CAPITULO 60

Amira

Nos subimos a uno de los autos de Taras y huimos. Veo las primeras columnas de humo saliendo por el espejo retrovisor.

“Adiós” susurro de nuevo. “Y hasta la puta nunca”.

Circulamos por un rato, luego dejamos el auto en algún lugar del centro. Me muevo en puro piloto automático. Dante tiene que agarrarme y guiarme por la acera. Ninguno de los dos dice mucho.

Me lleva a un viejo edificio de ladrillos, con grietas que salen en diagonal de todas las ventanas y una oxidada escalera de incendios que apenas cuelga de un lado. Los timbres de la puerta de entrada no parecen funcionar y hay una piedra encajada en la puerta para mantenerla permanentemente abierta.

“Aquí es donde me he estado quedando. No es exactamente la Mansión Romanoff” explica Dante, llevándome adentro. “Pero aquí estarás a salvo”.

Ya no estoy segura de saber qué significa “a salvo”. Pensé que estaba a salvo en la ciudad de Nueva York. Pensé que estaba a salvo con Brigitte y en mi trabajo y en mi pequeño apartamento.
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