capitulo 4

El reloj marcaba las dos de la madrugada, pero Valeria seguía despierta, sentada en el borde de su cama con el sobre negro todavía en sus manos. La fotografía de Samuel parecía mirarla como un recordatorio constante de lo vulnerable que era su mundo. Había pasado horas dándole vueltas a la conversación con Leonardo, preguntándose si había tomado la decisión correcta al aceptar su oferta.

"Trabajar para él", pensó con amargura. Como si fuera tan simple. Sabía que aceptar significaba mucho más que eso. Leonardo Moretti no era un hombre que hiciera favores sin esperar algo a cambio, y aunque había dicho que quería su ayuda, Valeria no podía evitar sentir que ella misma era parte del trato.

Un golpe suave en la puerta de su apartamento la sacó de sus pensamientos. Su cuerpo se tensó de inmediato. Nadie venía a verla a esas horas. Se levantó con cuidado, sus pasos silenciosos mientras cruzaba la sala. Miró por la mirilla y su corazón se detuvo.

Era él.

Leonardo Moretti, vestido impecablemente a pesar de la hora, con una expresión tranquila pero intensa. Valeria abrió la puerta con cautela, sin molestarse en ocultar su irritación.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.

Leonardo no respondió de inmediato. Su mirada recorrió el pequeño apartamento, como si estuviera evaluando cada rincón, cada detalle. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de ella.

—No es seguro que estés sola —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Valeria soltó un suspiro exasperado.

—Estoy perfectamente bien. No necesito un guardaespaldas, y mucho menos a ti irrumpiendo en mi casa en medio de la noche.

Leonardo dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. Su presencia llenó el espacio, como si el aire mismo se volviera más denso.

—Valeria, si estuvieras perfectamente bien, no habría fotos de tu hermano en manos de gente que quiere hacerte daño. —Su voz era baja, pero cada palabra era como una daga—. No voy a arriesgarme a que algo te pase porque decides ser obstinada.

Valeria sintió cómo la ira burbujeaba en su interior. ¿Quién se creía que era para decirle qué hacer? Pero antes de que pudiera responder, Leonardo sacó algo de su bolsillo: un pequeño dispositivo negro, del tamaño de un encendedor. Lo sostuvo frente a ella.

—Esto estaba instalado en el marco de tu puerta —dijo—. Un micrófono. Alguien ha estado escuchando tus conversaciones.

El color se desvaneció del rostro de Valeria. Miró el dispositivo como si fuera una serpiente venenosa, su mente trabajando a toda velocidad para procesar lo que eso significaba. ¿Quién podría haber hecho algo así? ¿Y por qué?

Leonardo observó su reacción con atención, como si estuviera esperando que ella se derrumbara. Pero Valeria no le daría esa satisfacción. Enderezó los hombros y lo miró directamente a los ojos.

—¿Y cómo sé que no fuiste tú quien lo puso ahí? —espetó.

Por un momento, Leonardo pareció sorprendido. Luego, una sonrisa lenta y peligrosa se formó en sus labios.

—Me gusta cómo piensas, Valeria. Pero si hubiera querido espiarte, créeme, no me habrías descubierto. —Se inclinó ligeramente hacia ella, su voz bajando aún más—. Y no necesitaría un micrófono para saber todo sobre ti. Ya lo sé.

El corazón de Valeria latía con fuerza, pero se obligó a mantener la compostura. No podía dejar que él viera cuánto la afectaban sus palabras, cuánto la desconcertaba su presencia. Dio un paso atrás, creando algo de distancia entre ambos.

—¿Qué quieres, Leonardo? —preguntó finalmente, su tono cansado.

Él la miró con seriedad, toda la arrogancia desapareciendo de su rostro.

—Quiero asegurarme de que estés a salvo. Y eso significa que esta noche no te quedarás aquí sola.

Valeria abrió la boca para protestar, pero él levantó una mano, deteniéndola.

—No es negociable. —Su tono era firme, definitivo—. Hay demasiadas cosas en juego, y no voy a permitir que algo te pase. Así que tienes dos opciones: o vienes conmigo, o me quedo aquí. Tú decides.

Valeria lo miró, incrédula. La audacia de ese hombre no tenía límites. Pero mientras lo observaba, algo en su interior cedió. Tal vez era el cansancio, o tal vez era el miedo que no quería admitir que sentía. Sabía que no podía enfrentarse a esto sola, no si Samuel estaba en peligro.

—Está bien —dijo finalmente, con un suspiro resignado—. Pero esto no significa que confíe en ti.

Leonardo asintió, como si hubiera esperado esa respuesta.

—No necesito que confíes en mí, Valeria. Solo necesito que me escuches.

Dentro del auto hay un hombre que Valeria no reconoce, pero que claramente trabaja para Leonardo. Al subir, Leonardo recibe una llamada que cambia la atmósfera por completo. Su expresión se endurece, y su voz, normalmente calmada, se vuelve fría como el hielo.

—¿Qué pasó? —pregunta Valeria, incapaz de contenerse.

Leonardo cuelga, su mirada fija en ella.

—Encontraron a tu hermano.

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