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Emocionado, se sentó en ese piso para compartir fluidos con el polvo. Olvidando todo lo demás, su mano se deslizó dentro de su ropa interior. El taller de carrocería se abrió frente a él como si Dios o el diablo hubieran arrojado ese libro en su camino. Fue un final para su angustia desenredar cada rostro detrás de las máscaras. En el futuro, cuando resolviera todos sus problemas, no solo podría saber a quién estaría a punto de contratar, sino también ir más allá: conocer a esas personas en las calles, saber dónde vivían, reunirse en otros lugares ...

Empezó a babear. La intoxicación del éxtasis le hizo pasar las páginas de cualquier forma, esos cientos de pechos, culos, penes y vaginas ante él. Era mejor, decidió Clint. A diferencia de Internet, disponible con un simple comando, aquí estaba realmente prohibido. Adem&

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