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Matías se encontraba en la biblioteca cuando escuchó la puerta abrirse.— Cariño, ¿puedo pasar? — preguntó su abuela.— Por supuesto, abuela, pasa — y señaló el asiento frente a él para que lo ocupara.— Lamento importunarte, seguro estás muy ocupado, pero quería hablar contigo.Matías asintió, dejando lo que estaba haciendo a un lado.— Se trata de Emma, ¿no es así? Imagino que la tía Reina ya te puso al tanto de todo, ¿no?Pero la dulce mujer negó.— No he hablado con ella en toda la tarde, pero ya que parece que hay algo que debo saber sobre esa muchacha, ¿me lo dirás?— Sí, bueno, no hay mucho que decir, en realidad — se pellizcó el puente de la nariz antes de comenzar a hablar —. Emma es una mujer que conocí en mi estadía en Zúrich, pasó lo que tuvo que pasar y ahora está esperando un hijo que podría ser mío.— ¿Podría? O sea… ¿no estás seguro? — quiso saber la dulce abuela con interés.— Escucha, abuela. Sé que Emma te cautivó desde el primer momento en el que entró por esa puert
— ¿Y bien? — preguntó después de largos segundos de silencio.— Yo… no sé de lo que estás hablando — mintió, por supuesto, que lo sabía. Esa pesadilla otra vez. El temor a que esos hombres cumplieran la promesa de hacerle daño la atormentaba constantemente.— No mientas. Te escuché, así que responderás ahora.Emma sintió en ese momento esas terribles ganas de decirle que él era ese hombre, pero… ¿Qué sentido tendría? Él la creía la peor de las personas, y por más que le hablara con la verdad, no iba a creerla. Su imagen ante él era la de una mujer que lo había utilizado para sacarle dinero, pero no podía estar más equivocado.— Te dije que no sé de lo que estás hablando, Matías.Todavía con los puños apretados, se rindió.— Cómo sea, no es algo que me importe. Ahora baja al comedor, estamos esperando por ti.Con un leve asentimiento de cabeza, Emma se incorporó y se alisó un poco la ropa antes de seguirlo lo más cerca que pudo, pues los pasos de Matías eran firmes y los de ella apenas
Desde ese día, Emma evitó a todo pronóstico salir de la habitación, y cuando lo hacía, era porque las reglas de aquella familia así lo exigían. Bajaba con tiempo suficiente para llegar al comedor y comía sus alimentos con poco entusiasmo. Luego se disculpaba y se retiraba sin decir más.La abuela de Matías intentaba acercarse a ella de alguna forma, entablar una conversación y ofrecerle su más sincera amistad, y es que a pesar de la advertencia que le había dado su nieto respecto a esa muchacha, algo en su interior le decía todo lo contrario. Esa dulce joven parecía ser un pan de Dios.En cuanto a Matías, su postura era firme en cuanto a Emma, aunque eso no evitaba que a veces el remordimiento de su indiferencia lo rebasara o la culpa lo acechara. Ella no le dirigía la palabra para nada, tan solo obedecía a sus órdenes y luego callaba, pero nada más. Parecía más un alma en pena que cualquier cosa.Una mañana, después de haber llegado de un viaje de corto, pasó por su habitación. Era es
Media hora después, ya habían dado con el paradero de aquella pequeña que robó el corazón de Emma.— ¡Dios, estaba tan asustada! ¡Gracias por encontrarla! ¿Cómo puedo pagarte por esto? — le preguntó la mujer, agradecida y aliviada.Pero Emma le sonrió dulcemente y negó con la cabeza.— No es nada, estoy segura de que habrías hecho lo mismo por alguien más — respondió en portugués, otra vez maravillando a Matías. Era increíble. Lo hablaba tan bien.— Completamente. Muchísimas gracias otra vez. En serio fuiste un ángel para mi pequeña, ¿verdad que sí, cielo?— Sí, mami. Ella es buena. Muy buena.Matías observó la interacción con completo asombro. ¿Cómo era posible que robara el corazón de todos?Negó con la cabeza y aguardó a que se despidiera. Entonces regresó con él.— ¿Podemos entrar ya a la librería? — preguntó, y ella asintió con una sonrisa imborrable de su rostro. Entonces la siguió.Durante los siguientes minutos, Emma leyó con fascinación cada contraportada de los libros que fue
Después de poner a su amigo al tanto de todo, Matías salió al jardín. El almuerzo se serviría dentro de poco.— Veo que puedes pasar horas enteras, así — sorprendió a Emma por la espalda, prendada en ese libro que no sabía qué tenía de interesante, pero parecía fascinarle.— Lo siento, no… te vi llegar.— Lo sé, estabas muy entretenida. ¿Estás ya terminando el primer libro?— Es… el tercero.Matías alzó las cejas, asombrado, y asintió con una sonrisa.— Por ahora lo tendrás que dejar. Es la hora del almuerzo y tenemos visita.— ¿Visita?— Sí, acompáñame.Emma asintió, dejó el libro sobre un pequeño banco y lo siguió de cerca.Al entrar al comedor, varias personas estaban allí, pero solo una, llamó su atención. Se tensó enseguida al… reconocer a ese hombre.— Tú… — musitó, su pulso de pronto acelerado.Cristóbal se incorporó, asintiendo, e iba a saludarla con un leve estrecho de mano, pero Emma retrocedió, y sin nadie explicarse el por qué, salió corriendo con demasiado esfuerzo de allí
Cuatro semanas pasaron, y por primera vez, Emma parecía recuperar un mejor peso y el color de su rostro, pues durante todo ese tiempo, Matías se había portado a la altura de la situación, incluso, las cosas parecían mejor entre ellos. Compartían la misma mesa tres veces al día y uno que otro rincón de la mansión, cuando, de forma inesperada, coincidían.La última consulta con el médico la tuvieron la semana pasada. Se encontraba en su séptimo mes de embarazo y todo fue buenas noticias, lo que Matáis ya sabía, pues en todo de ella se reflejaba el resultado de un embarazo tranquilo. Ya no la molestaba ni atormentaba con lo que sabía. ¿Para qué? Si nada lo cambiaría.Por otro lado, la bebé estaba saludable y comenzaba a crecer progresivamente. Su conexión con ella, aun desconociendo los resultados de la paternidad, era cada vez más fuerte. En más de una ocasión, de forma espontánea, Emma la sentía patear en su vientre y rápido ponía al tanto a Matías para que este la tocara y sintiera tam
— Responde, Emma, no te quedes callada. ¿Qué diablos significa esto? — exigió saber, contenido. Una de sus manos convertida en un puño y la otra sosteniendo el papel en lo alto.Emma negó, sin saber qué decir o que hacer.— Yo, Matías, yo no lo sé. No sé quién pudo haber enviado eso.Matías rio, nervioso, incrédulo, humillado. Y negó con la cabeza.— No lo sabes, ¿eh?Entonces abrió el papel y se lo mostró a la cara.— Elías Meier. ¿En serio vas a decir que no sabes quién es?— No, pero…— Mejor no digas nada, Emma. Solo vas a empeorarlo — le pidió, herido —. Pudiste haber sido sincera. Pudiste… haberme dicho que no era mi hija, que… no me encariñara con ella. Pero otra vez me viste la cara de idiota. Felicidades — entonces, sin decir más, salió de allí sin mirar atrás.— No, Matías, espera — le rogó, siguiéndolo, pero por cada cuatro pasos que él daba, ella daba dos — Matías, por favor… — pero él no se detuvo, ni tampoco tenía intenciones de hacerlo. Subió en zancadas las escaleras y
Durante todo el camino al hospital, Emma no paró de quejarse, tampoco de mencionar asustada a su hija.— Mi bebé, Matías, mi bebé — resollaba, ya para ese entonces sin fuerzas, y Matías cada segundo se preocupaba más.— Tranquila, tranquila — apartó varios mechones de su frente y la acarició con increíble dulzura, apartando por un momento todo aquello que en su interior dolía. Dios, no quería que le pasara nada. Ni a ella ni a la bebé.Pronto llegaron. Saltó fuera del auto con ella en brazos y la recostó sobre la camilla que ya esperaba por ella, junto a un equipo médico.— ¿Qué fue lo que pasó? — le preguntó su doctor.— No lo sé, de pronto comenzó a quejarse de que le dolía mucho la cabeza.El doctor asintió, de repente, preocupado, pues sospechaba de qué podía tratarse. No era bueno en lo absoluto.— De acuerdo, a urgencias.Cuando iban a llevársela, la mano de Emma se aferró a la de Matías con fuerza. Él bajó el rostro.— Si algo me pasa, promete que cuidarás de ella — le pidió con