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LA CASA ESTABA OSCURA CUANDO LLEGÓ EL GRUPO. Llegaron en dos autos negros, sin placas, vidrios polarizados. Pasaron la residencia y se detuvieron más adelante, bajo los árboles de la plaza de enfrente. Para asegurar el silencio en la madrugada, se cuidaron de agarrar al vigilante de la calle y encerrarlo en el maletero de uno de los autos. Su silbato desapareció en una cuneta.

Los seis encapuchados se acercaron a la puerta número 43 y lograron abrir la cerradura sin hacer ruido. Incluso se preguntaron si habría una alarma. Por suerte, la clase emergente tiene la costumbre de pensar que basta con muros altos, cercas eléctricas y guardias con pitos. Nunca lo son, ¿verdad?

Llevaban galones adentro y, conscientes de los escasos elementos de seguridad en esas casas, caminaron alrededor del porche hacia el patio trasero. El perro ladró y se acercó a ellos, armado con el coraje típic

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