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Los adjetivos no podrían medir el tamaño y la belleza de ese huerto. La tierra se extendía por cientos de metros y descendía hasta llegar al borde de un arroyo. En lo alto, más cercano a la casa, brotaban árboles frutales en abundancia: era una invitación a un banquete para todo aquel que quisiera festejar. Sin embargo, a medida que se alejaban, el bosque nativo dominaba el terreno hasta el punto en que solo veían formas.

Para un grupo de adolescentes, no podría haber lugar más interesante.

            Teresa, Ana Lícia y otras tres chicas seguían al frente, muy cerca del chico, Yago, y más atrás, absortas en sus propios pensamientos, Clint. Caminaron durante unos treinta minutos, entrando cada vez más en la casa principal. De vez en cuando, el chico Tenner recordaba haber mirado hacia atr&

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