedo real… miedo a el futuro incierto al que se enfrentaba. El resto de las muchachas dormía, y ella solamente miraba por la ventana, así que vio los preimeron indicios de que estaban por aterrizar.

La ciudad de Estambul los recibía, la antigua Constantinopla…

Estambul era la ciudad más poblada de Turquía y el centro histórico, cultural y económico del país. Es una ciudad transcontinental, ubicada en el estrecho del Bósforo, que separa Europa y Asia, entre el mar de Mármara y el mar Negro. Con más de 15 millones de habitantes, es una de las ciudades más pobladas del mundo y la más poblada de Europa.

Serem abrió la boca, sorprendida del tamaño de aquel gigante que se extendía bajo sus ojos. Aún desde el aire, desde donde los coches se veían como punticos diminutos, aquella ciudad le pareció demasiado grande para una chica de pueblo como ella.

El avión por fin aterrizó y corro por aquella pista, y sintió cómo se contrajo el estómago, pero no por el regreso a la tierra, sino porque la nueva parte de su vida que no tenía idea, iba a comenzar.

La migración de Estambul la detuvo junto a otras tres chicas, pero cuando Serem les entregó su pasaporte y la copia de aquel contrato que traía consigo, la dejaron salir.

—¡Serem por aquí!— escuchó gritar y la tomaron del brazo por encima del codo para hacerla salir de aquel enorme areopuerto. Estaba a cada segundo más asustada, y sospechaba que sus miedos iban para más, que solo comenzarían a girar en un espiral sin fin.

Sin preguntar si lo deseaba o no la empujaron en la parte trasera de una Mini van sin ventanas. Allí ya las cosas no parecían a lo que habían vivido en su natal Kaleköy. Allí no las acomodaban, solo las aglomeraban a empujones.

Las alarmas de su cabeza se encendieron de una vez. Así no trataba a una modelo, así no trataban a alquien que les interesaba mantener fresca y lozana.

En aquella situación había algo más, había algo que sería lo peor que le hubiera pasado en la vida.

No pudo evitar vaciar sus bilis en el piso de aquella camioneta. Su sexto sentido le estaba avisando que aquella ciudad de Estambul sería su fin, y que nunca podría regresar a su pueblo.

Aquella vez era la última vez que había visto a sus padres, y aquella corazonada le lastimaba el pecho.

Por fin el auto se detuvo y las otras chicas que también empezaban a asustarse sospechando que aquellos contratos, no era más que la clásica e****a. Chicas arrancadas de pueblos lejanos, para ser obligadas a ser en prostitutas en grandes ciudades en donde sus familias jamás las encontrarían.

Serem bajo de aquella camioneta abrazando su cuerpo, y fue conducida al interior de un edificio, y allí se dio cuenta que no… que no se había equivocado. Todos sus miedos eran reales, aquello que sentía no era producto de su imaginación. ¡Aquello era real!... y eso la aterrorizaba.

Aquello era un Nigh Club, y eso hasta Serem lo sabía… a pesar de ser una pueblerina ignorante, sabia que aquel sitio era al lugar a donde llevaban a las ingenuas que como a ella, a las chicas que las ingenuas madres como las de ella…las vendían por un adelanto.

Porque si algo era seguro era que que no verían un euro más. Aquel adelanto había sido su precio, su transacción ya estaba hecha, y sus familias no encontrarían nunca nada más de ellas.

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