Ay estos dos chicuelos. ¿Vivirán su amor? Gracias por continuar leyendo. Recuerden seguir comentando, reseñando y dejando muchos likes para nuevos capitulos.
Durante todo el camino, estuvieron tomados de la mano, y cada vez que se detenían en un semáforo, lo aprovechaban para besarse y expresar con increíble transparencia lo que sentían por el otro.Para Cristóbal, todo aquello parecía imposible, y aunque conocía el riesgo, dejó de importarle en el segundo en el que la hizo suya. Por su lado, Mía aún se encontraba consternada, incrédula. Ella y Cristóbal. Dios. El hombre que había amado en secreto toda su vida. El hombre que… deseó miles de veces fuese el primero y ahora lo era. En su corazón no cabía la dicha.Llegaron minutos más tarde.— ¿Estás lista? — le preguntó Cristóbal tras apagar el motor del auto.— Sí, pero, no puedo evitar sentirme nerviosa. ¿Y si… no lo aceptan? Ya sabes cómo es mi padre, mi madre, ellos…— Lo sé — la protegían demasiado, sobre todo… después de haber tenido una pérdida. Mía era todo para ellos. La unigénita. Tomó sus manos entre las suyas y le regaló una sonrisa conciliadora —. Esta noche todo puede salir mal
Por petición de Cristóbal, la fiesta acabó. Y se excusó con su familia antes de hablar a solas con Lucrecia.— ¿Qué diablos significa todo esto, Lucrecia? — la encaró una vez que cerró la puerta del despacho de su padre.— ¿Qué puede significar? Vamos a tener un hijo.— Tú y yo no podemos tener un hijo. ¡Terminamos! ¿Es que no lo recuerdas?— Por supuesto que lo recuerdo — respondió, dolida —. Pero… luego me enteré de esto y… Dios, Cristóbal, vamos a tener un hijo. No pensarás… dejarme sola.Cristóbal apretó los puños. Sabía muy bien que sería incapaz. Sobre todo porque él había estado los primeros años de su vida sin un padre a su lado. No culpaba a su madre. Jamás lo había hecho. Ella hizo lo mejor que pudo con las opciones que tenía en ese entonces.— ¿De cuánto tiempo estás?— Ocho semanas. Tengo los resultados. No estoy mintiendo.Cristóbal tomó las ecografías y los resultados, asegurándose de que estuviese diciendo la verdad. Se dio la vuelta y tomó el aire. Dios.— Cristóbal… di
En cuanto entró al salón, Mía se quedó helada.— ¿Tú…? — musitó, incrédula. ¿Qué estaba haciendo ella allí?— Sé que soy la última persona a la que esperabas ver, pero tú y yo tenemos algo muy importante de qué hablar.Mía parpadeó, no salía de su asombro.— No sé qué creas que haya que hablar entre tú y yo, pero…— Cristóbal y yo vamos a ser padres — interrumpió Lucrecia, y se llevó las manos al vientre —. Él… me ha dicho que no va a casarse conmigo, que no se hará responsable.— Cristóbal jamás haría una cosa así. Lo conozco. Si tú estás esperando un hijo de él… no va a desampararlo.— Pero a mí sí. Me lo ha dicho — admitió con lágrimas en los ojos —. Y no pienso renunciar a él, ¿si lo entiendes? Él… es lo único que tengo. Desde que perdí a mis padres y mi herencia se puso en riesgo, fue Cristóbal quien me ayudó a no rendirme, a no… perderlo todo. Durante todo este año ha sido mi apoyo, mi salvavidas, y lo necesito a mi lado para hacer esto.Mía sintió un agujero en su corazón, pero
— ¿Y bien? — Matías, escucha, yo… — intentó hablar Cristóbal, pero, antes de que las palabras salieran por su boca, Matías le soltó un derechazo que lo tomó por verdadera sorpresa — ¿Qué carajos, Matías? — Te lo merecías. Nada de lo que vayas a decirme justifica que te haya encontrado en la habitación de mi hija. Ah, y mejora tu vocabulario si estás en mi casa. Ahora bien, te escucho — y señaló la silla frente a la que él se sentó segundos más tarde. Cristóbal exhaló. No estaba seguro de si lo merecía o no, pero lo cierto era que el condenado pegaba duro. Tomó asiento finalmente y le hizo frente a la situación. — No sé si como padre de Mía sea esto lo que quieres escuchar, Matías, pero… llevo desde que la vi nacer enamorado de ella. — Cristóbal… — masculló el padre de la joven con un tono de advertencia. — No, escúchame. Te parecerá una locura, pero, desde que vi a Mía nacer, creció en mí un increíble instinto de protección que de a poco, a medida que fueron pasando los años, se
— Amigo, lo siento, pero… tienes que saber la verdad.— ¿Qué carajos estás diciendo? ¡Habla ya!— ¡No, Pablo! ¡No hagas esto! ¡No… me hagas esto! — rogó Lucrecia, y corrió hacia él. Lo tomó del cuello de la camisa y con lágrimas en los ojos le pidió que no lo hiciera.Pero Pablo ni siquiera la miró a los ojos, y con dolor en los suyos, miró a Cristóbal.— El hijo que está esperando no es tuyo — confesó, y Lucrecia comenzó a golpearlo, enloquecida.— ¡No! ¡Cállate! ¡Estás mintiendo! ¡Mi hijo es de Cristóbal!— Lucrecia, ya basta.— ¡No! ¡Basta tú! ¡No tenías derecho! ¡No lo tenías!— ¡Por supuesto que lo tenía! ¡Qué lo tengo!— ¿Por qué? — intervino Cristóbal al fin, desconcertado. No estaba comprendiendo.— Cristóbal, yo… joder, amigo. Yo soy el padre de esa criatura. El hijo que está esperando Lucrecia es mío.Los ojos de Cristóbal se abrieron. Y retrocedió un paso.— ¿Qué?— Amigo, yo… — Pablo intentó acercarse, pero el rechazo de Cristóbal fue determinante.— No te atrevas a llamarm
La lluvia provocó que salieran corriendo de la terraza. Todo en medio de risas y comentarios divertidos.— Te buscaré una toalla y tomarás una ducha caliente, ¿de acuerdo? No quiero que te resfríes — A Cristóbal solo le nacía ser protector con ella.— ¿Quieres decir que… no continuaremos con lo que comenzamos allí? — preguntó Mía, sonrojada, y Cristóbal no pudo evitar sonreír.— ¿Quieres que continuemos? — quiso saber, asombrado, y ella asintió sin apartar sus ojos de los suyos. Maravillado, Cristóbal entrelazó su mano a la suya y la llevó a la habitación.No se detuvo hasta llegar al cuarto de baño. Allí abrió el grifo a la temperatura perfecta y comenzó a desnudarse bajo la indiscreta mirada de la mujer que lo tenía soñando despierto. Cuando acabó consigo, tiró de ella ligeramente contra su cuerpo y comenzó a desnudarla prenda por prenda, hasta que la última cayó al suelo.Sin decir una sola palabra, la metió consigo bajo el chorro.Mía abrió la boca y exhaló un pequeño jadeo por el
Después de esa noche, al día siguiente, reunieron a las familias para darles la noticia. Estaban oficialmente juntos. Para todos seguía siendo un asombro que ese par se amara, pero bastaba verlos a los ojos para descubrir el inmenso amor que sentían por el otro, y del que nunca sospecharon, pues allí mismo se enteraron de que sus sentimientos no habían nacido de un día para el otro.Aunque no todo fue felicidad, pues Siena, la hermana de ambos, se mostró traicionada por parte de ambos. Ninguno fue capaz de decirles los sentimientos que guardaban. Se suponía que eran mejores amigas y él… era su hermano. Pero al final consiguieron convencerla, pues no estaban seguros de cómo todos lo tomarían.Amelia y Emma tuvieron esa conversación como madre de los jóvenes enamorados. La verdad es que se alegraban por ellos. Ambas sabían que ninguno podría encontrar mejores parejas. Eran el uno para el otro, y la edad, bueno, Emma tuvo que convencer a Matías de que ella apenas tenía veinte cuando se co
— ¿Qué…diablos significa esto? — se preguntó. El móvil temblando entre sus dedos. Su pecho, de pronto, bajando y subiendo.Comenzó, con desconcierto, a pasar y a detallar cada una de las fotos. El rostro de Mía, su Mía, estaba dibujado en cada una de las fotografías, y junto a ella, en una situación verdaderamente cuestionable, se encontraba un hombre de más o menos su edad. Parecía la habitación de un… hotel.No, no. ¿Qué estaba pasando? Pasó un trago. Eso era verdad. Esa no era su novia. La mujer que amaba. No podía serlo. Se negaba.“¿Quién diablos eres?” Envió un mensaje, exigiendo tener una respuesta que no llegó. Pero pensó rápidamente, pues quien sea que esté detrás de esas fotografías, buscaba algo… y no podía tratarse de nada bueno.Marcó el número de su padre.— ¿Papá?— Hijo, ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Te escucho… preocupado.— Necesito que me ayudes con algo, pero… tienes que ser muy discreto. Madre, ni nadie, puede enterarse de esto.— Cristóbal, ¿Qué ocurre, hijo? Me estás a